Corsarios chilenos en la California del sur |
Estela Davis*
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Los nexos entre el capitán José Darío Argüello, último gobernador colonial en la península de Baja California, y José María Mata fueron mucho más allá de la simple relación entre un gobernador y un subalterno ante un ataque pirata. Argüello era un hombre tan honorable y respetuoso, que su gran amigo José Joaquín de Arrillaga1 lo llamaba afectuosamente El Santo. Fue también el padre de Ana Gertrudis, la esposa de José María Mata, con la que éste tuvo tres hijos, dos mujeres y un varón.2 Asimismo, el capitán Argüello durante sus 34 años de servicio, entre 1781 y 1814, fue además el comandante de los presidios de Santa Bárbara, San Francisco y Monterrey en la Alta California, en ese orden. Quizás por estos antecedentes y por ser el oficial de mayor graduación en las Californias, siendo gobernador de la Alta California, gravemente enfermo y “expuesto a morir de una hora a otra”, Arrillaga escribió, el 1º de mayo de 1814, a los comandantes de los presidios para comunicarles que debido a su enfermedad había designado a Argüello, para sucederlo con carácter de interino en el cargo de gobernador de la Alta California.3 Éste, al asumir el mando, de inmediato nombró como habilitado a su yerno, el entonces cadete de caballería José María Mata. Mientras tanto, Felipe de Goicoechea, quien se encontraba en Loreto al frente del gobierno peninsular, murió en septiembre del mismo año de 1814 y, de manera interina, fue sustituido por el alférez Fernando de la Toba. Al nombrarse a don Pablo Vicente de Sola como el nuevo gobernador de la Alta California, Argüello, quien ya contaba con 56 años de edad, fue enviado a gobernar la Baja California, arribando a Loreto en octubre de 1815 acompañado de su esposa María Ignacia Moraga, algunos de sus catorce hijos e hijas y, desde luego, su yerno, José María Mata, quien pasó a ser el habilitado de la Compañía del Presidio de Loreto. El gobernador José Darío Argüello, quien solía pasar mucho tiempo en Comondú con su familia, tampoco gozaba de buena salud, razón por lo que se vio obligado a dejar el gobierno entre junio y octubre de 1821, siendo reemplazado por el alférez De la Toba.4
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En marzo de 1820, Argüello recibió la trascripción de una nota originada en Acapulco, con la siguiente noticia: “Para este mar han salido de Chile cuatro fragatas5 insurgentes según aseguran, y Panamá está bloqueado por una fragata de guerra”. El teniente coronel don Francisco Rionda, comandante de la sexta división del sur, con fecha 19 de enero de 1820 había comunicado a su superior en Acapulco, Nicolás Basilio de la Gándara, que el 16 del mismo mes, don Toribio de la Sierra, a bordo del bergantín Nuestra Señora de la Barca, había arribado a las playas de Maldonado y Cahuitán, y entre otras cosas le había notificado la salida de las cuatro fragatas insurgentes, lo que fue transcrito al gobernador Argüello.6 Se trataba del almirante lord Thomas A. Cochrane, quien al mando de la Escuadra Nacional de Chile, había partido de Valparaíso rumbo a Guayaquil donde esperaba recalar antes de seguir el viaje a Panamá en persecución de dos fragatas españolas.7 Con sus miles de kilómetros de litoral, desde los límites de Perú hasta más allá de Tierra del Fuego, Chile era reconocido como “las llaves del Pacífico suramericano” y sufrido severamente los ataques tanto de corsarios como de piratas, desde los albores del siglo xvii hasta bien entrado el xix. A fines de la etapa colonial y buscando solución al problema, adoptó las reglas británicas convirtiéndose en una nación corsaria, pero Chile carecía de marineros y oficiales experimentados, así como de los barcos necesarios. De esta necesidad surgió la contratación de la escuadrilla corsaria de Thomas A. Cochrane: un marino inglés, enemigo encarnizado de España, contra la que había luchado en los mares europeos, el mismo que en esos años acababa de contribuir, al mando de una flota de guerra, a la independencia de Chile.8 Cochrane salió de Guayaquil, rumbo al norte, el 3 de diciembre de 1821 y, sin llegar a Panamá, ni explicación alguna decidió ir a México.9 Una justificación razonable podría estar relacionada con las naves que hacían el tráfico entre Acapulco y Manila. Para el corsario, la sola posibilidad de capturar alguna debió haber sido una tentación muy grande. El almirante envió por delante al capitán Robert W. Simpson con el Araucano, un bergantín de 28 cañones, que era el buque más velero de la escuadra, y tal vez el más