Colnett: Una colonia sueca en el Distrito Norte de Baja California, 1888-1892 |
Hilarie J. Heath*
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Las compañías colonizadoras –la Compañía Internacional y su sucesora, la Compañía Mexicana de Terrenos y Colonización– fueron ampliamente criticadas, tanto en su momento como ahora, a más de 100 años de distancia, por no haber cumplido con su cometido: colonizar los terrenos que les fueron dados en concesión por el gobierno mexicano. Efectivamente, hubo muy pocas instancias en las que se puede hablar de un genuino intento de establecer una colonia agrícola siguiendo, por así decirlo, las reglas del juego. Una de estas excepciones, si no la única, fue la colonia Colnett1 (actualmente, la bahía se conoce más bien como Colonett), aunque el hecho de ser una excepción no fue una garantía de su éxito. Más bien tuvo una existencia fugaz: a pesar de que llegó a tener posiblemente unas 50 familias, la mayoría de ellas suecas, algunas estadunidenses y una que otra noruega, danesa y alemana, la pequeña colonia no duró ni siquiera diez años. La información es tan escasa como breve fue la vida de la colonia. Este trabajo representa un esfuerzo por reunir, ordenar y armar los pocos datos con que se cuenta o, para retomar el viejo y trillado y no siempre afortunado concepto de la historia como un rompecabezas, montar una parte de una imagen provisional y buscar sus lazos para ubicarla dentro del cuadro mayor, que fue el movimiento poblacional en el norte de Baja California a finales del siglo xix. En resumidas palabras, buscar darle vida a la por poco mítica e insignificante colonia Colnett.
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En 1884 se organizó la Compañía Internacional, de capital estadunidense, al comprar los derechos a las concesiones otorgadas a Luis Hüller. En vista de la enormidad de la concesión de Baja California, la empresa optó por crear varias compañías subsidiarias (sin obtener la autorización requerida) que tomaran a su cargo la colonización de determinadas secciones. Una de éstas fue la de Cape Colnett, administrada por la señora Rosalind O. Butterfield.2 El involucramiento de esta señora en el destino inmediato de Baja California fue casual: viajaba en vapor de San Pedro a San Diego cuando vio los folletos publicitarios de la Compañía Internacional, le llamó la atención y se puso en comunicación con los directores. Recorrió la región y escogió un valle, o una sección de ese valle, conocida como San Rafael Abajo, ubicada a 123 kilómetros al sur de Ensenada, 69 kilómetros al norte de San Quintín, y a una corta distancia de cabo Colnett sobre el Pacífico, atravesada por el arroyo San Rafael. El 9 de mayo de 1888 firmó un convenio por un año,3 mismo que fue renovado el 23 de marzo de 1889 por otros tres años. Estableció oficinas en San Diego y San Quintín, contrató a un administrador o agente general, el señor Benson, y otro agente, el señor A. C. Romander, de nacionalidad sueca, para buscar colonos entre sus paisanos en Suecia. Las varias referencias que se tienen con respecto a los primeros suecos en llegar al norte de la península son algo confusas. El periódico Lower Californian anota al capitán Wasson (Wassen) como el pionero de Colnett, quien llegó el 1º de mayo, limpió, cultivó y sembró 50 acres (veinte hectáreas), después de lo cual se fue con un estadunidense, Lyman S. Ailes, a buscar minerales, “con éxito”.4 Sin embargo, según el mismo diario, el primer grupo de familias, compuesto por once personas y procedente de Marshall, Michigan, que incluía al mayor W. A. Mensch y su familia, llegó en el vapor Carlos Pacheco a Ensenada en abril de 1888, un día domingo, y sin darles tiempo a los pasajeros de estirar siquiera las piernas en tierra firme, salieron en el mismo vapor al día siguiente, rumbo a Colnett.5 Lo más probable es que el grupo desembarcó en San Quintín, donde permaneció una temporada mientras los hombres se dirigieron a Colnett por tierra para preparar la recepción de sus familias. La llegada de Wasson a Baja California antecedió, de hecho, al arribo de este primer grupo, ya que su nombre aparece en un documento fechado el día 3 de marzo de 1888, como uno de los seriamente afectados por la pésima administración y las prácticas fraudulentes de la Compañía Internacional denunciadas por Manuel Sánchez Facio, el inspector de colonias, en su informe ante el gobierno.6 Según esto, parece que Wasson intentó inicialmente comprar terreno en San Quintín, pero, al ser víctima de los engaños de la empresa colonizadora, acabó con un terreno en Colnett (otros, al verse embaucados, optaron por retirarse de la región). A pesar de que el Lower Californian se refiere al grupo de Mensch como el primero en establecerse, existe un informe de Luis E. Torres, recién llegado en calidad de jefe político del Distrito Norte de Baja California, con fecha 10 de febrero de 1888, en el que hace referencia a una colonia de suecos. En tanto que no se menciona Colnett, se podría especular que posiblemente se tratara de un grupo, entre los que se encontraba Wasson, que había llegado inicialmente a San Quintín, y que tuvo problemas. Según Torres, se trata de un grupo que llegó inicialmente a Dakota, Estados Unidos, y al “no soportar el clima resolvieron cambiarse a Baja California”, donde recién habían comprado terrenos por un valor de 30 000 pesos. Temeroso ante la llegada de colonizadores del país vecino por sus posibles consecuencias, el jefe político le ofreció a este grupo todo el apoyo del gobierno mexicano con el
