Dominio y dependencia: Soldados e indígenas

en la península de California1

 

 

Lucila del Carmen León Velazco*

 

 

Al igual que otros soldados en el norte de Nueva España, los soldados de la península de California cumplieron varias funciones: defender las misiones y llevar a cabo actividades entre las que se encontraban las de exploración, construcción, agricultura, ganadería y administración. Apoyaron el avance de la frontera misional desde el presidio de Loreto, de donde salían las escoltas para atender a cada misión. No obstante las instrucciones precisas en términos de mantener una separación física y la existencia de un distanciamiento cultural entre los soldados y los indígenas, se establecieron relaciones entre ambos grupos de diversos tipos.

Por una parte, los soldados formaban parte del grupo en el poder y eran los encargados de apoyar a los misioneros en la supervisión del trabajo y la ejecución de los castigos, lo que marcó una relación de dominio. Por otra, el hecho de que los soldados necesitaran del trabajo de los indígenas para la obtención de alimentos de la región, la construcción de edificios y las labores agrícolas y ganaderas, dio lugar a una relación de interdependencia.

La búsqueda de fuentes de enriquecimiento, como las perlas en el sur de la península y las pieles de nutria en el norte, sirvió de base para una relación de intercambio entre ambos grupos. Los indígenas recibían de los soldados instrucción en las diferentes labores y éstos servían de modelo a los nativos en la forma de vida que se desarrollaba alrededor de la misión. Los soldados eran padrinos de los indígenas bautizados y, por lo tanto, fungían como guías espirituales. El propósito de este trabajo es analizar cómo se estructuró la organización social que permitió a estos grupos funcionar de acuerdo a los fines del sistema misional.

 

La relación entre indígenas y hombres de armas europeos se inició con las primeras expediciones a la península, que se realizaron desde el siglo xvi. California tuvo el atractivo de ser objeto de rumores de míticas riquezas, pero también de encontrarse en la ruta de regreso de Filipinas y de contar con la pesquería de perlas, por lo que se organizaron varias expediciones marítimas y terrestres durante los siglos xvi y xvii, que fueron de utilidad  para demarcar las costas, conocer las condiciones que presentaba la región y quedar como un antecedente para el proyecto misional.

Si bien los grupos indígenas que habitaron la península de Baja California estaban constituidos por bandas de cazadores recolectores que utilizaban los recursos de la región sin el uso de la agricultura, y no proporcionaron a los españoles los alimentos que habían encontrado en otras partes de Nueva España, su trabajo, ya fuera voluntario o forzado, fue fundamental para que se afianzara la presencia española. El tipo de relación que ofrecieron, amistosa u hostil, varió dependiendo de la banda que en ese momento se encontrara en la costa, de la experiencia previa que ésta hubiera adquirido de su trato con otros extranjeros y de la actitud con que se aproximaran a ellos los viajeros.2  

Después de algunos encuentros en los que los enfrentamientos con los nativos costara la vida de algunos miembros de las diferentes tripulaciones, las  expediciones incluyeron varios soldados.3  Posterior­mente, por la presencia  del pirata inglés Francis Drake en la Mar del Sur en 1579 y el  ataque al galeón Santa Ana frente a cabo San Lucas en 1587,4 hubo mayor cuidado en la organización defensiva de los navegantes españoles de las costas del Pacífico.5  

El padre jesuita Eusebio Francisco Kino, que participó en la última expedición colonizadora, aprovechó su experiencia para convertir a los californios, pero ahora con una idea clara de las condiciones reales de la península. Consiguió el apoyo de los padres Juan María Salvatierra y Juan de Ugarte quienes reunieron donativos para sostener a las misiones californianas y fundaron los primeros establecimientos. Al solicitar los jesuitas la licencia para trabajar en las Californias, se preocuparon por definir las atribuciones y privilegios de los militares y estipulando que los gastos de sostenimiento de la tropa correrían por cuenta de los padres, y que los soldados quedarían bajo la autoridad de los misioneros.6  Salvatierra empezó con un pequeño grupo que llegó a ser de 30 hombres.7  Después, el número varió hasta que una rebelión en 1734 hizo ver a las autoridades la necesidad de aumentar la tropa a 60 y  a establecer un presidio en San José del Cabo, de poca duración.8  