rápido del Pacífico, en ese momento.10 Así, a fines de diciembre de 1821, el Araucano dio fondo en Acapulco. Al desembarcar Simpson, el gobernador Gándara11 lo hizo apresar y encerrar en el calabozo de la fortaleza,12 y alegando que no iba investido de ninguna comisión debidamente legalizada,13 le prohibió bajar a tierra y le ordenó fondear el Araucano bajo los cañones del fuerte. Cuando al fin pudo entrevistarse con el gobernador, Simpson le informó que el suyo era sólo el navío de vanguardia de la escuadra de Cochrane y que el resto de los buques llegarían en pocos días más a Acapulco. El gobernador, intranquilo, se disculpó y argumentó haberlo confundido con un pirata que merodeaba la costa. Simpson, quien duró varios días prisionero, una vez puesto en libertad subió a bordo del Araucano y salió mar afuera a esperar la escuadra con la intención de prevenir al almirante Cochrane de lo sucedido con los mexicanos. Sin embargo, la escuadra venía demorada a causa de un sinnúmero de problemas, imputables al mal estado de los buques; incluso el 19 de diciembre habían tenido que fondear en el golfo de Fonseca, en El Salvador, para someterlos a reparación.14
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En vísperas de su regreso al sur del continente americano, Cochrane ya sabía que Acapulco no era un buen lugar para aprovisionar a una escuadra cuyo principal consumo era la harina de trigo y el charqui15 de res. Por eso pidió consejo al gobernador del puerto, quien le aseguró que en las misiones de la Baja California podría obtener lo que necesitaba,16 agregando además, con malicia, y quizás con toda la intención de transferir a la Baja California el problema que los corsarios le ocasionaban, que un mercante español que iba con destino a Manila, debía ya hallarse en esa región. Debido a ello, Cochrane ordenó al comodoro Wilkinson que se dirigiera al golfo de California con la corbeta Independencia y el bergantín Araucano y le trasmitió la información del gobernador, recomendando que mantuviera a sus vigías con ojos avizores a ver si lograban capturar esa presa.17 En consecuencia, el 2 de febrero de 1822, Cochrane informaba al gobierno de Chile que había enviado al Independencia de 44 cañones y al Araucano de 28, a examinar el puerto de San Blas y el golfo de California, y que ese mismo día saldría de Acapulco con el resto de la escuadra rumbo a Panamá y de allí a Arica, donde le habían dicho que estaría la fragata Prueba; “Celebraré si así puedo añadir a lo menos una fragata a la fuerza naval de Chile […]”, expresaba en la mencionada misiva.18 El primer punto de recalada de los buques fue la isla madre del grupo Tres Marías en el Océano Pacífico, frente a las costas de México. La encontraron desierta y aprovecharon para surtirse de madera de guayacán necesaria para fabricar poleas. De ahí, Wilkinson decidió enviar por delante al Araucano hacia Loreto, pues conseguir el ganado y preparar el charqui, requería de tiempo. Mientras tanto él, a bordo de la Independencia, planeaba navegar cautelosamente rumbo al sur de la península. Suponía que en ese trayecto podría encontrar el buque español del que Cochrane le había hablado.19 A media tarde del 17 de febrero de 1822, los chilenos entraron al puerto de San José del Cabo en el extremo sur de la península de Baja California y divisaron la nave enemiga o al menos eso creyeron al ver un buque surto en el puerto, que izaba la bandera española. Eso fue suficiente para que Wilkinson lo atacara y aprehendiera a sus tripulantes, pero resultó que se trataba del San Francisco Javier, un mercante mexicano que hacía el comercio entre la costa continental y las misiones bajacalifornianas. Al ser interrogado, su capitán confesó que navegaba con la bandera española para ser admitido en las misiones que aún ignoraban la independencia de México y creían seguir dependiendo de España.20 De todos modos, Wilkinson tomó como rehenes a los tripulantes del San Francisco Javier. Esa misma noche atacó el pequeño pueblo y la iglesia y robó cuanto encontró. Sin embargo algo sucedió. Quizás se arrepintió o pensó que el ataque no había sido oportuno, o tal vez recordó algunas instrucciones de Cochrane o el Plan de Iguala; lo que haya sido tuvo resultados. Al día siguiente, Wilkinson dejó en libertad el bergantín y a sus dos prisioneros, un hombre llamado José Antonio Cuartara y su ayudante, y no sólo eso, sino que devolvió lo que pudo de la rapiña efectuada por él y sus marineros.21 La pérdida de ese buque y el botín fue quizás la primera derrota de los chilenos en la California. Esto le ganó a Wilkinson ciertas