La fe del paraguas. Colonos rusos

del valle de Guadalupe

 

Gabriel Kachirisky Kotoff*

 

Quiero dar mi testimonio1 de lo que aprendí de mis antepasados. Soy de la tercera generación, mi nombre es Gabriel Kachirisky Kotoff; que esta historia sirva para las generaciones venideras y no se pierda en la memoria.

Voy a hablar por los dos lados de mis abuelos. Empiezo por la parte paterna. Mi abuelo vivía en Rusia, en Kars, que es parte de Turquía; a los 30 años decidió venirse para Estados Unidos, o sea para América; en ese tiempo, 1860 o 70, el zar que estaba en ese tiempo oprimía mucho a la gente ahí, quería obligarlos a servir en el servicio militar, pero ellos se oponían, no querían porque ellos creían en los Diez Mandamientos que dice “No matarás”, y por eso ellos decidieron venirse para este lado de América. Cuando mi abuelo llegó a Nueva York era poco difícil para él, no sabiendo idioma mas que el ruso, llegó a buscar trabajo en Nueva York, pero cuán difícil era caminar por la banqueta con barbas largas él y otro compañero, la gente que los miraba pensaba que eran otra clase de gente y los aventaba para un lado de la banqueta donde ellos caminaban. Entonces pensaron y dijeron: “¿Qué es lo que está pasando aquí? Ellos son blancos, nosotros somos blancos también, pero por qué nos hacen eso, que nos quieren quitar del camino”. Decidieron quitarse la barba, bueno, entonces ya dijeron que eso era lo que era, ya no los echaban para afuera de la banqueta.

El trabajo era poco difícil para ellos, había una compañía de fundición, había gente que se amontonaba en la puerta, abrían la puerta y entraban 30, 40 personas y mi abuelo intentó dos, tres veces y no podía entrar ahí porque no alcanzaba lugar; un día entró y trabajó unas cuantas horas y tan caliente estaba la fundición, él no podía, desnutrido, mal comido, mal dormido y pensando en su familia, ahí se desmayó. Cuando recordó ya estaba en el hospital; después salió del hospital, se fue a su cuarto que ocupaban él y otros dos compañeros que estaban ahí, pero los compañeros ya estaban trabajando en la fundición, pero él no podía trabajar porque se desmayaba ahí. Entonces empezó a ponerse triste y decidió ir y tirarse en la vía del tren para que el tren pasara y lo deshiciera ahí, pero yo creo que Dios es tan grande que no era para él eso. Entonces caminando por la calle se encontró con un señor armenio que él conocía allá en Rusia y le dijo:

—¿Qué pasó Pablo?2

—Pues aquí ando, no hay trabajo y donde trabajé me desmayé y ahora ya no puedo, no sé qué voy hacer, no he comido, no tengo dinero.  Entonces el señor ese armenio, respondió:

—Bueno, ven, yo te voy a conseguir trabajo aquí en un restaurante, si quieres.

—Está bueno —dijo—, lo que sea.

Y fue y empezó a lavar platos, le consiguió el trabajo, ya se medio acomodó.

 

Entonces mi abuelo dejó a los compañeros, se fue a vivir solo en otro cuarto y durante bastante tiempo estuvo trabajando ahí, juntando dinero. En ese tiempo pagaban muy poquito para traer a la familia; entonces ya cuando llegó el tiempo que juntó un poco de dinero, mandó el dinero para su familia, para Kars, Rusia, y el papá de él recibió el dinero y no quería dar a la esposa y entonces la esposa estuvo muy triste, y como había un delegado entre ellos ahí en la colonia que vivían, no faltó quien le aconsejara:

—Mira, hable con el delegado para que te entregue el dinero y que te vayas con tus hijos para allá con tu esposo; y así lo hizo. Entonces le dijo al suegro:

—¿Sabe qué?, ya le voy a decir al delegado ahí para que me entregue el dinero.

