La provisión de misioneros a Baja California durante la primera república |
Jesús Ruiz de Gordejuela Urquijo*
Tras la expulsión de los jesuitas de los territorios españoles en 1768, a los franciscanos y dominicos les fue asignado por la corona el continuar la labor misionera en las regiones más septentrionales de la Nueva España. En estas tierras inhóspitas los religiosos continuaron con la política jesuítica de las reducciones misioneras en la que se pretendía combinar la ancestral organización tribal con el modo de vida cristiano buscando la autosuficiencia, preservando lo privado y comunal y todo ello bajo la tutela de uno o varios frailes encargados de cada misión.1 Para afrontar los enormes gastos que conllevaba la administración y gobierno de las misiones, los franciscanos y dominicos continuaron con la fórmula de los fondos piadosos creada inicialmente por los jesuitas para sus misiones en Baja California. Éstos eran el fruto de limosnas y rentas de fincas legadas por los fieles a los jesuitas para este fin y que tras su expulsión pasaron –por orden real– a ser administradas por el gobierno virreinal. Para coordinar los intereses de las misiones y de la corona nació la figura del procurador de las Californias, cuyo cometido era, entre otras cosas, el de tratar los asuntos de las misiones, con el virrey y los oidores, obtener los 30 000 pesos del erario público necesarios para pagar a la tropa; si fuera necesario trasladar a los misioneros, fletar un barco para las Californias, y hacerse cargo de todos los gastos necesarios para el buen funcionamiento de las misiones.2
Las misiones y el cambio de escenario político
Para finales del siglo xviii las autoridades reformistas novohispanas dieron por finalizada la evangelización de la colonia, por lo que los misioneros debían ser sustituidos por sacerdotes seculares, a excepción de la frontera septentrional –Texas, Pimería Alta (Arizona), Nuevo México, la Tarahumara (Chihuahua) y las Californias– en donde los misioneros eran todavía necesarios. Durante los primeros años del siglo siguiente, cuando los padres dominicos dirigían en Baja California doce misiones y 21 rancherías con una población de 4 500 habitantes, se manifestaron los primeros intentos de secularización. El primero en protagonizarlo fue el gobernador de este territorio, Felipe Barri, quien en 1810 intentó convencer al virrey Francisco Javier Lizana de que no había razones para que las misiones de Loreto y Todos Santos fueran tratadas como tales;3 intento fallido ya que la relación entre el gobierno virreinal y los misioneros era de absoluta confianza y fidelidad, tal como se refleja de la correspondencia entre el director de las Californias fray Bernardo Sola y el virrey Ruiz de Apodaca.4 La noticia de la independencia de México llegó el 25 de enero de 1822 a Nuestra Señora de Loreto (Baja California) siendo el encargado de darla a conocer el emisario del nuevo gobierno, el capitán de la goleta Carmen, Victoriano Legazpi, quien lo manifestó personalmente al gobernador José Arguello. A lo largo de todo el país se sucedieron los juramentos de fidelidad al nuevo régimen y aunque las Californias así lo hicieron, los frailes de las misiones se opusieron a reconocer todo gobierno que no fuera el de su rey: “la prueba que al comisionado [Francisco Vallarta] que condujo los pliegos, lo echaron de la iglesia [de la misión de San Antonio] los frailes, diciendo que estaba excomulgado”.5 Un documento más que refleja la preocupación de las autoridades locales por la actitud de los religiosos californios es una carta fechada el 18 de marzo de 1822 en la cual se dice que “si aquellos padres no han jurado hasta ahora la independencia, no consiste seguramente en ellos, sino en el jefe político y militar que tienen al frente; pues los religiosos siempre han estado a sus órdenes [de Fernando vii]”.6 A pesar del inicial rechazo de los misioneros, las juras de obediencia y fidelidad se celebraron en Baja California el 16 de mayo en la comandancia de La Frontera y un día después en la misión de Loreto. Aunque en un principio la idea de la independencia de la colonia no suscitó la aprobación entre los misioneros, la aceptación de la élite eclesiástica mexicana del proyecto trigarante que salvaguardaba la iglesia católica, les hizo cambiar de opinión. Así el 21 de junio de 1822 llegó a