simpatías entre algunas personas, especialmente la de Cuartara y su ayudante quienes se convirtieron en sus amigos incondicionales y agentes de los chilenos para la compra de ganado y harina. Cuartara le informó que en Todos Santos estaba fondeado un bergantín pequeño que bien podía llevar a San Blas la noticia del arribo de los chilenos. Temeroso de las consecuencias que podría traer la noticia de su llegada en San Blas, que evitarían que zarpara el galeón de Manila, y hombre atrabancado al fin, Wilkinson mandó a un teniente de apellido Campbell con una partida de marineros, por tierra, con órdenes de echar a pique el bergantín. Cuartara obró de buena fe, no así los vecinos de San José del Cabo, que resultaron más astutos que los chilenos y con toda malicia informaron a Campbell que el lugar estaba a unas ocho leguas de distancia siendo en realidad más del doble.22 ¿Quién querría tener cerca esta clase de gente? Así que cuando llegaron a Todos Santos, hambrientos y exhaustos, se llevaron varias sorpresas. Sin duda, los emisarios de Wilkinson jamás esperaron ser tan mal recibidos. Pero mejor veamos el reporte de esta contingencia que Rafael Amador, primer regidor del ayuntamiento del Sur, envió al alcalde, Juan Bautista Talamantes, en San Antonio:
En relación a este mismo hecho existen dos versiones más: la de Felipe Montes, escrita 37 años después, de la que sólo se transcribe aquí un pequeño párrafo, por ser muy extensa y por tener notables diferencias con las otras fuentes, atribuibles a fallas de la memoria por el tiempo transcurrido. Sin embargo, se puede leer completa en los Apuntes históricos de Manuel Clemente Rojo;25 la otra, es la de los chilenos, que López Urrutia narra de la siguiente manera y que pinta de cuerpo entero a los californios:
Por su parte, don Felipe Montes lo recordaba así: “Nosotros todo lo veíamos con una calma aparente y como si nada nos importara de lo que estaban haciendo […]”28 Efectivamente, los reos fueron conducidos a San Antonio donde los encerraron en un calabozo. El ataque y saqueo de la misión de San José del Cabo y la incursión de la marinería de la armada de Thomas Cochrane en Todos Santos, so pretexto de que la península californiana aun se consideraba dominio español, obligó a Fernando de la Toba, comandante de armas de la jurisdicción del Sur, a jurar la independencia en San José del Cabo, el 25 de febrero de 1822. Con toda oportunidad, las autoridades californianas habían recibido del gobierno emanado del movimiento emancipador copia del Plan de Iguala, decretos de la regencia y de la junta provisional gubernativa, así como la fórmula y ceremonial para la jura de la independencia y la adopción del nuevo sistema que regía en el imperio mexicano.29 La jura de Fernando de la Toba, según Pablo L. Martínez no fue más que una simulación ante el peligro,30 pues todavía en esas fechas había una fuerte oposición de las autoridades de la California a la independencia mexicana, auspiciada principalmente por los frailes dominicos. De acuerdo con Carlos López Urrutia, el que juró la independencia en San José del Cabo, aunque no menciona su nombre, fue el padre presidente de las misiones, fray José Duró. Afirma incluso, que el padre ordenó la liberación de los chilenos presos en San Antonio y que en la ceremonia de la jura tuvo como invitados de honor a Wilkinson y a sus oficiales, quienes aportaron a la fiesta unas botijas de pisco31 [aguardiente], que el comandante mandó traer del buque para brindar por la independencia de México. Según López Urrutia, quien no menciona a Fernando de la Toba, el padre presidente logró reunir entre los vecinos de la jurisdicción 1 500 jinetes armados con lanzas y fusiles españoles, los que dispararon una salva de honor en la ceremonia. Esta cifra es una exageración del cronista, pues para esas fechas la población de San José del Cabo no llegaba a 500 habitantes y toda la municipalidad apenas excedía los 1 000. Aunque todo parecía normal, Wilkinson debió estar asustado, más aún, después de los trágicos sucesos de Todos Santos, y sobre todo porque los jinetes, los que hayan sido, no mostraban intención de retirarse. Éste temía que esa noche, al calor de las copas, los californios los atacarían y no estaba muy equivocado, pues le habían tendido una celada de la que escapó gracias a que usó una ruta diferente para dirigirse al embarcadero.32 Esa misma noche, Wilkinson envió con todo sigilo, por tierra, a un teniente de nombre Richard Vowell Longeville33 acompañado por Cuartara, quien se ofreció a servirle de guía para buscar de puerto en puerto al Araucano hasta dar con él.