Y como el suegro de él era poco miedoso a la autoridad, le entregó el dinero y decidió venir con él, se vinieron. Eso pasó en un lapso de unos dos años, eso fue en 1901 al 1903; cuando ellos venían mi abuelo ya había partido de Nueva York para Los Ángeles, él se vino en el tren, a veces en carro, el costo del boleto costaba 60 dólares y él no tenía dinero para comer, caminaba en el tren dos, tres días sin comer, y compartía un asiento con una persona de color, y esa persona de color pues yo pienso que era de dinero porque él se levantaba e iba a comer, y lo miraba a mi abuelo que no comía, le preguntaba:

—¿Qué pasó?— con señas, porque no hablaba el idioma, con señas.

—¡Vamos a comer!— y mi abuelo pues le hacía señas que no tenía dinero y entonces ese señor se compadeció de él y le empezó a dar comida y lo llevaba a comer ahí hasta que llegaron a Los Ángeles.

Cuando llegó a Los Ángeles, la familia ya llegó a Nueva York y entonces él pues mandó más dinero ahí para que ellos se vinieran para Los Ángeles y ya cuando estaban en Los Ángeles entonces ya ellos estaban más a gusto porque ya agarraba más dinero; trabajó en la construcción, jalando madera en el lomo porque ése es el trabajo que tenía ahí y con tiempo pues se hizo de poco dinero, ya empezaron a juntarse más gente de allá, conocidos de los mismos rusos. Cuando ya llegó más gente, entonces empezaron a hacer comitivas, comités para juntar, para ir a explorar las tierras porque la meta de ellos era ir a trabajar a las tierras, no querían estar en una ciudad porque ellos creían que tenían que estar produciendo para poder sobrevivir.

Y en otra parte, por el lado de mi abuela: Ella venía de Rusia hasta Nueva York y de Nueva York tuvo que dar vuelta hasta Cabo Hornos para poder venirse hasta Los Ángeles, pero cuando llegaron a Cabo Hornos se encontraron con la Migración ahí, que no la dejaron pasar porque venía con una enfermedad de mal de ojos. Tuvieron que devolverla para atrás a ella y a su familia. Sus padres se devolvieron muy tristes porque pensaron: “Ya no podremos encontrarnos con los familiares, con la demás gente”.

Cuando llegaron a Panamá otra vez, decidieron atravesar el país a pie, que son como unos 50 kilómetros ahí; cuando pasaron al Pacífico, del Atlántico al Pacífico, el barco ya había llegado, ya había dado vuelta hasta el sur de América, se subieron ahí y llegaron a Los Ángeles.

Cuando estaban en Los Ángeles, ese comité que venía buscando tierras, se vino a caballo hasta Tijuana. No les gustó ahí, se vinieron a Rosarito, de Rosarito pasaron a Ensenada y pues no era la meta de ellos ahí y entonces se fueron hasta San Vicente. Ya cuando llegaron a San Vicente dijeron: “No, vamos a devolvernos de aquí”; llegaron otra vez a Ensenada y pensaron: “Si nos vamos otra vez a Los Ángeles, pues no vamos a conseguir nada”.

Cuando decidieron: “Vamos a explorar para éste otro rumbo”, caminaron, caminaron y llegaron aquí al valle de Guadalupe. Era un valle fértil, mucha rama, mucha agua, mucho monte, había animales, leones, tigres; había toda clase de animales, vacas, caballos de la gente que tenía aquí. Ese rancho Guadalupe, eran tres kilómetros de ancho por nueve kilómetros de largo; entonces ellos empezaron a informarse a ver quién era el dueño para ver si lo vendía; y ya informados empezaron a tratar con él, comprando fiado todavía. Dieron una parte del dinero y otra parte en dos años tenían que pagarlo.

Entonces ya empezaron a informarse también con el presidente. En ese tiempo era el presidente Porfirio Díaz. Él les dio permiso de que podían venir a hacer su colonia aquí a Guadalupe. Cuando llegaron para allá a Los Ángeles les dieron nuevas: “Ya encontraron tierras” y yo creo que aquí era donde tenían que venir. Se juntaron y se vinieron de San Pedro en el barco a Ensenada entre 1904 y 1905, ya estaba casi el cinco.