Loreto, centro de administración religiosa, fue también la sede de la compañía militar. Desde el presidio de Loreto se dirigían las escoltas a diferentes destinos para sus funciones de defensa. La infor­mación sobre los miembros de la Compañía de Loreto indica que los jesuitas trataron de ser cuida­dosos al contratar soldados, debido a la importancia de estos militares como modelos para los indígenas y tener mayor garantía con europeos y criollos, no había muchas opciones, según señala el padre Vene­gas viéndose obligados a aceptar mulatos, mestizos y otras castas. Aunque los jesuitas frenaban el crecimiento de poblaciones al limitar la entrada de personas a las California, un antiguo soldado, Manuel de Ocio, logró obtener el permiso para explotar minerales en la parte sur de la península y con él se iniciaron actividades mineras que atrajeron un nuevo tipo de habitantes, a pesar de la protesta de los misioneros.9 

Debido a que las misiones no tenían suficientes recursos para sostener a sus neófitos en forma permanente, los dividían en grupos que en forma alternada permanecían por periodos cortos en la misión. Para hacer que funcionara dicho sistema rotativo era necesario que los soldados ejercieran presión sobre los indígenas para que éstos acudieran periódicamente a la misión y, si escapaban, eran traídos a la fuerza y castigados severamente. 

Tanto soldados como misioneros utilizaron la experiencia adquirida con indígenas de otras partes del norte novohispano y, con este bagaje marcaron pautas que seguirían durante el resto del periodo misional en esta región. En los primeros contactos con los nativos de la península de California los soldados, al igual que los misioneros, usaron obsequios  para dar a conocer sus buenas intenciones o retribuirles por algún servicio y mantenerlos como aliados. El alimento difícil de conseguir en ciertas épocas del año, las herramientas que eran de gran utilidad y los ornamentos, signo de mayor estatus, eran muy atractivos para los indígenas, acostumbrados al intercambio de regalos como forma de reciprocidad. Sin embargo, en ocasiones estos regalos fueron rechazados por desconfianza o temor, o por sentir que se favorecía a los grupos enemigos. Además, el  manejo de elementos ajenos a los nativos, armas de fuego, animales como caballos y perros, reforzaba el temor como un elemento importante de su relación con los soldados.10  

Aunque no existían muchos recursos que pudieran ser usados con fines comerciales, algunos indígenas llegaron a desarrollar gran destreza en la elaboración de ciertos productos que les permitió allegarse de recursos propios y adquirir además una mayor categoría entre su grupo. Rosa Elba Rodríguez Tomp señala al respecto:

 

con mucha frecuencia pedían y se les concedía licencia para llevar a vender a los soldados, marine­ros o a sus familias, ya gallinas, ya cueros de venados o gamuzas (que sabían trabajarlas muy bien) ya frutas, ya medias de algodón, que las indias habían aprendido a hacerlas muy bien.11 

 

Una cuestión objeto de disputas entre misioneros y soldados fue la explotación de perlas, lo que causó la destitución y el destierro de uno de los primeros capitanes y de varios soldados. Los placeres de perlas fueron un gran atractivo para los habitantes de la contracosta (Sinaloa y Sonora) y facilitó incluso el reclutamiento de soldados.12  En diferentes ocasiones los misioneros denunciaron este comercio ilícito, que daba ocasión para que se abusara de los indígenas, apropiándose de sus recursos, maltratándolos y robando a sus mujeres.

La conducta de los soldados hacia las mujeres indígenas, con las que tenían relaciones sexuales ya sea con su consentimiento o por la fuerza, fue una causa de queja común. Una posible solución, los matrimonios mixtos, dio origen a nuevos problemas. Clavigero menciona el caso de un soldado cuya esposa era una neófita. Durante la festividad de la pitahaya, muy importante para su grupo indígena, la mujer abandonó a su esposo para acudir al festejo. El soldado fue a buscarla para obligarla a regresar con él y fue detenido por los indígenas. La situación se complicó al grado de provocar una rebelión.13  Es evidente que el punto de vista de las mujeres indígenas con respecto  a su rol de esposa no concordaba con el de los españoles y la libertad sexual a la que estaban acos­tum­bradas era frecuentemente malinterpretada. Los misioneros optaron por llevar a California hombres casados, encontrando que las esposas podían también jugar un papel importante como modelo para las mujeres indígenas.14 

Los militares tuvieron un papel primordial para defender a los misioneros en caso de rebelión, para castigar a los indígenas por diversas faltas y mantenerlos bajo el dominio de los misioneros.  Igualmente ayudaban a los religiosos en prácticamente todos sus proyectos. Sin embargo, las fuentes consultadas, en su mayoría escritas por misioneros, destacan la labor de los religiosos y adjudican a los soldados un papel menor. Aunque los misioneros dirigían la empresa misional es muy probable que hayan consultado a los soldados para las decisiones importantes e incluso que éstos hayan tomado iniciativas propias. Las diferencias de opinión deben haber causado conflictos entre misioneros y soldados, sobre todo en referencia a los indígenas, que los misioneros consideraban de su sola jurisdicción. Es posible que estos enfrenta­mientos no se encuentren en las fuentes como tales, sino disfrazados como reportes por faltas de disciplina o insubordinación de los soldados.