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Por su parte, Robert W. Simpson había fondeado el Araucano en Loreto a la sazón capital del gobierno peninsular, alrededor del 15 de febrero,34 después de recalar en varios puertos en busca de ganado.35 La presencia del buque con bandera chilena había provocado el pánico entre la población. El gobernador Argüello y las familias prominentes salieron huyendo hacia Comondú y Las Parras. El capitán Simpson intercambió saludos y expresiones de paz y amistad con José María Mata, quien lo recibió, y al que le manifestó que su cometido era el de adquirir harina y carne seca para continuar su viaje. Por intervención de Mata, el alcalde de Loreto, Juan Higuera, les consiguió unas reses y les asignó un lugar para la matanza. La preparación del charqui la encargó Simpson a un grupo de marinos chilenos, expertos en esta faena. Mientras esto sucedía, anunció que él iría por unos días a Guaymas a comprar la harina y las semillas que necesitaban, dado que en Loreto no se conseguían. Mata no se descuidaba y solicitó a Argüello que le enviara un grupo de vecinos de Comondú armados, para que junto con los voluntarios de Loreto le ayudaran a defender el pueblo. Por su parte, el gobernante no dejaba de enviarle instrucciones:
Ante la ausencia del capitán Simpson y del gobernador, los marineros que se quedaron en tierra decidieron sacar provecho de la situación, asaltando y saqueando la iglesia, las bodegas, y hasta la última choza del pueblo, por lo que José María Mata se vio obligado a atacarlos y los forzó a replegarse en el matadero, quitándoles la mayor parte del botín que habían hecho.37 Ahí los encontró Simpson a su regreso; desde luego, no habían terminado de beneficiar las reses y decidió quedarse en tierra para apurarlos. En el buque sólo quedaron unos cuantos ingleses a cargo del contramaestre. De lo que sucedió enseguida con el Araucano y los corsarios chilenos, algunos historiadores como Pablo L. Martínez señalan:
Igualmente, Stokes y Cabello Pizarro dedican también unas líneas a esta odisea:
Así pues, la tripulación del Araucano se insurreccionó, partió y dejó a Simpson y su gente abandonados a su suerte. Es fácil imaginar la conmoción que esto les produjo, y si a Wilkinson en San José del Cabo le preocupaba no saber del Araucano, al capitán Simpson le producía verdadera angustia no saber nada de la Independencia. La California asestaba una derrota más a sus invasores. Esa misma tarde, Simpson consiguió bestias y un guía para enviar un emisario a San José del Cabo para notificar al comodoro de lo sucedido. Casualmente, ninguno de los mensajeros, tanto el que Simpson envió de Loreto como los que venían de San José del Cabo llegaron a su destino. Se encontraron en el camino. Simpson no podía sentarse a esperar. Su estado de ánimo no se lo permitía y esa misma noche decidió tomar la lancha de auxilio que había abandonado el Araucano en Loreto e ir personalmente a entrevistarse con Wilkinson. Navegó las 169 millas náuticas41 que separan a Loreto de San José del Cabo, sin tocar tierra ni acercarse a la costa, con tan buen tiempo que llegó antes que los emisarios. No es aventurado suponer que la entrevista entre Simpson y Wilkinson no fue muy agradable, dado que entre los planes del comodoro no estaban perder un barco sino ganar otro. Seguramente furioso, zarpó inmediatamente con la Independencia, dejando en tierra a Simpson con la lancha de auxilio y unos cuantos hombres. Wilkinson llegó a Loreto el 4 de marzo de 1822 y ahí se encontró con otra mala noticia. El resto de los marineros abandonados por el Araucano estaban prácticamente prisioneros en la iglesia,42 custodiados por vecinos bien armados. Con la llegada de la corbeta, Mata prefirió deshacerse de ellos y les permitió reembarcarse, no sin antes obligarlos a devolver todos los objetos y piezas de plata labrada que habían robado de la iglesia.43 Mata aprovechó entonces la ocasión de tener directamente el mando