Se veía, pues, en el europeo, un elemento mucho más deseable que el estadunidense, en tanto se consideraba de mayor estabilidad y de más confianza. A principios de julio, el periódico Lower Californian informaba que otras catorce familias se encontraban rumbo a Colnett; pero a la semana siguiente, las catorce se redujeron a cinco que, efectivamente, llegaron de Suecia. A estas familias se les entregó 1 600 acres de la “mejor tierra”, semi-irrigada, en el valle; mientras tanto, el agente, el señor Romander, se preparaba para viajar de nuevo a Suecia para traer otras quince familias.8 Dos semanas más tarde, el mismo semanario reportaba 49 personas viviendo en Colnett, de las cuales cinco eran agrimensores empleados por la Compañía Internacional y otros cinco eran miembros de una familia mexicana encargada del desembarcadero y faro (alumbrado) en cabo Colnett. Se esperaba el arribo de otras dos familias en una semana, con lo cual Colnett se convertía en la “colonia más grande al sur de Ensenada”. Para estas fechas, una buena parte de la incipiente población de San Quintín, que había llegado a unos 300 o 400 habitantes en noviembre de 1887, había abandonado el lugar ante los malos manejos de la empresa colonizadora, el pleito entre ésta y su agente principal de bienes raíces (Hanbury y Garvey), y por falta de pago de los sueldos de sus empleados.9 Las dos familias anunciadas llegaron hasta agosto, dos o tres semanas después de lo previsto, y en los dos casos se trató más bien de estadunidenses: John C. Ailes (¿pariente de Lyman Ailes?), de Bloomington, Illinois, junto con su familia, además de una yunta, un vagón, herramientas para el cultivo, pertenencias y madera para construir una casa. La otra familia, encabezada por Thomas Buckle, también traía lo necesario para establecerse, incluyendo ganado. Y, según parece, también venía un soltero. En una entrevista a Ailes (inicialmente socio de la señora Butterfield), realizada al mes de su llegada, comentó que se encontraban dieciocho familias en el valle (¿quince suecas, dos estadunidenses y una mexicana?), varias de las cuales ya habían construido sólidas casas de madera (había cuatro para estas fechas), mientras que otras vivían todavía en carpas. En el corto tiempo que llevaban, algunas habían logrado buenas cosechas de maíz y verduras. Se había trazado ya el sitio urbano para el pueblo, pero se estaba otorgando mayor énfasis –o prioridad– al cultivo de la tierra, con lo cual –comentario del reportero– se había logrado evitar una repetición de la situación que se dio en San Quintín en torno a la especulación de terrenos. Poco tiempo después, también al ser entrevistada, la señora Butterfield manifestó que se esperaban otras quince familias nuevas, también suecas, confirmando la declaración de Ailes en el sentido de que en ese momento había ya quince familias (probablemente se refería sólo a las suecas) o unas 84 personas en la pequeña colonia. Dos semanas después, el número de familias esperadas había aumentado a unos 30 o 40.10 Finalmente, después de un largo y arduo viaje, los tan esperados suecos llegaron a San Diego hacia finales de noviembre.11 Varios miembros de la colonia fueron a San Diego para recibirlos, entre ellos, Albin (Alban) Westlund, que tenía un interés muy particular: entre los recién llegados se encontraba Mill Hamali Quavastrom,12 su prometida. Westlund había salido de Suecia un año atrás. No se sabe en qué momento llegó a Baja California, pero por el mes de junio compró unos 200 acres en Colnett, y en un lapso de seis meses había puesto una parte de este terreno bajo cultivo y construido y amueblado una casa, todo en preparación para recibir a la que sería su esposa. Y el amor no esperó: antes de abordar el vapor Manuel Dublán en San Diego, se casaron.13 El grupo no pudo salir de San Diego sin contratiempo, lo cual ha de haber producido algún malestar y desconcierto entre los integrantes. Al hotel donde se hospedaban –el Comercial Hotel– llegaron varias personas (entre las que se encontraba la señora W. A. Dorris, mencionada también en el citado informe de Sánchez Facio) que habían padecido problemas con terrenos y títulos en San Quintín, para tratar de disuadir a los inmigrantes de sus propósitos, argumentando que jamás conseguirían títulos confiables a sus tierras y que no podrían esperar más que ser timados por la compañía colonizadora. El periódico no hace alusión al uso de la fuerza, pero en una carta del mayor Buchanan Scott, el nuevo administrador de la empresa colonizadora, menciona que los disidentes, probablemente al ver que no hacían mella en la determinación de los recién llegados, los amenazaron con no permitir que se subieran al barco, acción que logró evitar el señor Webb, otro agente de la compañía colonizadora.14 Scott, además de confirmar la llegada de este grupo, subrayaba el hecho de que se trataba de gente muy pobre y que la empresa tendría que apoyarlos, además de proporcionarles tierras, con el suministro de semillas y de caballos.
