Jaime Labastida
Humboldt, ciudadano universal
(con una antología de textos de Alejandro
de Humboldt),
México, sep, fce, El Colegio Nacional,
xxi Editores, 1999.
La lectura del libro de Jaime Labastida
titulado Humboldt, ciudadano universal1 , es un verdadero placer y un
doble descubrimiento: el del científico alemán-mexicano Alejandro de Humboldt, como le llama Eduardo Matos en el interesante prólogo del
mismo libro y, el de un sabio, erudito, filósofo e historiador de la
ciencia, el mexicano Jaime Labastida.
El Humboldt mexicano, de todos conocido pero que, como bien lo señala
Jaime Labastida, es poco leído, es aquí redescubierto en todas sus
dimensiones: como científico, antropólogo, botánico, zoólogo,
economista, político, arqueólogo, geólogo, metereólogo, climatólogo,
minerólogo, filósofo, artista, dibujante, esteta de la naturaleza, en
fin como lo que fue: el hombre de ciencia más importante de la primera
mitad del siglo xix.
Pero Jaime Labastida no es sólo el traductor de la obra de Humboldt ni
el afanoso reivindicador del sabio prusiano, sino que él es a su vez
otro pensamiento totalizador y de múltiples intereses, con lo que
confirma lo que Elías Trabulse suele decir: toda obra histórica es
también una autobiografía.
Humboldt, ciudadano universal es un libro que ha sido publicado con
motivo de los 200 años de la llegada del científico viajero a América,
por cierto uno de los mejores homenajes que se le pueden hacer a este
hombre que vio al Perú, a la Nueva España, a Venezuela, a Cuba, a los
Andes, a los pueblos mesoamericanos con los ojos de un científico
racionalista en el momento en que las nuevas potencias europeas, sobre
todo Inglaterra y Francia, emprendían y financiaban con intenciones
expansionistas, expediciones de corte científico, en especial al Asia y
al África.
En cambio, Humboldt es una especie de científico “puro”, que se interesa
en América y que, con recursos propios, después de lograr la confianza
de los reyes de España, recorre el Orinoco, sube al Chimborazo, cruza
los Andes, llega a la entonces Nueva España, traza un mapa de la bahía
de Acapulco, desentierra a la Coatlicue, se deslumbra con el calendario
azteca, clasifica, dibuja y diseca plantas y animales, analiza rocas y
fósiles de todo tipo y, sobre todo, acompañado del instrumental
científico de la época, mide, cuantifica, clasifica, y compara. Nada de
lo humano le es ajeno.
Esta grandeza de Humboldt aparece descrita de manera nítida en cada uno
de los ensayos escritos por Jaime Labastida, algunos de ellos prólogos o
estudios introductorios de otros libros de Humboldt traducidos por el
mismo Labastida. Para los neófitos, cada uno de estos ensayos permite
acercarse y conocer algo de la personalidad multifacética del sabio
nacido en Prusia en 1769, que a los 30 años de edad llegó a nuestro
continente para revolucionar, desde todos las perspectivas, el
conocimiento que se tenía de las tierras americanas que él visitó.
La lectura de estos ensayos, producto de 30 años de investigación y
estudio de Jaime Labastida, quien ha hecho de Humboldt uno de sus
interlocutores predilectos, al punto de viajar a Alemania a visitar el
castillo de Tegel, donde nacieron y crecieron los dos hermanos Humboldt:
Guillermo y Alejandro, ayudan mucho al lector, quien tomado de la mano
de Labastida va conociendo de la intensa, múltiple y compleja obra de
Humboldt. Así, nos enteramos de que el Humboldt mexicano no sólo
escribió su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, la obra
por la que es conocido en estas tierras, sino que empeñó su vida en la
publicación de una obra editorial de primer orden, con la participación
de los ilustradores y dibujantes más importantes de su tiempo, quienes
reprodujeron los dibujos que tanto él como su equipo de científicos
exploradores realizaba y que nos recordó en mucho la faceta científica
de nuestro pintor paisajista José María Velasco. Por Labastida también
nos enteramos de que Humboldt gastó su fortuna personal sufragando todos
los gastos que implican empresas editoriales de gran magnitud como la
suya y que en gran medida se le considera el precursor del evolucionismo
al influir de manera directa en Darwin. También junto con Labastida nos
lamentamos de la actual especialización del conocimiento que fragmenta y
divide tanto el saber humano. Es una paradoja en ésta que presume ser la
era de la información.
Así, en el capítulo del libro titulado “Humboldt, ese desconocido”,
prólogo del libro del mismo nombre que fue editado en 1975 dentro de la
célebre colección Sepsetentas, Labastida emprende una defensa a ultranza
acerca de las tergiversaciones de la obra humboldtiana. La razón
principal de ese artículo de Labastida es echar por el suelo una
acusación contenida en un prólogo escrito por el historiador Juan A.
