¿Por qué Calafia?... Treinta años después |
David Piñera Ramírez*
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En el primer número de Calafia explicamos las razones que se tomaron en cuenta para elegir tal vocablo como nombre de la revista. Lo hicimos en virtud de que en 1970, año en que salió a la luz el primer número, la palabra era prácticamente desconocida en nuestro medio. Por eso el título del artículo fue precisamente “¿Por qué Calafia?” El entonces rector de la Universidad, licenciado Rafael Soto Gil y los miembros del Consejo Editorial, ingeniero Adalberto Walther Meade, profesor Rubén Vizcaíno Valencia, licenciado Héctor Benjamín Trujillo, ingeniero Gabriel Ferrer del Villar y profesor Francisco Barajas Ruiz, estimaron conveniente que el que esto escribe, en su carácter de director de la revista que se fundaba, informara a los lectores los motivos que nos llevaron para bautizar con tal nombre a la naciente publicación. Ahora que se me invita a colaborar en este número conmemorativo del treinta aniversario de Calafia, es especialmente grato para mí recordar los conceptos e imágenes que teníamos en mente el grupo de bajacalifornianos que, tras deliberar con amplitud sobre el asunto, coincidimos en estimar que Calafia era un vocablo acertado para servir como nombre y divisa de una revista –la única en ese tiempo– de nuestra Universidad. Con el placer que nos proporciona evocar, sobre todo cuando se trata de algo fecundo y trascendente, escribimos estas líneas. En el artículo aludido manifestamos que nos decidimos por el nombre de Calafia en razón de que tiene un sentido tanto universal como local. Universal, porque “está entretejido en la urdimbre de la historia del descubrimiento y conquista de América [encuentro de dos mundos, habríamos dicho ahora] así como en la de las literaturas hispánica y francesa; local, porque nada menos tiene relación con la toponimia de la región”. Y agregamos que, precisamente, integrar lo regional en el ámbito de lo universal, sería el propósito de nuestra publicación. Pienso que esa apertura a la universalidad le ha conservado la vida a la revista, poniéndola a salvo de localismos, que son perjudiciales limitantes. Expuesto el propósito de la publicación, entramos a explicar la forma en que se originó el vocablo California. Principiamos haciendo una serie de consideraciones filológicas, que actualmente son del conocimiento de un amplio sector, pero entonces no lo eran. Nos referimos a que a los interesados en cuestiones toponímicas durante mucho tiempo les inquietó la palabra que nos ocupa, pues su origen se aparta de las características generales de los nombres de poblaciones y lugares existentes en la América conquistada por España, que en su mayoría son identificables como hispanos o indígenas. Ante ese misterio, trataron de develarlo formulando explicaciones a base de ingenio, algunas veces con una fuerte dosis de imaginación. Citamos la hipótesis –bastante extendida– de Francisco Javier Clavijero, en su obra póstuma Storia de la California (Venecia, 1789),1 en el sentido de que Cortés, que tenía conocimientos de latín, llamaría al lugar del sur de nuestra península al que llegó en 1535, Callida Fornax, a causa del mucho calor que ahí sintió (callida, caliente; fornax, horno). Hicimos referencia también a la serie de lucubraciones que se formularon, algunas de ellas con base en las más complicadas conjeturas etimológicas. Hicimos énfasis en que todas las suposiciones fueron desplazadas por la tesis del investigador Edward Everest Hale, expuesta en 1862, que según la opinión generalizada, es la que ha venido a descifrar el enigma toponímico. Nos referimos al célebre pasaje de la obra Las Sergas de Esplandián, novela caballeresca escrita por Garci Ordóñez de Montalvo, en Castilla, alrededor de 1492, y en donde Hale vio la clave del problema:
Más adelante entra en escena la protagonista central en el asunto que venimos tratando:
Difusión del personaje
La revista empezó a circular poco a poco, con su nombre que despertaba generalmente interés o curiosidad. No faltó quien acuñara un adjetivo, “calafiesco”, para denotar algo entre fantasioso y singular. En esas circunstancias, cuando en 1971 recibí la invitación del Seminario de Cultura Mexicana, para dar una conferencia en su sede nacional de la ciudad de México, no dudé en cuanto al tema: “California: tierra tras el enigma de su nombre”. Esto me dio oportunidad para ahondar más en esas cuestiones, reflexionar sobre la esencia de Calafia y las peculiaridades de la historia bajacaliforniana. Al regreso de la ciudad de México, Alda Bustamante Carmelo, tijuanense conocedora de los menesteres teatrales, me pidió el texto de la conferencia. Con unos poemas de Rubén Vizcaíno Valencia sobre el paisaje bajacaliforniano y mi texto de la reina Calafia, adaptados para el