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Los pocos suecos que llegaron al norte de la península formaban apenas una parte de la emigración masiva de Suecia que empezó en la década de los años 40 del siglo xix, a su vez parte de un fenómeno general de dicho siglo (que culminó en vísperas de la primera Guerra Mundial), cuando millones de personas emigraron del “Viejo” al “Nuevo” mundo. La primera colonia sueca en los Estados Unidos se estableció en Wisconsin, en 1841, bajo el liderazgo de Gustav Unonius, considerado el “padre de la emigración sueca”. Como en el resto de Europa, Suecia no era ajena a los problemas de una creciente población y la consecuente presión sobre la tierra y el desempleo, que condujeron a un profundo malestar social y un extendido descontento político, además de religioso. A mediados del siglo xix, Suecia era todavía un país agrícola sumido en la pobreza. Entre 1750 y 1850 su población se duplicó, aumento que ha sido atribuido a varias causas: un periodo prolongado de escasas guerras; la aparición de la vacuna contra la viruela, que redujo enormemente la mortandad infantil, y la introducción de la papa como suplemento alimenticio.15 Pero, como suele suceder, los adelantos en un renglón producen o contribuyen al desequilibrio en otro: la reducción en la mortandad –el crecimiento poblacional– significó que había más hijos entre quienes dividir la herencia, con la resultante fragmentación de las propiedades en unidades demasiado pequeñas para sostener a una familia. A esto se sumaba el agotamiento de la tierra. Hubo intentos de algunos visionarios liberales de adoptar reformas agrícolas, pero se toparon todavía con la ignorancia y el conservadurismo, lo que impidió implementarlas en aquellos momentos. Por otro lado, Suecia apenas emprendía, en la segunda mitad del siglo xix, el camino hacia la industrialización, y el mercado laboral todavía se encontraba sumamente reducido: no proporcionaba ningún alivio a los cientos de miles de personas que se iban quedando sin tierras o que necesitaban complementar de alguna forma su exiguo sustento. Las primeras oleadas de emigración sueca fueron de disidentes religiosos pero, a finales de los años 60 del siglo xix, una serie de desastres agrícolas produjo una severa hambruna que propició en la propagación de epidemias que cobraron gran número de víctimas. Entre 1867 y 1869 salieron unos 60 000 suecos de su país, y entre 1867 y 1886 emigraron casi medio millón, la mayoría con destino a América, es decir, a Estados Unidos.16 Por lo tanto, las pocas familias que llegaron al extremo noroeste de México no representaban más que una gota en el extenso mar de emigrantes.