Ortega y Medina a la edición de 1966 del Ensayo político sobre el reino
de la Nueva España publicado por la editorial Porrúa, en donde, en
palabras de Labastida, “Ortega y Medina hace un verdadero derroche de
calificativos denigrantes en contra del científico alemán”. Al parecer,
Ortega y Medina en un afán de ponerle el cascabel al gato y desmitificar
a Humboldt pero, sobre todo, revalorar la visión negativa que se tenía
entonces de la Corona española en los circuitos académicos de los
historiadores, insinúa algunas acusaciones en contra de los objetivos de
Humboldt y su trabajo científico. La más grave, que Humboldt le había
proporcionado a Thomas Jefferson, presidente de los Estados Unidos, el
material que permitió posteriormente a esa potencia invadir México y
despojarlo de la mitad del territorio. Para Labastida este hecho de
“calificarlo de espía es apenas una muestra de mezquindad”.
“Una jornada de trabajo de Alejandro de Humboldt. Su método científico”
es el nombre de otro capítulo que no es otra cosa que una ponencia con
la que Labastida participó en junio de 1999 en un congreso organizado en
Berlín. En este trabajo, el autor nos introduce en el método acucioso
del científico, a partir de la llegada de este último al puerto de
Acapulco en marzo de 1803, en donde permanece sólo unos días, tiempo
durante el cual escarba en las montañas, extrae minerales, dibuja el
plano de la bahía, estudia, clasifica y les asigna nombre científico a
las plantas encontradas, determina la latitud y longitud exacta tanto
del puerto como de las plantas, traza el perfil de las serranías y toma
apuntes sobre aspectos generales del puerto de Acapulco: población,
actividad comercial y portuaria y de todo tipo.
Este capítulo, junto con el de “Las aportaciones de Humboldt a la
investigación científica”2 constituye una unidad. Labastida, profundo
conocedor de la obra de Humboldt, nos permite un acercamiento al
pensamiento humboldtiano, al instrumental científico del que se vale
para hacer sus observaciones, a la inmensa curiosidad que consume al
alemán y sobre todo, a enterarnos de su gusto por los datos, obtenidos a
través de sus instrumentos: telescopio, péndulo, sextante, microscopio,
barómetro, termómetro, cianómetro, con los que dibuja, mide y reproduce
con exactitud todo lo que le interesa: montañas, animales, plantas o
cualquier aspecto pintoresco. Aquí, Labastida destaca el “afán humboldtiano
de medir y cuantificar, de observar analítica y tajantemente, con
aparatos, todo cuanto existe, de establecer correspondencias
universales, comparaciones y leyes generales”. Como prueba de este
“afán” basta señalar que Humboldt y su compañero Bompland recogieron
cerca de 60 000 ejemplares de plantas, que pertenecían a unas 5 800
especies diferentes; de éstas, 3 600 eran desconocidas para los
científicos. Durante los más de cuatro años pasados en el continente
americano, ambos científicos recogieron casi la décima parte de las
plantas conocidas y enriquecieron con un 6% el tesoro botánico mundial.
Por otro lado, gracias al empeño de Humboldt en establecer estaciones
metereológicas en todo el mundo, surgió la climatología como una
disciplina científica.
La llegada de Humboldt a la Nueva España fue, en su momento, un acontecimiento
de gran importancia. Su presencia sacudió de tal manera la vida
virreinal que los cronistas de la época la consignan con detalle. El
arrobamiento del barón alemán por el calendario azteca –que en esa época
estaba colocado a un costado de la Catedral, frente a la calle 5 de mayo
en la ciudad de México– le permite adentrarse en el concepto del tiempo
del pueblo azteca; su interés por conocer las “estatuas” de piedra
prehispánicas, a las que no les concede ningún valor estético, pero sí
gran envergadura histórica, lo llevan a cabildear con las autoridades
virreinales y religiosas hasta que le desentierran a la Coatlicue, la
cual una vez exhumada estudia, analiza, dibuja y reproduce con cuidado
antes de que la misma sea de nuevo enterrada. “Humboldt en la Nueva
España” y “Las aportaciones Humboldt a la antropología mexicana” son los
nombres de los dos capítulos de este libro, en donde Labastida, quien no
duda en bautizar al barón alemán como el fundador científico de la
antropología americana, nos hace percatarnos de las importantes
contribuciones de Humboldt al conocimiento de las culturas
mesoamericanas. El mérito llega a ser de tal naturaleza que le atribuye
el hecho nada casual de que hoy en día los museos alemanes posean en sus
colecciones tesoros prehispánicos, mayas, nahuas e incas.
Por último, “Aproximaciones a la estética de Humboldt” es un corto pero
sustancioso capítulo en donde nos enteramos del gusto de Humboldt por el
dibujo, de sus preocupaciones por la estética de la naturaleza, al punto
de pagar de su bolsillo los trabajos de los mejores artistas plásticos
de Europa, en especial a dibujantes y grabadores, para que le hicieran
las planchas de metales con reproducciones de animales, plantas, códices
y cordilleras. Para Labastida, en Humboldt se dan “indisolublemente
ligados el espíritu más riguroso con la sensibilidad y la pasión de un
esteta”.
