Los años 1941-1947: Despegue del periodismo profesional en Baja California |
Gabriel Trujillo Muñoz* |
Para 1941, el periodismo bajacaliforniano se halla en una posición central en la vida comunitaria fronteriza. Su papel se vuelve más necesario a medida que los periódicos, junto con la radio y el cine, se transforman en puntas de lanza de la propaganda política y que ésta aumenta en complejidad, imaginación e impacto en la sociedad. No se olvide que la Segunda Guerra Mundial ya es una presencia constante que mantiene en vilo a los interesados en el conflicto bélico que ven, día con día, cómo esta conflagración va acercándose al continente americano por parte de Alemania (en el Atlántico) y de Japón (en el Pacífico). Baja California no está ajena a estas nuevas circunstancias. San Diego, la base naval, comienza a crecer en personal y actividad desde fines de los años treinta. Los Estados Unidos de América muestran signos inequívocos de prepararse para la guerra. La militarización de la vida de los estadunidenses trasmina las fronteras. La guerra es el tema de moda. La guerra es la noticia que acapara conversaciones en oficinas y hogares, en centros comerciales y tertulias. Y la guerra, como todos saben, es el mejor impulso para que las empresas periodísticas prosperen y aumenten sus tirajes. ¿En qué condiciones se haya, para hacer frente a esta avalancha de informaciones, la prensa en Baja California? ¿Cuáles son, periodísticamente hablando, sus piezas fuertes? Examinemos a sus principales periodistas al inicio de los años cuarenta: Juan B. Hernández está en el exilio. Ángel Zaldívar busca poner en pie un taller propio para regresar con bríos. Rafael Trujillo, que fundara el Diario de Baja California en 1930, el primer intento de diario en Tijuana, vive en California dedicado al teatro. Los hermanos Bernal se hacen famosos publicando un soneto diario en periódicos nacionales o de Los Ángeles. Guillermo Medina Amor, veracruzano, igual que Hernando Limón, colaboran con publicaciones estadunidenses en español. Enrique Bordes Mangel, quien fuera embajador de México en Guatemala y editor de El Mexicano, bisemanario mexicalense en 1931 y colaborador de La Voz de la Frontera, también en 1931, cuando éste es dirigido por el cubano Carnicante, siguen en la brega periodística. Medina Amor, por ejemplo, después de publicar El Cóndor, El Pueblo y El Hablador en los años treinta, se lanza a publicar, junto con Rodolfo Calderón, su yerno, la revista Cine al Día en 1942, que dura hasta la muerte de Calderón, en 1968, pero que como periódico su duración es del 21 de julio de 1942 a octubre del mismo año. En la primera mitad de los años cuarenta, los periódicos que salen a la luz son: en Tijuana, La Voz Infantil, de Alfonso Salgado, periódico quincenal de información, que aparece el 21 de noviembre de 1941 y deja de salir en febrero de 1942, y El Heraldo de Baja California, primer periódico que sostiene su presencia diaria en la entidad y que es, hoy en día, el veterano de la prensa bajacaliforniana. En Mexicali, La Crónica, de Adolfo Wilhelmy, aparece el 2 de diciembre de 1942. Periódico semanario que se distribuye en forma gratuita y que contiene seis páginas (una en español y cinco en inglés). Es impreso en los famosos talleres del The Calexico Chronicle, en la vecina ciudad californiana. Periódico tabloide dedicado a la fiesta brava y cuyo director es Jesús Granados, cuenta con la pluma del mejor cronista taurino, Héctor Aranda. Como Armando I. Lelevier lo puntualiza, el número de imprentas en Mexicali y Tijuana ha crecido, para 1943, en forma acelerada, y vanos periódicos han logrado alcanzar su décimo aniversario. La persistencia periodística va dando ya sus frutos en publicaciones más o menos permanentes y en talleres cada vez más llenos de trabajos de prensa. El desarrollo gráfico es continuo y en ascenso:
Quien va a dar el impulso definitivo al periodismo bajacaliforniano es un extranjero que hace de Baja California su hogar, su destino. Rubén Darío Luna, nacido en El Salvador en 1898, es ahijado del creador del modernismo, el poeta Rubén Darío (de ahí su nombre), e hijo de Alberto Luna, famoso cronista. En 1922 llega a México y en 1923 ya reside en Tijuana, donde colabora con Ramón G. Pavón en su semanario Labor. En 1925 compra la prensa que había pertenecido a la Compañía Inglesa y en 1930 intenta su primer diario en la península, El Eco Nacional, de ocho páginas y que sólo dura cuatro meses. Como se lo cuenta a Jesús Cueva Pelayo, “fueron los días más difíciles que yo he pasado. Vinieron enviados del gobierno del general Bernal, gobernador del Distrito Norte, y se acabó nuestro intento de diario.” La causa: los artículos incendiarios de Enrique Bordes Mangel. Para evitar que se vuelva a repetir una represión igual, su amigo Alfonso Fernández Aporte le ofrece una solución para salvar el patrimonio de sus hijos: fundar un periódico, impreso en su taller, pero en el cual su nombre no aparecerá para que los agentes del gobierno no le echen ojeriza. Y así, en 1930 sale La Voz de la Frontera, que en 1931 cambia su nombre a La Frontera. Este semanario sobrevive hasta 1934. Siete años más tarde, con más tablas, experiencia y colmillo, Rubén D. Luna se hace cargo del primer diario bajacaliforniano que no queda en intento y que logra establecer un estadio nuevo, más profesional, en la prensa del territorio norte. A don Rubén lo apoya, como jefe de Redacción, Rafael Quijano, un periodista defeño nacido en 1892 (y fallecido en 1975) que viene de dirigir en Los Ángeles, California, El Heraldo de México (1923- 1930), y de ser subdirector de El Hispano Americano (1933-1935). Como director queda Luis L. de Guevara; como gerente de Anuncio y Circulación, Manuel Contreras; don Rubén se conforma con el puesto de gerente general para no llamarse, simplemente, propietario. Esta aventura planeada con meticuloso cuidado sale a la luz pública el 16 de junio de 1941. En la primera plana de su primer número sobresalen dos temas: la inminencia de la guerra entre Alemania y la Unión Soviética, y el desagravio a la bandera mexicana por motivo de un ataque a la enseña patria efectuado en Tabasco. El editorial es mesurado en tono y fondo. Y es que El Heraldo de Baja California aparece en un momento de conmoción mundial, pero su contexto nacional es de unidad patria, de fe sin aspavientos en lo mexicano, de construcción de una identidad que cohesione, bajo la mano suave del avilacamachismo, a los nacionales de todos los rumbos del país. Por eso, El Heraldo de Baja California, diario vespertino, ya no arenga por revoluciones violentas, sino que saluda a sus lectores con base en el entusiasmo regional de contar con un medio que una a los bajacalifornianos con la marcha triunfalista del país en su conjunto:
La declaración anterior es un mensaje franco a colegas y autoridades: El Heraldo de Baja California no es el regreso de algún conde de Montecristo en pos de la venganza por afrentas cometidas contra quienes hoy vuelven a la lucha. En cierta manera, este diario reconoce la importancia de su proyecto como un espacio periodístico que ese 16 de junio comienza a decir sus primeras palabras. Por eso acepta “colaboraciones siempre que su fondo sea de interés general”. Sus páginas no son, entonces, una trinchera ideológica o partidista, sino un esfuerzo de profesionales del periodismo en pos de un público lector, interesado en lo propio y en lo ajeno:
El Heraldo de Baja California es un diario que hace su aparición en son de paz, sin cóleras ni enojos, pero que nace en un clima de guerra total, en medio de un conflicto que ya se filtra en la vida cotidiana de los bajacalifornianos. Si en su primer número avisa que Alemania concentra veinte divisiones en su frontera con la Unión Soviética, que la amenaza nipona crece en el Pacífico, que Londres opina que, en caso de guerra, Stalin se rendirá, dos días más tarde, el 18 de junio de 1941, la guerra ya no parece tan exclusivamente europea y anuncia que “La línea es resguardada”, que hay “estrecha vigilancia para los que entran o salgan de eeuu”, y que estas acciones de las autoridades del país vecino se deben a que “se trata de evitar que se filtren hacia México agentes de Hitler” y, por ello, la frontera México-Estados Unidos se vuelve más difícil de cruzar. Para los mexicanos, esta situación los deja entre dos fuegos: entre la suspicacia yanqui y las posibles represalias de los nazis en México y contra intereses estadunidenses. La guerra ya no es un lejano rumor sino una realidad que afecta vidas y bienes. Como lo establece su editorial del 18 de junio de 1941:
Lo curioso es que en esta misma edición aparece una carta de Gumersindo Ybarra que va dirigida a Rubén D. Luna. En ella, un lector que simpatiza con las palabras y conceptos vertidos en el primer editorial de El Heraldo de Baja California y que reconoce en ella la firma de Rubén D. Luna, felicita “por la iniciativa de su diario que ha causado muy grata impresión entre el elemento tijuanense y que indudablemente repercutirá en el Territorio Norte”, pero luego le exige cumplimiento a sus promesas:
Irónicamente, Rubén D. Luna ha actuado –y hasta ahora lo captamos– como cuando fundara La Voz de la Frontera y más tarde La Frontera: es el periodista que mueve los hilos, da la pauta editorial de la publicación y es quien supervisa su hechura e impresión, pero al ponerse como gerente general se escabulle de la responsabilidad directiva del diario y queda limpio de toda culpa en caso de que el periódico se meta en algún lío. De esa forma esquiva el peligro de que le apliquen el artículo 33 y presionen a El Heraldo con su expulsión del país. Por eso la redacción, en forma anónima, responde que:
Lamentablemente para Luis L. de Guevara el gusto de ser el mandamás del único diario que se publica en el Territorio Norte de la Baja California le dura poco tiempo. Para fines del año Rafael Quijano asume la dirección y A. Machón V. queda como jefe de Redacción. Para 1942, después del ataque japonés a Pearl Harbor, El Heraldo de Baja California, publicado por la imprenta-editorial Baja California, ya ha conquistado la confianza de los empresarios locales, que se anuncian, con gran profusión, en sus páginas. Para Ricardo Romero, El Heraldo es el “órgano periodístico de más tradición en el estado, por su antigüedad y el cariño que siempre le ha tenido el pueblo tijuanense y bajacaliforniano”. En El Heraldo han colaborado los siguientes periodistas: Mario Ortiz Villacorta, también salvadoreño y autor de la columna “Órbita”; Manuel Macías Viadeno, editorialista; Tony Sagardoy, cronista deportivo; Miguel Ángel Millán Peraza, poeta mazatleco; Gilberto Lavenant, colaborador; Aída Castro de Hernández, comentarista literaria; Aurelio García, reportero; Clara Elena García, periodista de sociales; Miguel Rodríguez Arreola, duranguense, colaborador, igual que Rodolfo García Talavera, Ricardo Acevedo Cárdenas, Rubén Té1lez Fuentes, Juan Manuel Martínez, Manuel de Jesús Méndez, Antonio Sagardo y Ramírez, Pedro Geophroy Rivas, José Jiménez Díaz, Guadalupe Hernández, Dora Orea Maldonado, Geraldo Hierro, Irene García de Contreras, Santiago Reachi, Verónica García, Rodolfo Bojórquez, Juanita Jiménez de Ramírez, quienes, junto con decenas de otros periodistas tijuanenses, han mantenido con vida al primer diario bajacaliforniano hasta la actualidad. Hazaña pródiga y prodigiosa. Ejemplo a seguir. En 1999, al cumplir 58 años de vida, Víctor M. Ramírez Arellano expone, desde las páginas de El Heraldo de Baja California que ahora comanda Francisco Ramírez Guerrero, que este diario, nacido con el apoyo “de un puñado de periodistas profesionales unos, principiantes los más”, se crea ante la demanda de noticias frescas, diarias, en un momento histórico en que los acontecimientos mundiales son un alud de informaciones y sucesos que ya no se prestan para ser tratados semanariamente, por lo que se requiere un medio al día, que los dé a conocer con celeridad y confianza.
