Adalberto Walther Meade:

Una semblanza1

 

Luis Sánchez Vázquez*

 

Adalberto Walther Meade es trabajo; un trabajo desarrollado temprana, ardua, prolongada y tesoneramente. Cualquiera diría que al ingeniero Walther le fue dado elegir el momento y lugar en que nació: Torreón, Coahuila, septiembre de 1913; silbatos de tren, gritos de huertistas y carrancistas y el trote de cabalgaduras sobre el empedrado, inquietaron el sueño del niño Adalberto.

Más que una casualidad, pareciera haber aquí una premonición; el destino empezó marcando su sino histórico, como en el viaje aquel, en Bélgica; la emoción adolescente todavía guardada en la memoria del paseo aquel cerca al castillo de Bouchout: ¿en verdad sería la emperatriz Carlota la anciana aquella que le señaló su abuelo?

Establecido ya en la ciudad de México, comienza a vivir su juventud, una juventud que a través de los ojos y con la conciencia, ve proyectarse sobre la vida nacional y la individual el episodio vasconcelista que, como ha comentado, le influye de manera importante, transformando a los de aquel momento en partidarios de una causa política que aún no triunfa aquélla que pide a la política tener conciencia.

Ingresa a la Escuela Nacional Preparatoria, a la universidad de aquel 1932 que, con el rector Gómez Morín al frente, lucha por no ser uncida a la visión de un régimen ávido de avasallarlo todo, pero que debió liberar la fuerza de una generación fundacional, la cual pensaba en un México más universal, más cierto, más justo, más de todos.

En 1934 experimenta la Facultad de Ingeniería, en donde cuatro años después se recibió como ingeniero en minas. Trabajó para diversas empresas mineras en varios lugares del país y en su oficio conoció desde luego la entraña de la tierra, maduró el interés por el dato, se interesó en la naturaleza del suelo, la geografía y sus accidentes, y el drama humano que, permanente, en ella se desarrolla para ir escribiendo el devenir, el casual y el trascendente: la historia.

En el discurso de bienvenida a la Academia Mexicana de Historia, que la maestra Clementina Díaz y Ovando dedicó al ingeniero Walther, señaló de su venida a nuestro estado, que esto sucedió debido a que “la reina Calafia lo sedujo y atrapó para siempre”, secreto que, como muchos que guarda, no ha sido aún revelado. Lo cierto es que para 1943 llega a esta tierra que acabaría por ser la suya, tan suya como la pasión por conocerla, que a la larga, terminó siendo su segunda vocación y oficio.

Desmontando terrenos, abriendo canales y construyendo caminos, contribuye al desarrollo del valle; y no sólo eso, durante algún tiempo radica allá y se dedica al cultivo de la tierra. Y fue tal vez durante alguno de aquellos atardeceres en el campo, crepúsculos de dramáticos rojos, rosas y escarlatas –los más hermosos del mundo, regalo de Dios a Mexicali–, cuando surgieron las primeras preguntas inquietantes: ¿qué hubo, qué pasó aquí antes?

Vinieron luego responsabilidades de otra índole: cunae habitus funda, dice un aforismo latino y es verdad: el hombre es habitante del lugar en que siembra sus cunas, y aquí sembró también una familia, junto con doña Irene, su esposa y compañera de tantos años.

No le impidieron nuevos compromisos –la construcción de puentes, caminos y edificios– dedicar sus ratos a la preocupación por la historia de nuestra región.

La mente, el espíritu y las manos de este explorador del tiempo, comenzaron a ocuparse de la faceta que tal vez más le distingue: su afición e interés por reunir informes, documentos, mapas, libros, periódicos, gráficas, fotografías, objetos y todo aquello que sirviera para avanzar en la búsqueda, hacer sólido el argumento, construir hipótesis, descubrir y dar luz sobre ámbitos que antes fueron ignorancia o duda.

Poco a poco esa segunda vocación fue demandando más atención y abarcando más de su tiempo.

Aquellas manos de técnico comenzaron a cambiar de oficio, y al fin apareció el humanista. Iniciaron por anotar datos –tal vez al reverso de algún contrato–, observaciones al margen de las lecturas; agendando reuniones largas, largamente esperadas, como las inolvidables con don Antonio Pompa y Pompa en la Biblioteca de Antropología; con el maestro Luis González y González, con don Miguel León-Portilla y tantos otros que seguro viven en su memoria y en su afecto.