Estos ensayos constituyen la primera
parte del libro. Una segunda parte se compone de una breve antología de
textos escritos por el científico viajero, seleccionados, traducidos y
anotados por el propio Labastida. Así, después de los interesantes
artículos, saboreamos directamente algunos de los trabajos escritos por
Humboldt, entre ellos, “Ensayo sobre la geografía de las plantas”, “La
vida nocturna de los animales en las selvas primitivas”, “Sobre las
cataratas del Orinoco,” “Relieve de basalto en el que se representa el
Calendario Mexicano”,
y “Observaciones sobre la anguila eléctrica”. Este
último ensayo es fundamental porque los experimentos con peces
eléctricos confirman la existencia de la electricidad animal, idea muy
controvertida en su momento, pero que abrió las puertas a la
investigación científica sobre la electricidad. El trabajo de Humboldt
sobre el calendario azteca es una prueba fehaciente del profundo interés
del autor por la antigüedad mexicana y sobre todo un valioso antecedente
para entender el modo en que los pueblos mesoamericanos medían al
unísono el tiempo y el espacio. En cambio, las memorias de su expedición
a las fuentes del Río Orinoco son un diario de viajero, ya que junto con
Bompland, recorrió a pie la orilla del río, y mediante observaciones
astronómicas, hizo un levantamiento completo del curso del mencionado
río. Este mismo recorrido, que duró varios meses, le permitió hacer sus
observaciones acerca de la vida nocturna de los animales en las selvas
primitivas, mientras que el ensayo sobre la geografía de las plantas, es
una síntesis de sus conocimientos, que permite a Humboldt explicar la
distribución de las plantas desde las alturas antes de las cumbres
nevadas hasta por debajo del nivel del mar, tanto en tierra firme como
en los oceános.
Para ventaja de la humanidad, Humboldt fue un hombre longevo que vivió
casi 90 años y murió el mismo día en que su pupilo Darwin publicó su
famoso y revolucionario libro sobre el origen de las especies. Esto le
permitió a nuestro sabio recibir en vida un sin fin de homenajes y
reconocimientos (uno de ellos la nacionalidad mexicana) y poder llevar a
cabo muchos de sus proyectos científicos, así como evolu-cionar en su
pensamiento hasta convertirse en un eslabón del materialismo mecánico y
dialéctico, o como señala Labastida “un materialista razonado”. Durante
su prolífica vida, Humboldt redactó 30 volúmenes con información de
índole científica de primer nivel, los que generosamente publicó con sus
propios recursos.
No cabe duda que el dúo Humboldt-Labastida ha dado lugar a una magnífica
obra. A los ensayos y a la breve antología de textos de Humboldt, se les
añadió una interesante cronología elaborada por Labastida, por medio de
la cual nos enteramos de las desventuras y desasosiegos de nuestro sabio
a lo largo de su vida: dónde nació, cuándo conoció el mar, cuándo y
dónde estudió, a dónde fue y vino, cuál fue el primer temblor que vivió
en tierra americana, los conatos de naufragios que sufrió, las luchas
contra los ataques de paludismo, las aventuras en tierras americanas que
estuvieron a punto de quitarle la vida, en dónde y con quien vivió,
etcétera. Datos que sirven mucho para tener una visión más completa de
la fructífera y productiva vida del barón.
Comentario aparte merece la cuidada y bella edición de este libro en el que se comprueba una vez más
los magníficos resultados del esfuerzo conjunto de varias instituciones:
en este caso, sep, El Colegio Nacional, Siglo
xxi Editores y
fce.
Profusamente ilustrado con reproducciones de obras que existen en museos
y bibliotecas europeas y mexicanas, algunas del mismo Humboldt y de su
grupo de colaboradores, el libro es un deleite visual para cualquier
lector.
Sólo me resta hacer una sincera invitación para que lean esta obra. Para
todos será un auténtico descubrimiento y a todos asombrará la
inteligencia de este hombre que con los instrumentos teóricos y
científicos de hace dos siglos logró llegar a las cumbres del saber
humano y acaso se preguntarán ¿qué hubiera sido de Humboldt si hubiera
nacido en estos tiempos? Probable-mente sus expediciones hubieran sido
al Cosmos, al que estudió con ahínco, sobre todo en la última etapa de
su vida.
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Notas:
1
Este artículo fue publicado originalmente como prólogo a
El Humboldt
venezolano, publicado en Caracas por el Banco Central de Venezuela en
1977.
2
Este trabajo forma parte de Vistas de las cordilleras y monumentos de
los pueblos indígenas de América, de Alejandro de Humboldt, publicado
por Siglo xxi Editores, en el año de 1995. |