militar en Loreto para, en unión del alcalde Juan Higuera, proclamar y hacer jurar la independencia el 7 de marzo de 1822.44 Mientras tanto, la corbeta Independencia se dirigió a Guaymas para proveerse de harina y semillas. No pagaron las reses al alcalde Higuera, pero sí dejaron unos barriles de carne salada y una lancha fue tomada como pago. Entre los robos ejecutados por los piratas, documentados, están el cometido al almacén de la Hacienda Nacional. La mayor parte de este botín consistió en armamento inservible: pistolas, escopetas, fusiles y municiones, así como herramientas de diversos tipos: sierras, garlopas, hachas, clavos, gurbias, que se almacenaban clasificados desde fines del siglo xviii hasta 1810 y cuyo valor fue calculado por Mata, en poco más de 222 pesos, en una relación firmada por él y el alcalde Juan Higuera, junto con los testigos Bernardo Osuna y Alejandro Rosas.45 Por lo que se refiere al robo de la iglesia, también se dice que se recuperó la mayor parte del botín, que además de la plata, incluía las joyas de la virgen, según manifiesta Felipe Montes en la carta antes mencionada, en uno de cuyos párrafos se lee lo siguiente:
Referente a la jura de la independencia de Mata, el único documento localizado en el Archivo Histórico de Baja California Sur, relacionado con este acontecimiento, es un fragmento, dirigido al gobernador José Darío Argüello, sin firma, el cual a juzgar por los agresivos términos en que está redactado y la manifiesta oposición que demuestra hacia la emancipación de México, es evidente que lo remitió el reverendo padre fray Pedro González, quien en esas fechas se encontraba en Loreto:
El remitente no menciona nombres, pero es evidente que se queja del cadete de caballería y comandante interino José María Mata, por haber jurado la independencia a la que los misioneros y Argüello se oponían. Se verificó la jura de la independencia, se devolvió lo robado por los marinos chilenos que permanecían en Loreto quienes se fueron a bordo de la corbeta Independencia con Wilkinson. Sin embargo, la historia de los piratas aún no terminaba, a juzgar por lo que José María Mata informó unas semanas después al gobernador:
Los loretanos recién empezaban a recobrar la tranquilidad, cuando ya tenían de nuevo a los corsarios en casa y la amenaza del regreso de la corbeta Independencia. Por tal motivo, Mata se vio obligado a pactar con el capitán Simpson, que era el que venía en la lancha, permitiéndole desembarcar junto con sus nueve hombres asegurándole por escrito que ni él ni su gente serían molestados y que podrían permanecer en el presidio “en entera libertad” hasta el regreso de la corbeta de Guaymas.49 Por su parte, Simpson se comprometió a no dar problemas. Aunque no se sabe la fecha exacta, todo hace suponer que la corbeta Independencia regresó a Loreto para recoger a Simpson, no así a los marineros que lo acompañaban desde San José del Cabo, los que aparentemente se escondieron o no se les permitió embarcar, ya que luego aparecieron en Loreto para acogerse a la protección de las autoridades, según se advierte en el fragmento de otro informe de puño y letra de José María Mata al gobernador Argüello:
La situación parecía normalizarse; no obstante, Mata ya no podía sostener a tantos hombres y se vio obligado a prescindir de los voluntarios para quedarse solamente con seis milicianos para guarecer el presidio y a los prófugos. Al final del mismo informe rindió un homenaje a los voluntarios que lo apoyaron ante la invasión de los piratas:
El gobernador Argüello ordenó a Mata remitir a los “extraños” a la Comandancia General de Guaymas. Para este fin, el padre ministro de la misión de San Ignacio “con mucha voluntad”, según Mata, les prestó una lancha extra. El transporte fue suficiente para mandar el correo al Yaqui, llevar a los prófugos, traer víveres y de ser posible, tal como lo solicitó Mata al gobernador Argüello, hasta “un par de cañoncitos” para que el presidio estuviera bien defendido. La odisea de los piratas terminó cuando Mata, después de superar una serie de dificultades, despachó a los prófugos. Así lo comunicaba al gobernador:
Después de 42 días de viaje, los tripulantes de las lanchas, una de ellas llamada Santa Rita, los señores Taurino Márquez, Félix Manríquez, Francisco Aguiar, Casimiro Pérez, Juan García y José Moreno tuvieron que esperar hasta diciembre para recibir su pago, alrededor de 25 pesos cada uno, por conducir al grupo de “extraños chilenos” que se habían quedado en Loreto. Los recibos de pago fueron firmados por el sargento Alejandro Rosas, en virtud de que eran analfabetos.55
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En julio de ese mismo año, el anciano gobernador Argüello presentó su renuncia al comisionado del Imperio para la jura de la independencia, don Agustín Fernández de San Vicente. Después de esto, viajó con su familia a Guadalajara donde murió en el invierno de 1827-1828 a los 68 años, desligándose para siempre de José María Mata, su yerno, quien ese mismo año de 1828, abandonó en Guaymas a su esposa Ana Gertrudis Argüello y a sus hijos.56 Por lo que respecta a los corsarios, sólo señalaremos que después de dar por terminadas las operaciones en Loreto, con muchas bajas y sin ningún botín, la Independencia se dirigió al norte para cargar todavía más harina en Guaymas. Wilkinson hizo sus compras, y una vez que el buque estuvo cargado salió rumbo al sur continental dirigiéndose a Guayaquil donde esperaba reunirse con el resto de la escuadra. Wilkinson murió repentinamente en Valparaíso después de la batalla de Chiloé. Simpson se estableció en Chile y con permiso del gobierno volvió a México en 1827, donde sirvió como primer comandante del navío Congreso Mexicano. Vuelto a Chile comandó la escuadra chilena y falleció en 1877, después de haber fundado una familia que dio a su país adoptivo varios almirantes.57 Los chilenos dejaron a la California peninsular, además de los ingratos recuerdos, varias secuelas: la más importante, la proclamación de la independencia de España, no una sino dos veces; esta jura todavía se repetiría tres veces más durante ese año; y además su nombre en el primer punto de su recalada en el sur peninsular, Puerto Chileno, sitio hoy día de un tradicional hotel sudcaliforniano.58
_____________________________________ * Escritora sudcaliforniana nacida en Loreto, radicada en La Paz, Baja California Sur; e-mail: chispeando2000@yahoo.com.mx
Notas: 1 Gobernador de las Californias de 1783 a 1804, año en que las separaron para su gobierno. Arrillaga siguió a cargo de la Alta California hasta 1814. 2 Una de las hijas de Mata falleció de “muerte violenta” a principios de 1821. 3 Oficio del gobernador de la Alta California, José Joaquín de Arrillaga, al capitán José Darío Argüello, Monterrey, 1º de mayo de 1814; véase Archivo Histórico Pablo L. Martínez, en adelante ahplm, vol. 6, Colonia, exp. 599. 4 Fernando de la Toba fue gobernador interino de la Baja California al menos cuatro veces. La primera, al morir el gobernador Felipe de Goicoechea, un año, de octubre de 1814 hasta octubre de 1815; la segunda, cuatro meses, de junio a octubre de 1821, por enfermedad del gobernador José Darío Argüello; la tercera, el mismo tiempo que el año anterior, de junio a octubre de 1822, por renuncia del gobernador Argüello; y la cuarta, de octubre de 1825 hasta junio de 1826, por dimisión de José Manuel Ruiz. 5 Carlos López Urrutia señala que el armamento de la escuadra chilena era el siguiente: O'Higgins, Valdivia, Independencia, Araucano, Mercedes y Aranzazú. Véase, Los Insurgentes del Sur, sitio: www.bbslaguna.com.mx/CarlosLopez/Index.htm 6 Vease: Oficio fechado en Acapulco el 27 de enero de 1820, donde Nicolás Basilio de la Gándara trasmite esta información al Exmo. Señor Conde del Venadito, y éste con oficio fechado en México el 1º de febrero de 1820, hizo llegar una copia al gobernador de la Baja California, José Darío Arguello, quien a su vez distribuyó copias a las autoridades de la Baja y Alta California. Loreto, 21 de marzo de 1820, ahplm, vol. 8, Colonia, exp. 733. 