Las reformas borbónicas tuvieron un fuerte impacto en California: desde la expulsión de los jesuitas, la entrega de las misiones de éstos a los franciscanos, el nombramiento de un gobernador militar y político y el avance de la colonización de la Alta California hacia el norte.

El periodo en que los franciscanos estuvieron a cargo de las misiones peninsulares estuvo marcado por graves conflictos entre estos religiosos y los militares que pasaron a estar bajo el mando del gobernador. Los misioneros lucharon por conservar el control que habían tenido los jesuitas, pero el gobierno español no estuvo dispuesto a permitirlo; incluso se discutió la posibilidad de que la administración económica de las misiones no quedara a cargo de los frailes y, por ello, se dieron fuertes enfrentamientos entre las dos autoridades. 15  Es importante destacar que los indígenas, al darse  cuenta de las desavenencias entre ambas autoridades y la disminución del poder de los franciscanos, tomaron ventaja de esa situación para su beneficio. Incluso aprovecharon la enemistad del gobernador hacia los religiosos y de esta manera hicieron  llegar al virrey sus quejas contra los misioneros.16  En cambio, otros indígenas quedaron en medio de la discusión entre las autoridades que se disputaban, principalmente, la explotación de su trabajo. Las relaciones entre indígenas y soldados adquirieron un nuevo matiz al detentar éstos una autoridad equiparable a la de los religiosos.

En 1773, los dominicos recibieron las misiones de manos de los franciscanos y estos últimos se fueron a la Alta California. El cambio de orden religiosa no favoreció al entonces gobernador Felipe Barri quien fue transferido debido a los fuertes enfrentamientos que tuvo con el presidente de las misiones. Sin embargo, para este momento, la organización del ejército en América ya había sido objeto de transformaciones importantes y las consecuencias de la Guerra de los Siete Años se manifestaba en una mayor atención a los asuntos militares. El nuevo gobernador, Felipe de Neve, también tuvo conflictos con el misionero presidente fray Vicente Mora, pero recibió mayor apoyo de las autoridades superiores. Incluso fue nombrado posteriormente Comandante de las Provincias Internas y su experiencia en las Californias determinó que se le encargara la elaboración de un reglamento que se ajustara a las condiciones de la región, el cual sirvió de guía para la orga­nización militar de las Californias.17  Se pretendía dar una mayor formalidad a las compañías militares de esta región.

Durante el periodo dominico en la península podemos observar una distribución de los soldados en la península, en tres áreas: Loreto, La Frontera y el sur. Las principales actividades de la tropa se realizaban en la Comandancia de la Frontera, ya que más de la mitad de los soldados estaban destinados a esa zona. En la década de los 80, de los 47 soldados con que contaba la Compañía de Loreto, entre 25 y 32 realizaban sus actividades en La Frontera, de nueve  a dieciseis en Loreto, mientras en el sur el número variaba de cuatro a siete. En la década de los 90 se dieron dos aumentos considerables en la tropa, que coincidieron con nuevas fundaciones (San Pedro Mártir de Verona y Santa Catalina). Hubo otro incremento sustancial hacia 1804, probablemente justificado por rebeliones indígenas; no obstante, era un grupo muy pequeño para controlar un amplio territorio. Es importante agregar que a la Compañía de Loreto se integraban ahora los hijos de los soldados, ya nacidos en la península.

Los militares continuaron apoyando el funcionamiento de las misiones dominicas participando en distintas actividades e instruyendo a los nativos en las tareas que ellos no consideraban dignas de su posición. Algunos indígenas desarrollaron su trabajo en los presidios a cambio de un pago, pero otros lo hacían para cumplir una condena, como los indios cimarrones, que eran castigados por tratar de escapar del control misional.18 

Hay diversas evidencias de los conflictos entre los soldados y los indígenas. Varios reportes mencionan la muerte violenta de soldados, pero los registros son escuetos y no se puede saber si la agresión era personal o contra la figura que representaban esos soldados.19  