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En los dos años siguientes, 1889-1890, todo parece indicar la existencia de una colonia pequeña, pero trabajadora y en progreso. Para febrero de 1889 había unas diecisiete familias cultivando sus propias tierras, sembradas con semillas y árboles que les había proporcionado B. Scott. Wasson tenía entonces unos 100 acres sembrados con trigo, el principal producto de la región, pero, además de sus propias tierras, y al igual que otros colonos, labraba las tierras de la compañía colonizadora, o bien trabajaba en los caminos que se abrían entre los diversos puntos de la región. La empresa tenía la obligación de proporcionar trabajo a sus colonos –los jefes de familias– durante seis meses de cada uno de los primeros dos años, y el caso de la colonia Colnett es el único del cual existe noticia de que se cumplió con este requisito. De esta forma, los colonos pagaban la semilla y demás provisiones, así como por el uso de parejos, yuntas, caballos y otras herramientas que no eran de su propiedad. Alternativamente, cuando no trabajaban en sus propios terrenos o en las tierras de la empresa, parece que buscaban empleo entre los colonos o rancheros más prósperos. Así, por ejemplo, W. A. Mensch reportó que se había ocupado en establecer una huerta para Milton Santee, empresario de San Diego, con un rancho en el valle de Camalú, que incluía un viñedo de 20 000 cepas y una huerta con 50 árboles de nuez inglesa, más otras variedades. Hay diferentes referencias a determinado grado de organización-cooperación entre los colonos: con cierta frecuencia, dos o tres miembros viajaban hasta Ensenada en nombre de toda la colonia para conseguir equipo, herramientas y las provisiones que hacían falta. Hubo un intento de organizar una compañía minera para explorar la región, con un capital inicial de 3 000 pesos (encabezada por la señora Butterfield).17 Se puede intuir que por un lado, la falta de mano de obra y la incapacidad de pagarla aunque la hubiera, y por el otro, el tamaño de los terrenos, requería de cierto grado de organización para ayudarse mutuamente a la hora de cultivar las tierras, en la época de cosecha y en el momento de construir sus casas. La colonia fue dotada con un fundo legal de aproximadamente veinte acres para el trazo del pueblo. Sobre este terreno se llegó a construir una casa de adobe con veranda –que usaba la señora Butterfield cuando no estaba en San Quintín o San Diego–, un hotel, un almacén, una oficina, caballeriza y corral de la compañía, un depósito de agua para surtir a la población y una escuela.18 El incipiente pueblo contaba también con al menos un comercio, una sucursal de Edwards y Smith de Ensenada. La sociedad fue disuelta en 1890, cuando, por razones de salud, Edwards se retiró del negocio y vendió su interés a C. Z. Culver.19 De allí en adelante, se conocería bajo la razón social de W. H. Smith y Compañía, y Culver, que llevaba dos o tres años viviendo en Colnett, seguiría encargándose de los negocios en ese rincón. Para 1892, Benson y Loring también tenían una tienda de abarrotes (no se sabe en qué año se establecieron) en la que vendían provisiones, sobre todo a los mineros que pasaban por allí rumbo a los campos auríferos.20 La pequeña colonia, sus necesidades y la actividad y negocios que generaban sus pocos habitantes fueron, suficientes para ameritar que un vapor local incluyera al cabo Colnett en su recorrido: San Quintín-Camalú-Colnett-Ensenada, que realizaba, en esas fechas, tres veces a la semana. Por otro lado, el proyecto de un ferrocarril que conectara a la región con Ensenada y con San Diego creaba grandes expectativas para el futuro del valle. En 1888 llegó otro inmigrante al norte de Baja California. No era sueco y no perteneció propiamente a la colonia Colnett, pero como sus tierras limitaban con los terrenos de Colnett e interactuaba con sus habitantes, se le llegó a identificar con ésta. Se le menciona, sobre todo, porque fue el único inmigrante de esta localidad que sobrevivió a los vaivenes climatológicos y económicos de la época y, por lo tanto, fue el único cuyo nombre ha sobrevivido como pionero. Se trata de Harry Johnson (¿Yousson?), de Dinamarca, quien de pequeño llegó con su familia a Texas. Ya grande, casado y con familia, por razones de salud –alguna afección de los bronquios– su médico le aconsejó ir al oeste. Llegó a San Diego cuando éste se encontraba sumido en la depresión a causa del colapso del mercado de bienes raíces, a principios de 1888. Decidió investigar al otro lado de la frontera y después de recorrer el territorio, encontró terreno de su agrado al sur de Ensenada. Compró unos 2 000 acres –el rancho San Antonio– que colindaban con Colnett y, al igual que Westlund, limpió y dejó sembrada una parte de su terreno y construyó una casa antes de regresar a Texas para traer a su familia, además de ganado, tanto vacuno como caballar.21 Aunque el ganado llegó por tierra (tres días de San Diego a Ensenada), todo lo demás llegó por mar. El desembarco en la bahía de Colnett consistía en aventar toda la carga al mar, incluyendo la madera para las casas, y dejar que las corrientes la llevaran hasta la playa. En el caso de maquinaria, ésta se desarmaba (según el caso) para formar paquetes de tamaño que facilitaran su transporte, mismos que se ataban a balsas que eran remadas hasta la playa, donde se subían a carretas, o bien los amarraban a unos caballos que los llevaban arrastrando por una distancia de unos ocho kilómetros hasta el rancho. A pesar de los numerosos obstáculos y reveses a que se enfrentaban todos los colonos por igual a cada instante, y de una esposa renuente –cuáquera– que se negó a aprender el español y hubiera querido impedir que sus hijos lo aprendieran, Johnson llegó para quedarse. Sus diversas actividades –la ganadería, la agricultura y la minería– lo llevaron a convertirse en un hombre próspero. En 300 de los 2 000 acres que al principio conformaban su rancho, cosechaba trigo; tenía más de 100 cabezas de ganado vacuno fino, además de porcino, con el cual producía tocino. En su afición, además, a la prospección, también fue afortunado, ya que de una mina –la Socorro, en el campo de Valladares– llegó a sacar 250 000 dólares a lo largo de cinco años.22 En 1891, un viajero que recorría el Partido Norte de Baja California, describió al rancho de San Antonio como el mejor y más moderno que había visto en la región.23 A finales de septiembre de 1889, el Lower Californian reportó de nueva cuenta que varios suecos habían tomado el vapor Carlos Pacheco en Ensenada con destino a San Quintín para seleccionar tierras agrícolas, y que veinte familias se encontraban viajando, desde Suecia, a Baja California, para unirse a las 50(?) familias que se encontraban en Colnett. También mencionaba la pronta llegada de “la primera instalación” (cinco familias) de 100 familias menonitas, rusas, que venían desde Kansas, traídas por el general Webb.24 Ni las primeras ni estas últimas parecen haber llegado, pero eso no impidió que la pequeña comunidad siguiera creciendo: el 10 de febrero de 1891 nació una hija de la pareja Westlund, el segundo acontecimiento de esta naturaleza en tres años.