7 Lopez Urrutia, op. cit. Se refiere a las fragatas la Prueba y la Venganza. 8 Hamish I Stewart Stokes y Claudio Cabello Pizarro, Los corsarios en la historia chilena, en www.udec.cl/historia/art2-re7-htm 9 López Urrutia, op. cit. 10 López Urrutia, op. cit. 11 López Urrutia se refiere a Nicolás Basilio de la Gándara. 12 El Fuerte de San Diego fue construido precisamente para proteger al puerto de Acapulco de los ataques piratas. 13 López Urrutia, en el texto ya señalado, dice que la verdadera razón de la detención fue que un carguero español se abastecía de mercaderías en el puerto, y que Simpson no fue recibido por el gobernador hasta que ese buque zarpó. 14 López Urrutia, op. cit. 15 Carne seca y salada, cecina. 16 En esos años, la zona meridional de la península era una notable productora de carne seca, en vista de la enorme cantidad de ganado orejano y cimarrón que vagaba por el campo de la región. 17 López Urrutia, op. cit. 18 Ibidem. 19 Carlos López Urrutia, “Los chilenos en la independencia bajacaliforniana”, en Baja California. Textos de su historia, Miguel Mathes. Compilador, tomo 1, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, sep/ Programa Cultural de las Fronteras, Gobierno del Estado de Baja California, 1988, p. 55. 20 Ibidem, p. 56. 21 Ibidem. 22 Una legua equivale 5 572 metros. 23 Esto confirma la malicia del informante de San José del Cabo. No había tal bergantín y, por consecuencia, Manuel Salgado perdió su goleta. 24 Llama la atención que después de la matanza de chilenos que hicieron los “indefensos” todosanteños, aún encarecían el auxilio por correr mucho riesgo. Todos Santos, 21 de febrero de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 21. 25 Carta de Felipe Montes dirigida a Manuel C. Rojo fechada en Todos Santos, febrero 20 de 1859, en Eligio Moisés Coronado, Apuntes históricos de Manuel Clemente Rojo sobre Baja California, La Paz, Gobierno del Estado de Baja California Sur, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Seminario de Cultura Mexicana, Emérita Escuela Normal Urbana “Prof. Domingo Carballo Félix”, 1996, (Serie Cronistas, 12), p. 53. 26 López Urrutia, “Los chilenos en la...”, p. 57. 27 Ibidem. 28 Coronado, op. cit., p. 55. 29 Pablo L. Martínez, Historia de Baja California. Edición crítica y anotada por Aidé Grijalva, Max Calvillo y Leticia Landín, Mexicali, Universidad Autónoma de Baja California, Instituto Sudcaliforniano de Cultura, xi Ayuntamiento de La Paz, Administración Portuaria Integral de La Paz, 2003, p. 392. 30 Ibidem. 31 López Urrutia, “Los chilenos en la...”, p. 58 32 La corbeta Independencia fondeó en el sitio conocido como Puerto Chileno en la región de los Cabos, llamado así precisamente en memoria de estos acontecimientos. 33 El texto de Carlos López Urrutia ya citado, “Los chilenos en la...”, se basa en las memorias de Richard Vowell Longeville, intituladas Campañas y Cruceros en el Océano Pacífico, Buenos Aires, Editorial Francisco de Aguirre, 1969. 34 No se encontró información documental con la llegada exacta del Araucano a Loreto. Pablo L. Martínez dice que “De San José se desprendió el Araucano hacia el puerto de Loreto, al que atacó el 4 de marzo […]” Martínez, op. cit., p. 393. Por su parte, Carlos López Urrutia, en el texto ya citado “Los chilenos en la...”, p. 55, dice que en San Blas, Wilkinson decidió enviar por delante al Araucano, directamente a Loreto, versión que es la más aceptable, dado que embona mejor con los sucesos y las fechas de los mismos que manejan diferentes cronistas, y también con los documentos que existen en el ahplm, aunque esto signifique aceptar que el Araucano jamás estuvo en San José del Cabo. 35 No se encontró ninguna fuente que confirme la presencia del Araucano en La Paz, aunque es posible que haya estado ahí. Cuando López Urrutia en “Los chilenos en la...”, p. 58, habla de otros puertos, probablemente se refiere, además de La Paz, a Los Dolores, Tembabiche y Agua Verde. 