teatro, Alda montó un espectáculo que llamó “Peninsulario”. Resultó algo muy plástico y sugerente a la imaginación. Después la propia Alda hizo otra adaptación del texto, destinada para niños. Lo interesante fue que, además, la actuaron niños. Causaba emoción ver aquellas pequeñas versiones tijuanenses de Calafia, Esplandián, Talanque, que pienso jamás pasaron por la imaginativa mente de Garci Ordóñez de Montalvo. Al ver la receptividad de los niños me nació la idea de hacer un experimento. Escribí un breve cuento infantil con un lenguaje orientado a generar imágenes plásticas.2 En ese tiempo, nuestro Centro de Investigaciones Históricas unam-uabc estaba en la unidad Lomas del Porvenir, del Infonavit. Nos pusimos en contacto con la directora de la escuela primaria de la unidad. Por fortuna encontramos una excelente respuesta, pues solicitó a sus maestros que platicaran el cuento a sus alumnos para que después dibujaran lo que les sugiriese la narración. Fue una experiencia interesante, pues la imaginación de los niños es riquísima, con una interminable gama de fantasías y detalles que van de lo insólito a lo chusco, lo tierno, lo cruel, lo cándido, etcétera. Obviamente en los dibujos afloró todo el contexto social en que se habían movido los niños, así como los elementos culturales que recibieron de él. Se hizo presente toda esa tradición de cuentos infantiles de origen medieval, de tal manera que Calafia aparecía con los clásicos atuendos de las reinas europeas de esa época. Asimismo, fueron frecuentes los sólidos castillos medievales, con sus torres de piedra rematadas por almenas y puentes levadizos en las fosas. También –¿cómo podían faltar?– afloraron las lecturas de historietas ilustradas con dibujos, cuya gran popularidad era directamente proporcional al bajísimo nivel de sus textos e ilustraciones. Así fue frecuente que los niños dibujaran a Calafia a la manera de Rarotonga, aquella exuberante mulata, sin connotación geográfica, pues bien podía ser un personaje del áfrica o de nuestra cálida región caribeña. Dada la historicidad de esos fenómenos, esto es, su mutabilidad con el tiempo, así aparecieron los dibujos hechos por niños de los setenta del siglo que se está yendo. Y estoy seguro que si nos pusiéramos a experimentar en estos días, aparecerían los violentos personajes de la era de la globalización que emplean armas letales, producto de los más sofisticados avances tecnológicos, frente a la cándida mirada de los niños y la irresponsabilidad de los padres.
Difusión de gran alcance
No podemos dejar de consignar que el gobernador de la entidad, Milton Castellanos Everardo (1971-1977), le dio a nuestro personaje una notable proyección, producto del entusiasmo que le causó, seguramente por la sensibilidad literaria que ha demostrado tener. Conoció nuestra revista en el inicio de su periodo gubernamental y prendado de Calafia, influyó para que se le diera su nombre a la gran plaza de toros que en ese tiempo se construyó en Mexicali; asimismo invitó a la empresa vinícola Pedro Domecq para que se estableciera en Baja California y los convenció para que al hermoso valle en el municipio de Ensenada, en que tienen sus viñedos, le pusieran el nombre de “Valle de Calafia”. Ya entrados en pagos, ellos, por su propia cuenta, a uno de sus vinos de mayor éxito lo llamaron Calafia y en la etiqueta hacen una breve reseña del origen novelesco del personaje. El entusiasmo del gobernante encontró eco en la ciudadanía y cundieron los bautizos. Se les llamó “Calafias” a las populares “peseras” o microbuses urbanos; asimismo, se les puso el nombre a limpiadurías, boutiques, salones de belleza, imprentas, farmacias. Como se ve, son incontables las vías por las que un conglomerado humano hace suyo un personaje, de tal manera que viene a constituirse en un elemento de su identidad. Mención especial merece el “Centro Turístico, Histórico y Cultural Calafia”, obra de Conrado Acevedo Cárdenas, quien ha demostrado el ilimitado potencial que tiene un concepto, cuando hay talento y creatividad. Obsérvese que a través del tiempo, la revista Calafia, con su peculiar nombre, ha sido un instrumento de reflexión, que ha coadyuvado al enriquecimiento del sentido identitario del bajacaliforniano, con elementos culturales de nuestra tradición latina. Aquí llegamos al fin de estas reflexiones en torno al treinta aniversario de nuestra revista, no sin antes desearle larga vida y fecunda existencia.
La reina Calafia Cuento para niños
________________________________________ *Instituto de Investigaciones Históricas-uabc
Notas: 1 Editorial Porrúa la publicó en 1975, bajo el título de Historia de la Antigua o Baja California. 2 Lo publicó la Dirección de Difusión Cultural del Gobierno del Estado de Baja California, en 1977, con el título de La reina Calafia y el origen del nombre de California. |