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En 1888, la administración de la Compañía Internacional había cambiado de manos, en anticipación al traspaso oficial de la concesión un año después. La nueva empresa, la Compañía Mexicana de Terrenos y Colonización, de capital inglés, reestructuró todo el proyecto colonizador. Aunque la sede u oficinas principales de la empresa seguirían en Ensenada, el foco de interés se trasladó a San Quintín, mucho más cerca de Colnett, lo que los colonos han de haber visto con ojos buenos. Desaparecieron las viejas compañías subsidiarias, entre las que se encontraba la Cape Colnett Company, y se crearon nuevas, entre ellas, la Lower Californian Development Company o Compañía de Desarrollo de Baja California, que compró a la empresa inglesa la región de San Quintín, una extensión de aproximadamente 400 000 acres de tierras cultivables. La colonia Colnett quedaba comprendida dentro de esta área, pero por estipulación del mismo contrato de traspaso, se respetarían aquellos terrenos pertenecientes a particulares o pendientes de contratos.25 La señora Butterfield se preocupó ante estos cambios, debido, sobre todo, porque todavía tenía cuentas por saldar, a tal grado que viajó hasta Londres para consultar con la mesa directiva. Regresó satisfecha de los resultados en tanto que logró firmar un nuevo contrato con sir Edward Jenkinson, presidente de la nueva mesa directiva, bajo el cual ella seguiría al frente de la administración de la colonia por otros cinco años. Además, se mostraba optimista en cuanto al futuro inmediato de la colonia, ya que se le había prometido que pronto comenzarían las obras para canalizar el agua de los arroyos San Telmo y San Rafael para la irrigación de las tierras de Colnett, así como la construcción del ferrocarril, obras a las cuales se les quería otorgar prioridad dentro de los compromisos de la compañía. Sin embargo, en los siguientes años se presentaría una serie de reveses, ante la cual pocos resistieron. A finales de febrero de 1891, cayeron fuertes lluvias que si bien en San Quintín fueron consideradas de “gran beneficio”, en otros lados causaron grandes estragos: Tijuana, a causa de las inundaciones, se tuvo que reubicar; en Ensenada se perdió una fábrica y maquinaria de otra; en Maneadero se reportaron pérdidas de cultivos y también de ganado. Tanto el mayor Mensch (San Vicente) como Harry Johnson reportaron grandes pérdidas, por lo que se puede suponer que otros colonos del valle se vieron igualmente afectados. De este golpe, los colonos agricultores se recuperaron pronto, pues a final de cuentas, se pudo sacar provecho de la presencia de agua y, después de las pérdidas iniciales, se lograron buenas cosechas. Pasadas las torrenciales lluvias, Harry Johnson volvió a sembrar sus tierras; en agosto de ese mismo año (1891) importó una máquina segadora-trilladora que requería de 21 caballos para operarla, pero que le permitía cosechar 225 sacos de grano por día.26 El 8 de noviembre envió 30 toneladas de trigo para el molino de harina de Carlos Bennett en Ensenada (el Lower California informaba que era la primera vez que un barco –la goleta Emma– hacía parada en San Antonio para recibir una carga), y un mes después, mandó otras 30. Al año siguiente, en marzo de 1892, Johnson duplicó el tamaño de su rancho de San Antonio al comprar otros 2 100 acres a la compañía colonizadora, adquiriendo un total de 4 100 acres.27 Harry Johnson, como uno de los principales –si no el más importante– ganadero-ranchero de la región, predominaba en las noticias locales. Sin embargo, el Lower Californian hacía referencia a la prosperidad de los habitantes de San Quintín y de la región circundante28 en términos generales. Por otro lado, diversas noticias indirectas permiten entrever cierta actividad de la región todavía a lo largo de 1891, sobre todo en lo que se refiere al movimiento de los barcos que les llevaban provisiones y herramientas a los colonos y que salían con cargas, principalmente de trigo, para los molinos de harina en Ensenada, prioritariamente, pero también para San Quintín, Santo Domingo y Santa Rosalía; además del trigo, llevaban otros productos como frijol y maíz, tocino del rancho de Johnson o mantequilla que producía Westlund de su ganado Jersey. Pero la economía de la región no logró despegar. Es posible que las buenas cosechas de 1891 permitieran a los colonos de Colnett –y a los agricultores en general– aplazar un tiempo más los efectos de una recesión que otros habitantes resentían desde tiempo atrás (y