En ese mismo año de 1942, surgen otras publicaciones, como Ases y Estrellas, un periódico mexicalense especializado en deportes y bajo la dirección de Jesús Granados. Eduardo Rubio ha dicho de esta publicación que:
Ases y Estrellas cuenta con las colaboraciones de: Héctor Amanda, Eugenio Lagarde, José Luis Magaña, Enrique “Curro” de la Cruz, Eugenio Carvajal y Jesús Quiñones García. Este último ya había sacado, en 1939, el periódico quincenal El Deportivo, que dura de abril a octubre y del que sólo salen tres números. Otro periódico en la misma línea es Caliente, de Roberto L. Limón, semanario tijuanense que sale de agosto de 1941 a octubre de 1942. En cuanto a Jesús M. Granados, éste nace en 1899, en la ciudad de México. Llega a Baja California como torero en 1914 y se queda a residir en Mexicali en 1917. Para Peritus, Granados, mejor conocido como “El Chanate”, es “una alma noble con albura de sencillez y de bondad. Granados nació para servir […] Quiso ser periodista y lo fue”. En septiembre 16 de 1942, en coincidencia con la inauguración de la segunda plaza de toros en la capital del Distrito Norte, sale Ases y Estrellas. Granados es un multiusos, como entonces se acostumbra: impulsor del turismo, promotor de peleas de box, torero y periodista que termina sus días, ya en los años sesenta, pidiendo una pensión económica para sobrevivir a las inclemencias de la edad. Pero en los años cuarenta, como Peritus recuerda, desde Alejandro Reyes Aguilar, “fray Nano”, hasta Carlos Quiroz, “mono sabio”, periodistas deportivos de La Afición, elogian la publicación de Granados y comentan que “está haciendo el único periódico en la provincia que da calidad y dignidad a la información taurina”. Pero en 1942 los peligros que deben lidiar los bajacalifornianos no son toros famosos sino el caos de la Segunda Guerra Mundial que, en la costa oeste de los Estados Unidos, trae consigo concentraciones de tropas, hipervigilancia y una histeria colectiva que ve en cualquier sombra un japonés acechante. Y Baja California es vista, por los gringos, como un flanco desprotegido que debe ser cubierto perentoriamente. Ante las continuas violaciones del territorio mexicano y las primeras fricciones entre autoridades mexicanas y estadunidenses, el nuevo comandante de la zona del Pacífico, el general Lázaro Cárdenas, traslada su centro de mando de Mazatlán a Ensenada, y se dedica, en las siguientes semanas, a convencer a los militares del país vecino que no pueden entrar a territorio mexicano pero que sí pueden capacitar y equipar al personal militar nacional para que vigile, estrechamente y coordinados con el ejército estadunidense, por cielo, mar y tierra, la península de Baja California. De enero de 1942 en adelante, la militarización de la vida bajacaliforniana es un hecho insoslayable. Se crean comités de defensa civil para casos de incendios por sabotaje o bombardeos, se declara el toque de queda y se apagan las luces de las ciudades para que no sirvan de blanco. El Heraldo mantiene una información continua sobre la guerra en todo el mundo. Para poner un ejemplo, el 16 de enero de 1942, de las doce notas que aparecen en su primera plana, sólo tres no tocan el tema bélico (una circular de la Cámara de Comercio, un resultado deportivo y una demanda sindical). Otro dato en relación con la prensa: ahora se hace evidente el control informativo de las noticias, el que el ojo censor de la seguridad del Estado revisa que no se filtren datos a un enemigo (el eje germano-italo-japonés) que oficialmente todavía no es el enemigo, ya que la declaración mexicana de guerra no se dará sino hasta el verano de 1942, pero más vale prevenir que lamentar. Mientras tanto, la prensa va dejando apresuradamente sus simpatías nazis y se alinea en favor de los Estados Unidos. Y ya El Heraldo puede poner a ocho columnas que “La flota de e.u. obtiene una victoria sobre los nipones” en enero de 1942 cuando la supuesta victoria no es más que el hundimiento de tres barcos de transporte japonés y no se relaciona con auténticas naves de guerra. La propaganda como verdad a medias. Pero 1942 es el año de la unidad nacional, de las marchas de guerra y de un nacionalismo puro y simple y sonoro, donde desaparecen tanto la lucha de clases como las diferencias políticas en aras de que los mexicanos demos juntos la cara a la contienda cada vez más próxima. El Heraldo hace suyos estos valores en su editorial:
La presencia misma del general Lázaro Cárdenas es un aviso de la importancia que el gobierno mexicano le da a Baja California en su conflictiva relación (ahora agravada por la guerra y la amenaza nipona) con los Estados Unidos. Su arribo a Ensenada en enero de 1942 es una señal de tiempos menos glamorosos y más disciplinados para la población bajacaliforniana. El conflicto bélico mundial ya ha llegado a las costas del Pacífico mexicano y Cárdenas lo anuncia sin miramientos en El Heraldo (5 de enero de 1942). Es la hora del patriotismo peninsular:
Esto se hace más claro conforme el país va deslizando rumbo a la guerra, sin querer queriendo, presionado al principio por el vecino del norte y más tarde por sus compromisos internacionales de solidaridad con los pueblos oprimidos y por los ataques furtivos de los submarinos alemanes contra los barcos petroleros nacionales, como el Potrero del Llano. El espíritu patriótico ha dejado atrás cualquier ideología de derecha o izquierda y se ha amalgamado en “legítimo orgullo” y en “motivo que nos hace sentirnos satisfechos y honrados de ser mexicanos”. Y los bajacalifornianos no se quedan atrás. El profesor Jesús Ayala Treviño, de quien son los conceptos anteriores, despliega su oratoria escritural en su artículo del 5 de mayo de 1942 en El Heraldo:
Los periódicos de la época, además de El Heraldo, son: El Regional, de José S. Castillo; El Imparcial, de Manuel Acosta Meza; El Hispano Americano, de Hernando Limón; Avante, de Narciso Márquez; Vanguardia, de Manuel Güereña; El Pueblo, de Guillermo Medina Amor; Labor, de Ramón G. Pavón, y varios otros semanarios que dan cuenta de las vicisitudes de vivir en Baja California durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos dejan de producir automóviles para fabricar tanques y jeeps, con lo que buena parte de los artículos de consumo desaparecen del mercado o alcanzan precios estratosféricos. Por otra parte, imprimir se vuelve un juego de ingenio, ya que todo lo necesario para producir un periódico viene de los Estados Unidos; además, los periódicos impresos del lado mexicano ya no pasan fácilmente sin ser revisados por la aduana gringa, que vigila cualquier propaganda pronazi y va tomando nota de las opiniones políticas de editores y articulistas para detectar focos hostiles a su desempeño en la Segunda Guerra Mundial. Esta situación de frontera suspicaz semicerrada, hace imprescindible el establecimiento de las imprentas locales con todos los servicios necesarios. La propia editorial Baja California, la de Rubén D. Luna, avisa que está en capacidad de publicar desde una tarjeta de presentación hasta un libro. Y no es sino en esta década de los años cuarenta cuando Fotograbados Tijuana es el primero y único taller en todo Baja California que hace “toda clase de grabados: para periódicos, para catálogos, revistas, etiquetas, etc. Si le son de urgencia se los entregamos el mismo día”. Esto vino a revolucionar el periodismo local, ya que el grabado (la fotomecánica) es, hasta entonces, un aspecto poco utilizado por los periódicos de la época que, cuando sacan alguna fotografía, son retratos de personajes (políticos, deportistas o estrellas del espectáculo) tomados previamente en un estudio, y no fotografías que documenten sucesos y noticias en el mismo lugar de los hechos. Sólo en los años cuarenta aparece, junto con el reportero que va en pos de la noticia, otro personaje singular: el fotógrafo de prensa. Sus antecesores son rara avis como José Fong, Donaciano Cortés, Rafael Castillo y Alberto Torres Lara, hermano de Adolfo Torres Lara, quien en 1928 creara El Nuevo Mundo, primer intento de diarismo en Baja California. De todos ellos es José Fong el pionero, el primero que sale de su estudio y va adonde suceden los hechos, adonde está la noticia. Peritus no lo olvida. Para él, Fong es “el primero que le hizo a ese cuento”. Un ciudadano chino nacido en 1896 y que llega a Ensenada primero y luego, en 1918, a Mexicali, “estableciendo un pequeño estudio fotográfico con la ayuda de sus paisanos. Cuando no tenía trabajo se dedicaba a tomar fotografías de todas las calles captando las transformaciones que iban sufriendo; retrató también a las quince o veinte familias mexicanas que vivían entonces en Mexicali”. Fue el primero que, años después, “arrojó el tripié y se fajó como los buenos con mejorado equipo a captar la vida activa” de la capital del territorio norte, volviéndose el primer fotógrafo de prensa, el primero especializado en la noticia cotidiana. Y Peritus advierte:
En 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, no todo es guerra. Cronos, el periódico que Alberto F. Moreno fundara el 20 de julio del año anterior y que cuenta con Adolfo Wilhelmy como jefe de Redacción, se permite posar su mirada crítica en el debut en Mexicali de la reina de la canción vernácula, Lucha Reyes, que es un escandaloso fracaso por el “estado inconveniente” de la cantora mexicana y que provoca la reacción violenta del público bajacaliforniano. Wilhelmy es una figura central en el teatro, la política y el periodismo regional. Espía y actor, promotor de espectáculos y periodista que hace la crónica de la Revolución Mexicana, en 1920 llega al entonces Distrito Norte con la expedición armada de Rodríguez contra Cantú. Y de ahí en adelante se queda a vivir en Mexicali y a colaborar, con notas de espectáculos, en la prensa de Baja California. Otro aspecto de la vida social que llama la atención de la prensa son los deportes (en especial boxeo y béisbol), donde el órgano del Club Deportivo de Artes Gráficas, Deporte, que se edita desde 1944 y dirige Manuel López, y cuyo gerente general es Jesús Gutiérrez, no deja de informar al respecto. Pero los espectáculos, como el boxeo, también participan en el gran esfuerzo de guerra. En El Heraldo del 5 de mayo de 1942 se anuncian “Grandes encuentros de Box en el Toreo” y Aurelio García Jr., el encargado de los deportes, comenta que:
En 1943 se da otro hito igual de importante que la aparición de El Heraldo: la publicación de Historia del periodismo y la imprenta en el Territorio Norte de la Baja California, de Armando I. Lelevier, folleto de apenas 30 páginas que, bajo los auspicios del gobierno (Rodolfo Sánchez Taboada) de aquella época, se edita para presentarlo en la Segunda Feria del Libro y Exposición Nacional del Periodismo, efectuada en la ciudad de México en abril de 1943. Lelevier, nacido en Guaymas, Sonora, en 1899, es descendiente por tercera generación, de familias francesas que llegan a Sonora a mitad del siglo pasado. Toma residencia en Mexicali en 1925 y se dedica al periodismo en El Informador (1926) y Tiempo (1933). Muere el 1° de septiembre de 1965 en el marco de un encuentro de periodistas en San Luis Río Colorado, cuya asociación lleva, desde entonces, su nombre. Miguel Maldonado Tapia, un periodista que destacará en la década siguiente, ha dicho de Lelevier que “era un hombre muy formal, de vida ordenada y rutinaria. Su tiempo se dividía en dos partes: el taller de imprenta y su casa. Era sumamente observador, meticuloso, detallista”. Y Joaquín Aguilar Robles lo llama un archivista, que junta todos los datos históricos sobre la vida peninsular. En su taller se edita el Diario Oficial. Valdemar Jiménez Solís recuerda que Lelevier fue pionero del periodismo en Baja California, del cual escribió su historia inicial; como escritor produjo no sólo la citada obra, sino composiciones poéticas de buena factura, como su “Canto al Centinela”, aunque fue más conocido como periodista vertical, de pluma valiente y ágil al servicio de las mejores causas, dispuesto siempre a combatir injusticias y a malandrines. Lo conocimos en esta faceta, como periodista honesto que dejó su impronta en todas las publicaciones en las que colabora. Su Historia del periodismo y la imprenta en el Territorio Norte de Baja California es, como lo señala Jesús Cueva Pelayo, “un trabajo de investigación que lo proyectaría nacionalmente”. Y Valdemar Jiménez reconoce que esta obra “es un importante documento de consulta para toda persona interesada en asomarse y escudriñar un poco o mucho sobre el nacimiento y funcionamiento de este apasionante oficio, coadyuvante del quehacer histórico de la región”, y la denomina “punto de referencia” sobre el periodismo bajacaliforniano. Sin ella –y a pesar de pequeñas inexactitudes que no mellan el conjunto informativo–, hoy no podríamos hacernos una idea de la evolución y desarrollo del periodismo en Baja California. Sólo en 1979, treinta y seis años después, Jesús Cueva Pelayo, profesor del Instituto Tecnológico de Tijuana, publica otra obra que tiene como tema la prensa de la entidad y que está conformada por una serie de anécdotas y entrevistas a