Cuando llegaron a Ensenada se bajaron ahí y traían sus cobijas y todas las cosas que traían, se metieron a la calle Primera, ahí a la Ruiz, ahí se estacionaron, ahí cocinaban, ahí hacían el té y todo; ya cuando llegaron ahí la gente que los miraba, decían: “Esta gente muy rara aquí, ¿qué es lo que está pasando?” Ellos sin hablar español, sin hablar inglés, puro ruso.

Bueno, entonces ya caminaron de ahí de Ensenada para acá al valle y empezaron a desmontar. Ya que empezaron a desmontar y a deslindar las tierras eran más de 100 familias, y cuando ellos terminaban de desmontar y deslindar, sembraban cebada y trigo. Los hombres se iban a Los Ángeles a seguir trabajando allá para poder sostener a la familia y las esposas y los hijos se quedaban aquí y a trabajar también. Ellas trabajaban como hombres, fuerte, hacían adobe para hacer las casas, ellas construían las casas mientras los esposos trabajaban allá; cuando ellos llegaban ya miraban diferente, estaban haciendo sus casas; ellas trabajaban con horquillas en el zacate, en la trilla, también levantando costales de más de 60 kilos, mujeres ya embarazadas para tener familia y así se sacrificaban para tener algo, para poder vivir.

Ya pasaba más tiempo, entre más tiempo parecía que mejoraban ellos, hacían sus servicios, sus cultos los domingos; también en sus casas, el jefe de la familia, el papá o el grande, reunía a sus hijos, oraban, cantaban y luego se ponían a cenar o a comer comidas que hacían; había mucha clase de comida que ellos mismos hacían, que ellos mismos preparaban; también ellos cuando sembraban hortalizas, sembraban repollo, pepino, calabaza, todo lo que se da, coliflor, tomate. Todo eso enfrascaban, embotaban ellos, carne embotaban también, porque en ese tiempo no había refrigeradores, no había nada de eso, hacían subterráneos debajo de las casas para poder tener en lo fresco todo eso; hacían queso y lo salaban para poder comer cuando ya no había modo de hacer, ellos hacían todo eso, criaban vacas, borregos, chivos, gansos, patos, gallinas, todo eso criaban, menos puerco, porque ellos no comen puerco. Ya cuando hacían todo eso embotaban aceitunas también; en ese tiempo ya había algunas aceitunas, árboles de aceituna.

Bueno ya pasó eso mucho tiempo, ya como de 1930 a 1940 había una profecía entre ellos porque ellos cuando oraban, salían a los campos y necesitaban lluvia; ellos tres días ayunaban, oraban y salían al campo y oraban ahí y cantaban; un día despejado, con mucho sol, llegaban ahí y decían: “Bueno, ya terminamos, ya oramos a Dios que nos mande lluvia”, y llevaban paraguas porque ellos creían y sabían que cuando ellos alcanzaban a llegar a la casa era como un kilómetro o kilómetro y medio a pie, iban grandes, chicos, niños también; ya se venían a la casa y decían: “Vámonos porque va a venir el agua”, y ya aparecía una nube y empezaba a llover y cuando llegaban a la casa estaba lloviendo. Qué bendición, yo me pongo a pensar, a meditar en esas cosas, me da alegría y a veces de alegría lloro porque no resisto.

Y bueno, pasó el tiempo así hasta el 40, ya ellos dijeron que en 1930 al 40 de la revelación que tuvieron cuando este valle ya esté plantado de mucha uva, entonces muy pocos de los rusos familias van a quedar aquí. Ya del 40 empezaron a emigrar para Estados Unidos porque en 1940 empezaron a plantar ya en escala grande; y ya del 40 para adelante empezaron a prosperar, ya no empezaron a trabajar con caballos, con mulas, ya empezaron a comprar tractores, carapilas, trilladoras, empacadoras y toda clase de maquinaria que se  utiliza. Empezaron a sembrar alfalfa también, ya una prosperidad grande, mucha gente ya se hizo de mucho dinero porque ya era próspero todo eso.