para lo cual el hallazgo de oro en El Álamo, en 1889, no proporcionó más que un alivio o, al menos, una distracción momentánea). Las razones de esta situación son numerosas. La caída del mercado de bienes raíces en el sur de California, en la primavera de 1888, dejó como secuela un ambiente de desconfianza precisamente en proyectos colonizadores y, por lo tanto, hubo retiro de capitales. A esto se sumó una serie de medidas por parte del gobierno mexicano que perjudicó directamente a la economía fronteriza; en particular, la abolición en 1890 de la libre importación de materias primas, que el mismo gobierno había otorgado dos o tres años atrás, afectó a las concesiones manufactureras. No se sabe si dentro de las materias primas se incluía aquellas requeridas por los agricultores, por ejemplo las semillas, pero es de suponerse que sí, ya que, a principios de 1892, se solicitó específicamente, y se consiguió, la libre importación de semillas de trigo a razón de 40 kilos por cada hectárea. A la supresión de privilegios regionales se sumaba la situación de la paridad de la moneda mexicana: entre 1890 y 1894 se aceleró el proceso de su devaluación; esto afectó sobre todo a los residentes de la frontera noroeste en tanto dependían en gran medida del mercado estadunidense para sus provisiones de todo tipo.29 Es posible que mientras se mantenía viva la creencia en el proyecto del ferrocarril, también seguían a flote las esperanzas de una mejora sustancial en la situación peninsular económica. En junio de 1891, la empresa colonizadora inició la construcción del ferrocarril, a partir de San Quintín, con rumbo hacia el norte; el destino final todavía no se definía pero, fuera cual fuera, era de suponerse que pasaría por o cerca de Colnett. Durante diez meses se trabajó arduamente, se importaron una locomotora y diez vagones –el diario local reportaba asiduamente el progreso de la obra– pero el 13 de mayo de 1892 se anunció la suspensión de labores y el despido de todos los empleados, habiéndose completado los 27 kilómetros del primer tramo autorizado por el gobierno mexicano. No se veían muchas probabilidades de continuar con la obra en el futuro inmediato en tanto que la empresa inglesa tuviera paralizadas sus inversiones en la región.30 Por otro lado, y paralelamente, en el mismo año de 1892 se inició una sequía que se prolongaría durante cuatro años, por lo que para junio se habían perdido las esperanzas de lograr una buena cosecha. A lo largo de ese año, muchos habitantes, algunos con una residencia de más de veinte años, abandonaron la región. Gran cantidad de cerraron sus puertas y varios ranchos se pusieron en venta. No se sabe en qué momento la colonia Colnett dejó de existir, ni si fue un abandono paulatino de sus residentes, familia por familia, o un éxodo masivo, la mayoría de una buena vez. De la suerte de sus residentes sólo se sabe de dos, posiblemente tres. Harry Johnson fue el único que permaneció en su rancho y sobrevivió como agricultor. Alban Westlund, en algún momento, se trasladó con su familia a Ensenada, donde trabajó para la Compañía Mexicana de Terrenos. En 1903, él y su esposa tuvieron otra hija, y en el registro de ese nacimiento, Westlund anotó como profesión la de comerciante. En aquella época, en el registro civil de Ensenada se encuentran otros dos nombres de procedencia sueca: Otto(n) Shelland, un marino que se casó en San Quintín, en 1902, con Amelia Rodríguez, originaria de Nayarit, a los que un año después les nació en Ensenada su primera hija y una segunda, tres años más tarde. La otra mención es la de una joven, Alma Barnekoro, originaria de Ulrichornn, Suecia, de 25 años de edad, quien murió en Ensenada en 1902 por “inhalación de fuego interior”;31 sin embargo, en ninguno de los dos casos se tiene información acerca del momento de su arribo a tierras de Baja California, ni si llegaron a formar parte de la colonia Colnett. En resumen, la colonia Colnett, a pesar de su fugacidad y de su tamaño tan reducido, fue excepcional por varias razones: primera, por ser posiblemente el único poblado que se estableció como agrícola, sin miramientos, a priori, a la especulación con la venta de tierras; segunda, por ser el único lugar en el que no predominó en sus inicios el estadunidense como elemento extranjero; tercera, por ser la única colonia, o de las pocas, con inmigrantes europeos que salieron de su país de origen con la intención de llegar a Baja California; y cuarta, porque fue de los pocos puntos fuera de Estados Unidos al que llegaron inmigrantes suecos.