Los motivos para esta actitud hostil eran variados. El comercio de nutria, por mencionar un ejemplo, fue una de las causas: los soldados arrebataban a los indígenas las pieles que habían obtenido para beneficiarse de ellas. Como este caso hubo otros y las diversas recomendaciones para detener los abusos de los soldados dejan percibir que era un problema frecuente. La participación de los soldados en los juicios contra indígenas requiere mención especial ya que se nombraba a  un soldado defensor de un indígena porque sabía leer y escribir, no por sus conocimientos de la ley o a su interés por actuar en su defensa. El robo de ganado fue otra de las  causas comunes de conflicto ya que los indígenas robaban como una forma de obtener alimento; esta práctica aumentaba en tiempos de escasez, por lo que era un problema grave para las escoltas y las misiones.20  

Los indígenas de la frontera expresaban de manera continua y diversa su resistencia a la integración al sistema misional y  a la presencia de un grupo que desequilibraba su forma tradicional de vida y de obtención de recursos. Las muestras de resistencia hacían que fueran vistos con recelo de parte de las autoridades españolas. Aunque se recomendaba que no se permitiera a los indígenas aprender a cabalgar ni a usar las armas de fuego, esto fue difícil porque a menudo eran encargados de cuidar el ganado y entrenados como auxiliares en caso de guerra. A pesar de que no se les enseñaba directamente el uso de las armas, observaban cómo las utilizaban los soldados. Si bien se recurría a los militares para integrar a los indígenas al sistema misional, era difícil establecer límites a la relación resultado de un contacto continuo. Los misioneros franciscanos y dominicos aprovecharon el brazo militar para controlar a los indígenas, pero no pudieron hacer lo mismo con los soldados, como fue durante el periodo jesuita.

Los indígenas fueron sirvientes de los soldados, sus aprendices y sus auxiliares, bajo una condición de desigualdad que marcó sus relaciones. Desafortunadamente no se han encontrado fuentes que permitan aseveraciones al respecto; en las que existen, se percibe la diferencia racial así como el prejuicio cultural. Los soldados y sus familias formaban parte del grupo conquistador  y compartían el poder y los privilegios de esta posición.

Al estudiar las relaciones entre soldados e indígenas en la península de California durante la época misional hemos encontrado una serie de interrogantes de difícil respuesta, que impiden generalizar a través del tiempo y del espacio. En esta región existían diversos grupos indígenas con diferencias que deben haber dado matices propios a la interacción con los europeos. Además, la forma de trabajar de jesuitas, franciscanos y dominicos pudo haber despertado reacciones distintas, tanto en indígenas como en soldados, influyendo en sus relaciones.

Los documentos militares consultados dan evidencia de conflictos que, en su mayoría, son reportes de sucesos fuera de lo común, pero los acontecimientos cotidianos donde soldados e indígenas trabajaron en estrecho contacto en una relación quizás de afecto y respeto no se reportaban y esto deja un hueco en nuestra percepción del pasado. Entre la misma tropa existían distinciones importantes como los que se pueden percibir entre oficiales y soldados, así como entre españoles y mestizos novohispanos. Además, hay que tomar en cuenta los cambios generados a lo largo del periodo misional, tanto en indígenas como en soldados. Los primeros, al sufrir el impacto de la dominación española y, los segundos, en el proceso de adaptación y arraigo a la vida en la península californiana.

 

 

_____________________________________

* Maestra en historia; investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas uabc, e-mail: lleon@ubc.mx

 

 

Notas:

 

1 Ponencia presentada en el 52º Congreso Internacional de Americanistas: Pueblos y Culturas de las Américas: diálogos entre globalidad y localidad, en Sevilla, del 17 al 21 de julio de 2006.

2 Rosa Elba Rodríguez Tomp, Cautivos de Dios. Los cazadores-recolectores de Baja California durante el periodo colonial, México, ciesas/ini, 2002, Col. Historia de los pueblos indígenas de México, pp. 112-115.

3 En la expedición que finalizó Fortún Ximénez, preparada desde el puerto de Santiago, provincia de Tehuantepec, se contrataron hombres para el trabajo de mantenimiento de los barcos. Se registraron herreros, carpinteros, calafates, así como personal de navegación como pilotos, marineros, buzos; y admi­nis­trativos, como contador, veedor, tesorero, alguacil mayor, escribano, pero no se encuentran anotados soldados. Lucila del Carmen León Velazco, La utilización de los puertos de nueva Galicia en la navegación a California (siglos XVI y XVII), tesis de maestría, El Colegio de Michoacán, 1985, pp. 69-71.