Entonces un día estaban sepultando a un señor allá en el panteón de los rusos y era noviembre y les decía uno, que se levantó un espíritu y les advirtió: “Mira hermanos en este cañón que está ahí y ahí viene una nube negra sobre el valle, vayan ayunando y orando a Dios para que desvíe todas esas cosas para que ustedes sigan adelante”; muchos no creyeron porque creyeron que ya tenían maquinaria, tenían tierras, tenían todo, ya no era necesario darle gracias a Dios y no era necesario éstas de las cosas que necesitaban tener.

Bueno, llegó noviembre, diciembre; sembraron, enero, febrero, ya no llovía y entonces dijeron: “¿Qué es lo que está pasando?, vamos a decretar un ayuno una semana para que Dios mande la lluvia”. Hicieron eso, mayo, junio empezó a llover bien bonito, empezaron las cosechas a levantarse porque Dios les estaba contestando y el 10 de julio de 1958 vino la invasión y quitó todo. Ya entonces se fue todo para abajo, empezaron a quitar tierras, ya no podían trabajar, iban a trabajar, los paraban ahí en la noche, en el día, ya no se podía hacer nada, y esa fue la causa que yo, en 1961, me fui para Estados Unidos con todo y mi familia a trabajar ahí, a ver qué, a buscar otra vida, pero no pude, no aguanté porque yo quiero mucho a México, yo nací aquí, me crié aquí, presté servicio militar aquí y yo pues mi país es éste, lo demás no es para mí, aquí es donde yo nací y aquí tengo que morir, porque esto es para mí una gran bendición.

En 1955 me casé con Lidia Villa Collins, era una muchacha jovencita, tenía quince años y cuando nos casamos, hicimos boda, procreamos dos hijos nacidos aquí también. Ya el 61 nos fuimos de aquí a Estados Unidos; ellos se casaron allá, tienen hijos allá, tenemos cuatro nietos, ellos ya son nacidos allá, pero yo quiero que esta historia también se transmita a ellos porque yo soy la tercera, ellos ya son la cuarta y quinta generación y con mucho tiempo para adelante y que siga esto grabado para que ellos se den cuenta de dónde vienen las raíces de cada uno de nosotros.

También estoy contento porque tenemos un museo aquí en el valle de Guadalupe, hay muchas cosas que faltan que poner ahí, no hay lugar, pero con tiempo se va hacer más grande para que haya más cosas, para que miren cómo se trabajaba esa gente sufrida.

Ellos sufrieron mucho, por una parte porque no hablaban el idioma; por otra parte porque el trabajo, eran gente trabajadora, gente respetuosa, gente buena, ellos siempre les gustaba ayudar a las personas que necesitaban.

Mi suegro es mexicano, mi esposa es mexicana; mi suegro es de San José del Cabo, él platicaba, él ya lo tenga en gloria el señor, él platicaba que cuando llegaron los rusos, ellos nomás se ponían a trabajar las mujeres; pero qué bonito es cuando están compartiendo la vida entre los dos, esposo y esposa; unos trabajando en una parte y otros en la casa; ellas atendían todo lo que es casero, pero ellas trabajaban allá y esto es para mí un orgullo y un placer de platicar esta historia, pero voy a parar en este momento porque ya es tiempo para que siga adelante las cosas; yo creo que es una de las grabaciones, de las primeras que se hacen aquí en un cassette, porque no sé si habrá otra, no he oído yo, pero para mí que esto se guarde como memoria.

 

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* Entrevista realizada el 4 de septiembre de 1992 y participante en el concurso “Voces de Calafia” organizado por el Consejo Nacional de Fomento Educativo, conafe, delegación Baja California. Agradecemos a Ruth Vargas Leyva habernos proporcionado la grabación de dicha entrevista.

 

 

Notas:

1 Transcripción realizada y revisada por Cristina Ruiz Bueno y Martha Cecilia López López.

2 Se refiere a Paul Fataivich Kachirsky.