Loreto el comisionado imperial para las Californias, el prebendado de la catedral de Durango fray Agustín Fernández de San Vicente con el fin de adherir al nuevo régimen esta provincia y establecer los primeros gobiernos municipales. Durante el oficio religioso realizado para celebrar tan importante visita, el diácono español fray Tomás Ahumada dirigió a los presentes una encendida exhortación que finalizó con el juramento de fidelidad al soberano constituyente por todos los misioneros allí presentes.7 A cambio, el comisionado emitió un reglamento provisional por el que los misioneros continuaban responsabilizándose del mantenimiento de los bienes de dichas instituciones hasta que el soberano Congreso del Imperio Mexicano no dispusiese otra cosa, y todo ello como vía intermedia entre los poderes misional y civil, ya que en virtud de su artículo quinto se citaba la necesidad de que hubiera representantes del ayuntamiento en la misión. Aunque este reglamento no llegó a entrar en vigor, el mero hecho de una división de poderes desencadenó un importante conflicto entre misioneros y los nuevos cargos de los ayuntamientos respecto a quién le correspondía ejercer la autoridad sobre los indios:
Tras la abdicación del emperador Agustín i, el nuevo gobierno del general Guadalupe Victoria tuvo que enfrentarse a las dos concepciones de Estado –federalista y centralista– que pugnaban por el control de la nueva república y en donde la resolución del problema de las misiones provocó un encendido debate entre ambas posturas. El pensador liberal José María Luis Mora defendía la secularización de las misiones al considerarlas instrumentos que perpetuaban el paternalismo de la política colonial española, y degradaban al indio evitando su incorporación al “mundo racional” en detrimento de los valores individuales.8 La república, clara defensora del proceso de secularización, inició éste a pesar del total desacuerdo de los religiosos misioneros. El padre fray Luis Carrasco, en un informe sobre el estado de las misiones dirigido a la Junta de Fomento de las Californias, manifestaba en 1824 su profunda preocupación por el proceso imparable de la secularización de las misiones de Baja California:
Para estas fechas hasta los obispos mexicanos fieles al nuevo orden aprobaron el relevo de frailes por sacerdotes diocesanos que vivirían del diezmo y de los servicios religiosos que pagarían los parroquianos. Pero la realidad era otra muy distinta, la pobre y escasa población no era capaz ni de producir el sustento suficiente para mantener a su párroco. Las leyes de expulsión de españoles de 1827 y 1829 –por las que se obligaba a abandonar el país a los peninsulares cuya situación no estuviera comprendida entre las excepciones de las mismas– también llegaron a las Californias.10 Muchos de los misioneros11 españoles asentados en estos territorios o eran mayores de 65 años o llevaban en la región al menos tres lustros; por lo tanto la primera ley de expulsión de 1827 no les afectó.12 Los artículos de la primera ley de expulsión de 1827 que influyeron directamente en los religiosos peninsulares fueron el número dos:
Y el artículo quinto: “Los españoles del clero regular saldrán también de la república, pudiendo exceptuar el gobierno a quienes estén comprendidos en la tercera y cuarta parte del artículo segundo”. A su vez la ley de 1829 regulaba la presencia de religiosos: primero:
La suplantación de los religiosos en las Californias: españoles versus mexicanos13
La llegada de religiosos españoles a las misiones se había visto reducida en gran medida, primero como consecuencia de la guerra contra la invasión francesa y segundo por el estado de agitación que vivió la Nueva España durante la segunda década del siglo xix. A esta reducción hay que añadir que tras la independencia las autoridades mexicanas prohibieron la entrada de españoles a México; por ello los misioneros peninsulares –encargados de cubrir las vacantes de las misiones– no pudieron restituir a sus hermanos de las Californias, responsabilidad que recayó en los franciscanos y dominicos nacidos en México. El conflicto entre religiosos y el gobierno mexicano por dirimir quién era el encargado de nombrar a los sustitutos en las misiones y de hacerse cargo de los gastos, marcó las relaciones entre ambos hasta la completa secularización a mediados de siglo xix.