_______________________________________ * Investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas, uabc. hheath@uabc.mx
Notas: 1 En 1793, el explorador inglés George Vancouver, navegando por las costas de la península de Baja California, le puso el nombre de Colnett a esta bahía en honor al capitán James Colnett (1753-1806), explorador y ballenero inglés que realizó cinco viajes en el Océano Pacífico a fines del siglo xviii y principios del xix. Véase David Goldbaum, Towns of Baja California: A 1918 Report. Traducción, introducción y notas de William O. Hendricks, Glendale, California, La Siesta Press, 1971, p. 62. 2 De este personaje sabemos poco. Era originaria de Ohio, de ascendencia escocesa, bisnieta del conde (earl) Lord John Townley. Estaba casada –Butterfield es el apellido de su marido–, y si hubo un marido (William E.) revoloteando a la sombra de esta mujer emprendedora, se sabe porque le tuvo que otorgar poder “amplio, cumplido y bastante” para que en nombre propio pudiera litigar, contratar, y en general, llevar a cabo todos sus negocios. Véase “Medio preparativo de juicio ordinario promovido por la señora R. Butterfield en contra de la Compañía Mexicana de Terrenos y Colonización”, Archivo Judicial de Ensenada (en adelante aje), leg. 10, exp. 24, 5 de marzo de 1892, en Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California (en adelante iih-uabc). 3 Archivo General del Poder Judicial (en adelante agpj), Mexicali, Notarías, Libro de protocolos, primer semestre, 1891, acta núm. 2, 6 de enero de 1891. Butterfield, en sociedad con John L. Ailes, firmó un convenio con W. E. Webb, comisionado de la Compañía Internacional. A los pocos meses se disolvió la sociedad y Butterfield se quedó con todos los derechos y obligaciones de la misma. 4 Lower Californian, 12 de julio de 1888. Colección Donald Chaput (en adelante dc), en iih-uabc. El señor Ailes, supuestamente, hizo varios viajes a Ensenada para denunciar formalmente las minas descubiertas; pero en el Archivo de Minería de Ensenada, las únicas minas que se encontraron a su nombre fueron registradas hasta diciembre de 1889. 5 Lower Californian, 10 de abril de 1888, dc/iih-uabc. De hecho, la primera noticia de un grupo de 25 familias suecas que se dirigía a Colnett data de enero del mismo año, pero ya no hubo más información con respecto a este grupo. 6 Manuel Sánchez Facio, “Informe relativo a la visita de inspección practicada a las colonias establecidas en el territorio de Baja California”, en Carlos Pacheco y Manuel Sánchez Facio, La controversia acerca de la política de colonización en Baja California, Mexicali, sep/uabc, 1997, (Colección Baja California: Nuestra Historia, vol. 12), p. 190. 7 Luis E. Torres a Porfirio Díaz, 10 de febrero de 1888, en Universidad Iberoamericana, Archivo Porfirio Díaz (en adelante uia, apd), leg. iii, doc. 001222, fotocopia en iih-uabc, exp. 3.25. 8 Lower Californian, 5 y 12 de julio de 1888, dc/iih-uabc. 9 De hecho, se podrían atribuir todos los fraudes, o una buena parte, directamente a la empresa de bienes raíces Hanbury y Garvey, ya que esta agencia era la encargada de la venta de terrenos en general y, en particular, de la administración de San Quintín. Sin embargo, al poco tiempo esta compañía levantaría una demanda en contra de la Compañía Internacional, principalmente por comisiones no pagadas, entre las cuales estaban una cuenta de 160 000 dólares por ventas realizadas en San Quintín y 125 000 dólares por el mismo concepto en cabo Colnett, Sánchez Facio, op. cit., p. 190 y 231. 10 Lower Californian, 18 de octubre y 1 de noviembre de 1888, dc/iih-uabc. 11 En Ulf Beijbom, “A Review of Swedish Emigration”, House of Emigrants, en www.americanwest.com/, el autor comenta que el viaje, en general, no duraba más que tres semanas: había que llegar primero a Gothenburg (por tren) para subir al barco que llevara los emigrantes a Hull, Inglaterra, desde donde se tomaba el tren para Liverpool o Glasgow, y en uno de esos dos puertos se abordaba el barco transatlántico para Nueva York. Sin embargo, hay que considerar que no se trataba de gente adinerada y no viajaban precisamente en condiciones de lujo. Por otro lado, como el grupo referido llegó a San Juan Capistrano en tren, es de suponerse que entraron a los Estados Unidos vía Nueva York, y en ferrocarril cruzaron de costa a costa para luego bajar a San Diego, donde tomaron el vapor que los llevó a San Quintín o Colnett, vía Ensenada. 