36 Documento incompleto en muy malas condiciones, que requiere de lupa para su lectura, sin origen ni fecha, del gobernador de Baja California, José Darío Argüello, dirigido al comandante interino José María Mata. En ella, el gobernador trata diversos asuntos oficiales y personales, desde los relacionados con los piratas chilenos hasta el extravío de su bacinica. 1º de abril de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 28. 37 Según Carlos López Urrutia, cuando Simpson regresó de Guaymas se encontró con que José María Mata había hostilizado y atacado a la tropa, pero no señala motivo alguno que justifique tal agresión, “Los chilenos en la...”, p. 60. 38 Martínez, op cit., p. 393. 39 Debe decir “1822”. 40 Stokes y Cabello, op. cit. 41 Ésta y otras distancias en millas náuticas fueron proporcionadas por Juan Francisco Rocha de la capitanía de Puerto de La Paz a la autora de este texto. 42 López Urrutia, “Los chilenos en la...”, p. 61. 43 José Raúl Navejas Dávila, “La jura de la independencia en la Antigua California”, Calafia, vol. viii, núm. 3, abril 1996, p. 33. 44 Ibidem. 45 “Relación de artículos extraídos de la Hacienda Nacional por los piratas chilenos cuando se apoderaron del presidio de Loreto”, firmada por el alcalde constitucional Juan Higuera, el comandante interino José María Mata y los testigos. Loreto, 23 de marzo de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 26. 46 Coronado, op. cit., p. 54. 47 Documento incompleto, sin firma, dirigido al gobernador de la provincia [José Darío Argüello]. Loreto y 5 de abril de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 31. 48 Documento incompleto en muy malas condiciones, al igual que otros que aquí se citan, carece de remitente, aunque se identifica por la letra como tal a José María Mata y es obvio que está dirigido al gobernador Argüello desde Loreto. No tiene fecha y la del 22 de abril corresponde a la del registro en el ahplm. El documento es prácticamente ilegible. A 22 de abril de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 37. 49 Constancia por la que José María Mata, comandante interino del presidio de Loreto, permite el desembarco del capitán de la armada chilena, Robert W. Simpson y su gente en Loreto. Loreto, 5 de abril de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 29. 50 Se refiere al bergantín San Francisco Javier aprehendido por los corsarios de la corbeta Independencia en San José, por enarbolar la bandera española. 51 Documento incompleto, en malas condiciones, dirigido al gobernador, sin firma, aunque se identifica la letra de Mata. Aparentemente es parte de un documento mayor, fechado el 1º de abril, pero igual puede corresponder al 10 de abril. Loreto, 1º de abril de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 32. 52 Ibidem. 53 La desnudez y el hambre… El pan de cada día de los soldados y marinos de la Compañía Presidial de Loreto. 54 Informe del comandante interino José María Mata, al gobernador José Darío Argüello. Loreto, 25 de abril de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 39. 55 Recibos de pago cosidos, con el mismo número de registro. Todos firmados por Alejandro Rosas. Loreto, 31 diciembre de 1822, ahplm, vol. 15, República Centralista, exp. 85. 56 Oficio del comandante general del estado de Occidente, don José Figueroa al comisario general de Hacienda, don Juan Miguel Riesgo, donde informa que Ana Gertrudis Argüello se ha presentado criminalmente contra su esposo José María Mata, alférez de la Compañía Presidial de Loreto, por abandono de ella y sus pequeños hijos, y solicita que se le socorra con lo preciso para sus alimentos y el de sus dos hijos, por cuenta del sueldo de su esposo. Guaymas, 3 de noviembre de 1828, ahplm, vol. 21, República Centralista, exp. 18. 57 López Urrutia, “Los chilenos en la...”, p. 62. 58 Ibidem. |