Baja California
El padre Barreda, provincial del convento de los dominicos en la Ciudad de México informaba en octubre de 1827 –dos meses antes de la primera ley de expulsión– al ministro de Estado, Justicia y Negocios Eclesiásticos, Miguel Ramos Arizpe, que aunque el número de misioneros predestinado en las misiones de Baja California era de dieciocho religiosos, tan sólo once eran los asignados y de éstos últimos tres no se encontraban sirviendo en ellas; el primero fray Pedro de Sota por encontrarse en la península y los otros dos restantes, fray José Morquecho y fray Laureano Saavedra, por haber incumplido la orden de dirigirse a Baja California, permaneciendo en el estado de Jalisco
Asimismo solicitaba que nueve de los dominicos –ante los dilatados años de servicio en las misiones y su agotamiento– fueran sustituidos por el doble de misioneros y que el presidente de la república tuviera a bien tener en cuenta las necesidades de su orden, las cuales enumeraba de este modo:14
La respuesta del ministro Arizpe no tardó y tan sólo seis días después de que fuera promulgada la primera ley de expulsión, instaba al padre Barreda en nombre de la patria a cubrir los puestos que dejasen los misioneros españoles en Baja California con dominicos mexicanos:
Consciente de las enormes dificultades para llevar a cabo las disposiciones gubernativas, el provincial justificaba la nula iniciativa de los religiosos mexicanos por servir en las misiones acusando a sus hermanos españoles de acaparar la labor evangelizadora en estos territorios, relegando a un segundo plano la presencia de religiosos mexicanos:
E insistía al ministro de los enormes esfuerzos que deberían sufrir los sustitutos por lo que solicitaba se diera tiempo suficiente para su notificación entre los conventos de la orden y las vacantes fueran restituidas libre y voluntariamente tal como se había venido haciendo en la península evitando la obligatoriedad de la restitución:
En febrero de 1828, los hermanos Juan Bustos y Agustín Andrade solicitaron a su prior y vicario general de los dominicos, fray Mariano Alba, ser enviados a las misiones de Baja California. El procurador de los padres misioneros del territorio de Baja California, fray Francisco Troncoso trasladó al secretario de Estado Juan José Espinosa de los Monteros dicha solicitud, informándole de la crítica situación en la que quedarían las misiones de Baja California si se expulsaba a los siete religiosos españoles que allí servían; tan sólo habría dos frailes para atender a toda la región. Para mitigar en lo posible dicha circunstancia le comunicaba que el padre Bustos partiría vía Acapulco en cuanto se le abonasen los “viáticos y sínodos de tierra y mar y se le expidiese el pasaporte correspondiente”. Mientras esto ocurría, el aviso tuvo efecto inmediato, y un mes después dos dominicos “coristas” de la provincia de San Hipólito Mártir de Oaxaca, fray Feliz Chazari de 20 años y fray Manuel Peralta de 23, solicitaron ser trasladados a la provincia dominica de Santiago para poder dirigirse a las misiones. A pesar de la predisposición de los jóvenes dominicos, el prior fray Mariano Alba se vio obligado a comunicar al ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos que el primero de los religiosos no reunía los requisitos necesarios al no alcanzar los 22 años requeridos para poder ser sacerdote, mientras se solicitaba a los prelados de su provincia un informe sobre la aptitud y conducta del segundo “para evitar el chasco, que ya ha sucedido, de que fuese inepto o por sus costumbres, o por otras causas, que a la discreción de V. E. no se han de ocultar”. El informe del prelado del monasterio de Santa Catalina de Oaxaca, fray Cristóbal Anvea no pudo ser más aclaratorio: “...por mi parte, que me es muy sensible que ambos religiosos no sean igualmente idóneos para un ministerio tan propio de nuestra profesión...”. El procurador de las misiones de Baja California, fray José de Alfaro, advertía en mayo de 1829 al presidente de la república que debido al cumplimiento de la segunda ley de expulsión de españoles, seis religiosos españoles de los ocho que aún permanecían allí debían abandonar el país, por lo que era urgente que se cubrieran con quince misioneros mexicanos. A pesar de estas últimas complicaciones, el ministerio informó al padre Alfaro que si el padre fray Agustín Andrade –quien esperaba desde el año anterior a su embarque para las misiones– quería llegar a su destino debía hacerlo con premura, pues el único buque con esta ruta zarparía en octubre desde el puerto de Acapulco. La desconfianza de los provinciales hacia sus subordinados fue de tal grado que cuando el padre Saavedra no pudo continuar el viaje al enfermar, tuvo que demostrarlo presentando varios certificados médicos en los cuales se informaba la imposibilidad de realizar “todo ejercicio violento sea corporal o espiritual”.15 Los políticos