los periodistas pioneros. Por eso, la obra de Lelevier, en sus escasas 30 páginas, es la piedra de fundación de la historia de un oficio que difícilmente se puede contar del todo. Pero el que don Armando se haya dado a la tarea de rescatar del olvido periódicos y revistas y los catalogara por municipio y en orden cronológico, allana el camino para futuras investigaciones en este campo casi inédito de la cultura de nuestra entidad. Para la segunda mitad de los años cuarenta, el periodismo bajacaliforniano se desborda. ¿Las causas? Edmundo Lizardi lo sintetiza: “En el periodo de 1940-50, Tijuana pasó de dieciséis mil habitantes a sesenta mil, al firmar México y eu, en plena Segunda Guerra Mundial, un convenio que permitía la contratación legal de trabajadores mexicanos no solamente para las actividades agrícolas, sino también para la emergente industria bélica que tenía en el puerto de San Diego una de sus más importantes bases navales y astilleros”. A su vez, “la gran afluencia de marines hizo florecer de nuevo la industria del vicio”. En Mexicali, en cambio, es el algodón, el oro blanco, la fuente principal de las riquezas, que los Estados Unidos compra en cantidades industriales para vestir a sus soldados. También en la capital del territorio norte ocurre un impacto demográfico por la llegada de los mexicanos contratados –los famosos braceros– para trabajar en las ahora abandonadas fábricas y campos de cultivo de la Unión Americana. Incluso Ensenada, la Cenicienta del Pacífico, recibe parte de esta derrama económica. Por eso, José Revueltas, el escritor mexicano, cuando en 1943 visita la ciudad de Mexicali, escucha decir a los agricultores forrados de dinero que “aquí la guerra es un negocio.” Y esta nueva e imprevista riqueza repercute en la prensa misma. Ahora hay dinero para gastar a manos llenas. Los dólares se recogen con la escoba. Y muchos de ellos van a parar a las empresas periodísticas que inician el diarismo en la entidad. Después del éxito de El Heraldo, el 7 de agosto de 1945, mientras los estadunidenses lanzan sus bombas atómicas sobre Japón, aparece el periódico Noticias, dirigido por José Garduño Bustamante. Este periódico es matutino pero, como lo dice Mario Ortiz Villacorta, “circulaba desde la medianoche, fue un periódico de crítica, que sufrió persecución, muy al principio”. Año y medio después, el 20 de febrero de 1947, aparece el Diario de Ensenada, fundado por Alberto Amador Orozco, quien se iniciara en el oficio periodístico en 1913. En un artículo publicado en 1970 y que Jesús Cueva Pelayo rescata, Orozco acepta que “en nuestro navegar por las muchas veces incomprendidas aguas del periodismo, dejamos escrito en nuestra bitácora un propósito cumplido: periodismo, honrado, honesto como el que necesita la sociedad, limpio como lo reclama la nación, veraz como lo exige el hombre”. Y añade que su inalterable propósito es hacer del ejercicio periodístico “la tarea que debió ser: lazo de unión entre el pueblo y autoridades, entre lector y realidad, entre la letra impresa y la verdad impoluta”. De hecho, 1947 es año fundacional para la prensa en Baja California: además de El Diario de Ensenada, aparecen otros tres diarios: el Diario de Baja California (conocido simplemente como Baja California), que sale el 20 de noviembre; unas semanas antes, a principios de noviembre, sale a la luz El Monitor, y el 5 de diciembre del mismo año, hace su debut el abc. Un año más tarde, en pleno 1948, el Nuevo Mundo deja de ser interdiario y se vuelve diario. Ya en los años cincuenta, nacen La Voz de Ensenada (1951) y La Extra (1952), el vespertino del Nuevo Mundo. Y con ellos, más Noticias, El Heraldo, Últimas Noticias (el vespertino) y El Regional, se va conformando una plataforma editorial para que la prensa bajacaliforniana pueda despegar. El Baja California es fundado por Ricardo Gibert Salgado, un sudcaliforniano, y según el hijo del fundador, Ricardo Gibert Herrera, su creación es obra de “un grupo de veteranos y noveles periodistas que acompañaron a mi padre en aquella aventura iniciada en aquellos talleres y redacción ubicados en la Rampa Xicoténcatl”. Y concreta la lección de aquellos años iniciales en un periódico cuyo lema manifiesta ser un “diario al servicio del pueblo”:
______________________________________ *Facultad de Ciencias Humanas uabc
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