12 Lower Californian, 22 de noviembre de 1888, dc/iih-uabc. El periódico deletrea su apellido tal como lo señalamos aquí; sin embargo, en David Piñera Ramírez y Jorge Martínez Zepeda, Baja California, 1901-1905. Consideraciones y datos para su historia demográfica, Mexicali, uabc-unam/San Diego State University, 1994, p. 66, en el registro del nacimiento de una hija de la pareja, se deletrea Quarustron, lo que podría atribuir, por el momento, a una letra no muy legible en tanto que el dato fue tomado de los registros civiles de la época. 13 Lower Californian, 22 de noviembre de 1888, dc/iih-uabc. El periódico dice primero que un sacerdote sueco fue el que llevó a cabo la ceremonia; pero en otro apartado, se menciona a un prelado sacerdote estadunidense, G.W. Schroeder, que oficiaba en Gothenburg, Suecia, fundador de una colonia sueca en Maine y que se encontraba acompañando al grupo, junto con el agente A. Romander. 14 Buchanan Scott, sin recipiente, sin fecha, en Guildhall Library, Londres, B. Scott Letterpress Book. El general W. E. Webb, además de ser agente, tenía intereses mineros en la región norte y se contaba entre los que abogaban para que el gobierno estadunidense comprara la península bajacaliforniana. 15 Ulf Beijbom, op. cit. 16 Ibidem. En 1910, 1.4 millones de suecos de primera y segunda generación vivían en Estados Unidos, cifra que representaba la quinta parte de la población de Suecia. 17 Lower Californian, 2 de mayo de 1889, dc/iih-uabc. La sociedad minera se formó con la idea de equipar y, en general, apoyar cualquier proyecto minero, en un momento en el que la fiebre por el descubrimiento de oro en El Álamo se encontraba en su apogeo. 18 “Medio preparativo de juicio ordinario...” El expediente incluye una carta de sir Edward Jenkinson a la señora Butterfield, el 20 de mayo de 1891, en la que se hace mención que desconoce el tamaño del fundo legal. 19 Lower Californian, 20 de noviembre de 1892, dc/iih-uabc. 20 Lower Californian, 13 de mayo de 1892, dc/iih-uabc. 21 Ruth Varney Held, “Josie Waldrip and the Meling Ranch”, 1990, y “Memories of Baja’s Meling Ranch”, 1995, documentos inéditos en San Diego Historical Society. Según Varney, por información obtenida en la entrevista con Waldrip, Johnson llegó con 60 cabezas de ganado. Según el Lower Californian, 11 de abril de 1889, arribó con 72 vacunos y diecinueve caballos, dc/iih-uabc. 22 Ibidem. Johnson solía salir con una de sus hijas, aún pequeña, a caminar por el campo en busca de oro. 23 C. M. Drake, en Lower Californian, 15 de enero de 1891. 24 Lower Californian, 27 de septiembre de 1889, citando al San Diego Union, dc/iih-uabc. 25 agjp, Libro de protocolos, Primer semestre, 1892, acta núm. 12, 26 de enero de 1892; ejemplar en iih-uabc. 26 Lower Californian, 28 de agosto de 1891, dc/iih-uabc. 27 Lower Californian, 25 de marzo de 1892, dc/iih-uabc. Por los datos encontrados en agjp, Libro de protocolos, primer semestre, 1892, acta núm. 12, ibidem, sabemos que Johnson tenía 809.71 hectáreas o unos 2 000 acres, por lo cual la información que proporciona el periódico es consistente. 28 Lower Californian, 11 de diciembre de 1891, dc/iih-uabc. 29 La devaluación de la plata mexicana supuestamente favorecía a los exportadores, pero en tanto los agricultores y manufactureros del norte de Baja California encontraron salida a sus productos hacia el interior de la república, no recibieron ninguna ventaja. 30 Durante el periodo 1890-1893 tuvo lugar una crisis financiera internacional, la crisis Baring, durante la cual se congeló el flujo de capitales de Inglaterra hacia el exterior. 31 Véase Piñera y Martínez, op. cit., p. 230. |