yorkinos veían con preocupación la continuidad de los misioneros españoles en las Californias tras las leyes de expulsión, y no dudaban en responsabilizarlos de los desórdenes que se producían en Baja California. En la misión de San Antonio, el dominico español Gabriel González fue encarcelado por orden del alcalde del lugar, Manuel Amado, bajo la acusación de defender los cánones de la iglesia y de no respetar los repartos de tierras de la misión de Todos Santos, a la cual consideraba como si fuera su hacienda particular. Más que nunca los misioneros seguían velando por los derechos de los naturales, pues se consideraban los únicos capaces de frenar la avaricia de los nuevos colonos. Fray Gabriel González lo expresaba de este modo:
La fracasada expedición de reconquista del general Barradas, en el verano de 1829, despertó aún más el temor de que los misioneros españoles –quienes a pesar de las leyes de expulsión no habían abandonado las misiones– pudieran levantar a los indios a favor de la causa regia. El ayudante inspector de Baja California así se lo hacía saber a su comandante general en Durango, José Castro:17
El prior fray Antonio Brito se comprometió, en marzo de 1831 con el ministro conservador José Ignacio Espinosa, a presentar un listado con los religiosos de su orden en México con el fin de que fuera el mismo ministro quien eligiera a los más aptos en virtud a sus edades. El total de los religiosos que componían la orden en México era de 46 padres, repartidos en doce centros de esta provincia dominica, de los cuales trece ejercían su labor en las misiones de Baja California. La relación de estos últimos es como sigue:18 El gobierno, como no podía ser de otro modo, denegó la invitación y recordó a las autoridades dominicas que esta labor era privativa de las autoridades de su orden:
A finales de este mes de marzo, el provincial remitía por fin el listado de los nueve religiosos que debían partir a cubrir los puestos de los misioneros españoles de las misiones de Baja California: Durante este mismo año, el gobierno de Bustamante facilitó tímidamente el regreso de las familias mexicanas exiliadas como medida previa al regreso de los españoles afectos al régimen. Esta circunstancia no la desaprovechó el padre Tomás Ahumada y para finales de año obtuvo “para sí y demás misioneros españoles de Baja California” la excepción a la segunda ley.20 A pesar de esta medida de gracia la sustitución de los misioneros en Baja California seguía sin resolverse. Cansado el ministro Espinosa de los Monteros de las innumerables maniobras evasivas del provincial de los dominicos, le dio un ultimátum donde lo exhortaba a que cumpliera con sus obligaciones o abandonase para siempre las misiones de Baja California:21
Ante la premura de lo anunciado por el ministro, el 7 de mayo de 1832, el Consejo de esta provincia debatió la competencia de obligar a sus miembros servir en las misiones. A pesar de la opinión contraria de su provincial, la congregación dictaminó finalmente que la provincia no estaba obligada a servir en Baja California, renunciando de este modo a su labor evangelizadora en este territorio.
Meses más tarde, el nuevo presidente Valentín Gómez Farías no tardó en decretar la ley de secularización de las misiones de la Alta y Baja California22 por la que se eliminaba la presencia de los religiosos de las misiones –incluidos los frailes españoles que aún permanecían en ellas– sustituyéndolos por sacerdotes diocesanos durante un periodo de diez años, convirtiendo las misiones en parroquias. Para llevarlo a cabo se asignó a los sacerdotes diocesanos una congrua de entre 2 000 y 2 500 pesos anuales para su sustento, además de una asignación económica específica para los servicios religiosos. La presión política de los sectores más conservadores de la sociedad mexicana junto a la dificultad del clero secular por asentarse en zonas tan alejadas hizo que, en noviembre de 1835, se aprobara un nuevo decreto por el que se devolvía provisionalmente a los frailes el gobierno de las misiones de las Californias, hasta que los sacerdotes enviados por la diócesis tomaran posesión de su cargo.23 Finalmente, los esfuerzos de los españoles que permanecieron en las misiones por continuar con su labor como organización corporativa de recursos y almas –tal como habían venido realizando desde décadas anteriores– resultaron inútiles. Las misiones –símbolo del viejo orden– no pudieron sobrevivir en un nuevo escenario político y económico. Sólo la muerte o la invalidez de los ancianos dominicos españoles causaron la desaparición definitiva de las misiones en Baja California.24
_______________________________________ * Doctor en historia; miembro de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (rsbap) y de Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos; e-mail: josuruizdegordejuela@yahoo.com
Notas:
1 José Luis Mora Mérida, “La iglesia indiana en la segunda mitad del siglo xviii”, en Luis Navarro García (coord.), Historia de las Américas, Sevilla, Alhambra Longman, vol. iii, pp. 642-643. 2 Idoia Arrieta, “Aportaciones vascas al fondo pío de Californias”, en Amaya Garritz, Los vascos en las regiones de México siglos xvi-xix, vol. v, 1999, p. 41. 3 Lilia Trejo, Santa Rosa de Todos los Santos. Una misión californiana (1723-1854), México, unam, 1987, p. 140. Asimismo en Dení Trejo Barajas, La secularización de las misiones y la colonización civil en el sur de la Baja California. 1768-1842, La Paz, Universidad Autónoma de la Baja California Sur, 2001. Incluso el provincial de la orden de Santo Domingo compartía esta apreciación. 4 Idoia Arrieta, “La rsbap y su influencia en las misiones y colonización de la Alta California”, en iv Seminario de Historia de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, vol. i, México, rsbap, 1993. 5 Jorge Martínez Zepeda y José Andrés Cota Sandoval, “El proceso de consumación de la independencia en la península de Baja California”, en Patricia Galeana (coord.), La consumación de la independencia, 1999, p. 39. 6 Archivo General de la Nación de México (en adelante, agn), Californias, vol. liii, ff. 227-230. 7 Martínez y Cota, op. cit., p. 39. 8 Robert H. Jackson, “The impact of liberal policy on Mexico’s northern frontier: mission secularization and the development of Alta California”, en Colonial Latin American Historical Review, vol. 2, núm. 2, 1992, p. 197. 9 agn, Gobernación, caja 341, exp. 10, “Noticias sobre la Baja California”. 10 Romeo Ricardo Flores Caballero, La contrarrevolución en la independencia. Los españoles en la vida política, social y económica de México 1804-1838, México, El Colegio de México, 1969. El número de regulares nacidos en la península miembros de órdenes religiosas establecidas en México era aproximadamente de 1 500 (22 por ciento). De entre éstos 265 fueron afectados por la primera ley de expulsión, de los cuales 97 fueron exceptuados, seis detenidos por enfermedad, cinco por responsabilidades y 43 quedaron pendientes de resolución. 11 Harold Dana Sims, La expulsión de los españoles de México, 1821-1828, México, fce, 1974. La orden más numerosa era la de los franciscanos con 985 miembros, de los cuales 121 eran españoles europeos. De entre estos últimos, 60 fueron expulsados, 40 exceptuados y 21 permanecieron en México en espera de serlo. 12 Jesús Ruiz de Gordejuela Urquijo, Los españoles expulsados de México y su destino incierto (1821-1836), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Universidad de Sevilla-Diputación Provincial de Sevilla, 2004. 13 agn, Clero regular y secular, vol. 36, exps. 1 y 2. Estos dos legajos han permitido conocer las dificultades que encontraron tanto los provinciales de las órdenes franciscana y dominica como del gobierno de la nación por proveer de religiosos los huecos dejados por los misioneros españoles en las Californias. Así el expediente número uno está dedicado en su exclusividad a las misiones de Baja California mientras el número dos se centra en las de la Alta California. Las páginas siguientes son el resultado del estudio de estos dos expedientes. 14 Ibídem, 9 de octubre de 1827. 15 Ibídem, certificados médicos fechados en noviembre de 1829. 16 Trejo, Barajas, op cit., p. 10. 17 agn, Clero regular y secular, vol. 36, exp. 2, enero de 1830. 18 Ibídem. 19 agn, Clero Regular y Secular, vol. 36, exp. 2, p. 72. 20 agn, Ramo de expulsados, vol. lix, exp. 8, ff. 98-113. 21 Ibídem, 4 de mayo de 1832. 22 Jackson, op. cit. La ley de 17 de agosto de 1833 asignó a la secularización por mandato de las misiones de frontera por el que se concedía la emancipación a los indios convertidos que vivían bajo el control de los misioneros y la obligación legal de distribuir las tierras, ganado, edificios y otras propiedades comunitarias. Aunque para 1833 muchas misiones ya estaban medio o totalmente secularizadas, fue en las misiones de la Alta California donde esta ley tuvo mayor repercusión. 23 Ulises Urbano Lassèpas, La colonización de la Baja California y decreto de 10 de marzo de 1857, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1859. 24 Entre los muchos personajes biografiados en estos libros se puede destacar un conjunto de misioneros vascos en la Alta California que permanecieron en sus misiones hasta su deceso. Por citar algunos de éstos: Tomás Eleuterio Estenaga, quien falleció en 1847 en la misión de San Fernando Rey, Francisco González de Ibarra, enterrado en 1842 en la misión de San Luis Rey, Marcos Saizar de Vitoria y Odriozola, quien recibió los últimos sacramentos en julio de 1836 en la misión de Santa Inés; Vicente Sarría Lezama lo hacía un año antes en la misión de La Soledad y José María Zalbidea fallecido en la misión de San Juan Capistrano en fechas tan tardías como el año de 1842.
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