4 La falta de armamento y gente de guerra, además de que la tripulación venía enferma y mal alimentada después de la travesía, ocasionó que Thomas Cavendish pudiera atacar la nao con una mínima resistencia por parte de los españoles. W. Michael Mathes, Californiana I. Documentos para la historia de la demarcación comercial de California, 1583-1632, Madrid, Ed. José Porrúa Turanzas, 1965, Col. Chimalistac de libros y documentos acerca de la Nueva España, núm. 22, pp. 68-69

5  De los viajes organizados después de dichos sucesos podemos tomar como ejemplo el de Sebastián Vizcaíno en 1596 quien declaró llevar en su expedición alrededor de 300 hombres de mar y guerra. Mathes, Californiana I. Documentos para la historia..., pp. 262-263. Francisco de Ortega, en un proyecto más modesto, anotó ocho soldados como parte de la tripulación del viaje que realizó en 1632; sin embargo, en su viaje del año siguiente registró 23 soldados, un alférez y un sargento. León, op. cit., pp. 150-156.

6 Venegas expresa que el padre Salvatierra cuidó desde un principio que se diera al presidio jurisdicción y potestad legítima, que le fue concedida junto con las demás licencias de la entrada a Californias. Miguel Venegas, Noticia de la California, México, Editorial Layac, tomo ii, 1943, p. 167.

7 Salvatierra al padre Juan de Ugarte, 1 de abril de 1699, en La fundación de la California jesuitica. Siete cartas de Juan María Salvatierra, S. J. (1697-1699), Edición, introducción y notas de Ignacio del Río, México, Universidad Autónoma de Baja California Sur, p. 185.

8 Para mayor información sobre el presidio durante el periodo jesuítico consultar a Ignacio del Río, El régimen jesuítico de la Antigua California, México, unam, 2003 y a Harry Crosby, Antigua California. Mission and colony on the Peninsular Frontier, 1697-1768, Alburquerque, University of New Mexico Press, 1994, pp. 155-179.

9 Para mayores informes sobre este tema, véase Jorge Luis Amao Manríquez, Mineros, misioneros y rancheros de la Antigua California, México, inah, 1997.

10 Rodríguez Tomp, op. cit., pp.135-143.

11 Ibidem, p. 170.

12 Es muy probable que la llegada de soldados voluntarios, algunos de noble cuna, a apoyar al padre Salvatierra haya sido motivada por el atractivo de las perlas californianas.

13 Francisco Javier Clavigero, Historia de la Antigua o Baja California, México, Ed. Porrúa, 1970, Col. Sepan cuantos, n. 143, p. 113.

14 Tal fue el caso de la esposa de Esteban Rodríguez Lorenzo.

15 En el llamado Reglamento de Echeveste, Serra logró que sus propuestas fueran integradas, lo que representó un triunfo para la política en las Californias, que tenía entonces como prioridad el fomento de las misiones de Alta California.

16 Fray Francisco Palóu, Cartas desde la península de California, 1768-1773, Notas y apéndices de José Luis Soto Pérez, México, Editorial Porrúa, 1994, p. 260.

17 Conforme a las sugerencias del gobernador Felipe de Neve,  el reglamento para el gobierno de la provincia de Californias (1781), señalaba que la Compañía del Presidio de Loreto, cabecera de la Antigua California, debía tener fuerza de un capitán, un teniente, un alférez y 44 plazas que incluyeran dos sargentos y tres cabos. La tropa debía estar distribuida de la siguiente manera: un pequeño destacamento en el real de Santa Ana con un sargento y seis soldados; en las misiones de La Frontera, un oficial subalterno, dos cabos y 23 soldados y en Loreto un capitán, un oficial subalterno que había de servir de habilitado, un sargento, un cabo y diez soldados.  Felipe de Neve, Reglamento para el gobierno de la provincia de Californias, 1781, Salvador Bernabéu (ed.), La Paz, Doce Calles/Ayuntamiento de La Paz, 1994.

18 Steven W. Hackel, Children of Coyote, missionaries of Saint Francis. Indian-spanish relations in colonial California, 1769-1850, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2005, pp. 295-320.

19 José Manuel Ruiz, certificación de la muerte de los soldados José Cruz Higuera y Juan Camacho, San Vicente Ferrer, 9 de abril de 1804, Archivo Histórico de Baja California Sur, en adelante ahbcs, leg. 1, doc. 435; Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California, en adelante iih-uabc, caja 3, exp.15, doc. 149.

20  Proceso contra José María Salgado, soldado de esta Compañía, acusado de una casualidad de lo cual resultó la muerte de un indio natural de esta misión, llamado Ildefonso López, Loreto, 25 de junio de 1810, ahbcs, leg. 1, doc. 534, iih-uabc, caja 4, exp. 19, doc. 207.