No se busca en balde en el pasado; ello es condición básica para levantar, sólido, el sentido del futuro. Como lo hicieran antes otras manos como las del maestro Herrera Carrillo o las de don Pablo L. Martínez, las de Walther Meade han ayudado a romper el cerco de aislamiento que la lejanía –y en alguna medida el desinterés– había tendido sobre esta región que algunos se atrevieron a juzgar “sin pasado”.

Este esfuerzo no podía ya darse de manera aislada y asistemática, sino con base en un orden institucional y académico, que por su fortaleza intrínseca tuviera garantizada su permanencia.

Como sabemos, el ingeniero es, desde 1969, investigador de carrera en la Universidad Autónoma de Baja California y director fundador de su Instituto de Geografía e Historia. Es por entonces cuando el conocimiento histórico, metodológicamente conseguido, documentado y rigurosamente organizado, surge en nuestra universidad, así también con la edición de la revista Calafia, cuya dirección le fue posteriormente encomendada.

Ya el ingeniero está en esta época plenamente entregado a la investigación y su actividad se vuelve casi frenética.

Es presidente de la sección mexicana de la Asociación Cultural de las Californias; es miembro activo correspondiente del Seminario de Cultura Mexicana; hasta 1995 presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística correspondiente en Mexicali; conferencista recurrente en diversas universidades estadunidenses, y cronista de la Municipalidad de Mexicali.

Su abundante obra le revelan como el investigador incansable, preocupado sobre todo por la historia regional y de la ciudad, de su ciudad, lo cual no le ha impedido ocuparse de la de otras, por lo que ha cronicado a varias en la zona fronteriza.

Estas manos de historiador, además de recolectar tesoros documentales, también han escrito, y mucho. Solamente en la revista Calafia, más de cuarenta artículos sobre diversos temas de historia, geografía, arqueología, obra pública, exploraciones, educación, toponimia y otros. Ha publicado ocho títulos más, tres en coedición, de los que no puedo dejar de mencionar: Origen de Mexicali; Baja California: tierra extremosa; El Distrito Norte de Baja California; Tecate: cuarto municipio; Antonio María Meléndrez, caudillo y patriota; El valle de Mexicali, y esperamos no pase de este año la tan esperada publicación Historia de Pueblo Nuevo, que hace tiempo requerimos los mexicalenses.

Pero dentro de sus temas constantes hay uno que está antes y después, arriba y debajo de todos los demás: su universidad, molde y fragua de su obra, que es –como escribiera uno de sus prologuistas– elevación y orgullo de las próximas generaciones.

Y vuelvo al discurso de la maestra Clementina Díaz y Ovando: “Las ideas expresadas por Walther Meade, historiador de tierras de frontera, cobran especial interés hoy y aquí, donde día a día debemos afirmar en el conocimiento de la historia nuestro ser histórico, nuestra identidad cotidianamente amenazada y muchas veces atropellada por la influencia de un vecino poderoso”.

La misión que el ingeniero Adalberto Walther ha cumplido entre nosotros no puede estar más a la vista: mientras unos levantan obstáculos para dividir a los hombres, otros, de mejor manera, nos invitan a construir puentes; caminos que hagan relativo el tiempo; lazos de concordia que hermanen, que identifiquen, que unan. A tener sentido de identidad; a no olvidar tradiciones y leyendas nos invita nuestro homenajeado, al llevar insistente a nuestra atención personajes, pasajes y lugares que de otra manera permanecerían ignorados, sin enriquecer un pasado del que somos partícipes y que para bien propio y de los que vendrán luego, debe ser estimado, preservado y difundido, pues son testimonio del esfuerzo persistente, casi heroico, de mexicanos que han hecho grande esta parte de la Patria.

Su aportación a la vida cultural de Mexicali y de Baja California, podríamos condensarla en tres rasgos esenciales: su perseverancia en una vocación, su cariño por este oficio y su rechazo a la improvisación. Ha sido, en palabras de Ulises criollo, “una de esas figuras llamadas a escribir la historia, en vez de seguir sus obscuros vericuetos”.

 

_______________________________________

*Regidor del xvi Ayuntamiento de Mexicali.

 

Nota:

1 Texto leído por el autor en la Sesión Solemne de Cabildo llevada a cabo para otorgarle al ingeniero Adalberto Walther Meade el reconocimiento como Cronista Emérito de la Historia Regional, en el marco del programa de los festejos del 96 aniversario de la ciudad de Mexicali, 14 de marzo de 1999.