Fernando Jordán:

El otro periodista desconocido

 

 

Gabriel Trujillo Muñoz*

 

 

El mitógrafo

La anécdota es simple y bien conocida. En algún pueblito del viejo oeste, un reportero bisoño es enviado a constatar la leyenda de un famoso pistolero, leyenda que acaba descubriendo el joven periodista es una mentira de principio a fin. El director del periódico lo recibe a su vuelta y lee lo escrito. “¿Esta es la verdad?”, pregunta al joven aprendiz de periodista. “Ni más ni menos”, responde éste. El director rompe el reportaje sobre el pistolero ante los ojos asombrados de su empleado. Al ver la cara de sorpresa de éste, el director responde con una orden terminante: “Entre la verdad y la leyenda, aquí siempre imprimimos la leyenda”. “¿Por qué?”, pregunta, aún atónito, el joven. La respuesta es contundente: “Las leyendas crean lectores. Y nosotros vivimos de ser leídos, no de decir la verdad”.

Así que este texto es una forma de ser aguafiestas: yo prefiero la verdad, aunque los lectores de periódicos prefieran la leyenda. Y decir verdad con mayúsculas es decir crítica apasionada de un escritor como Fernando Jordán (1920-1956), al que ahora se ve como una auténtica leyenda del periodismo mexicano. Me pregunto: ¿realmente lo fue? La leyenda dice que sí, que con él se redescubrió Baja California a nivel nacional, que gracias a sus reportajes y a su libro, El otro México. Biografía de Baja California (1951), nuestra península tuvo presencia y resonancia en la cultura mexicana. Yo digo que hay que leerlo no como un clásico sino como un autor que manifestó una visión particular de Baja California y sus habitantes, alguien que apostó por la mitificación de Baja California, por la leyenda sobre la verdad, por los chismes sobre la documentación, por los datos de segunda mano sobre la investigación real. Y que tuvo muchas razones para hacerlo y varios padrinos poderosos para alentarlo en la escritura de El otro México.

Lo primero que hay que tomar en cuenta es que Jordán es un periodista en una época en que hacer periodismo era cuestión de audacia y voluntarismo, una forma de competencia deportiva por ver quién iba más lejos y quién afrontaba mayores peligros en el ejercicio de su profesión. A esto se añade una especie de interés personal de Jordán por las regiones más desafiantes del territorio nacional: islas del país, Chiapas, Chihuahua y Baja California, así como sus conocimientos antropológicos que lo llevaban a involucrarse con la gente de los lugares por donde pasaba. Pero Jordán no era un improvisado sino un seguidor de la escuela de la National Geographic, en donde cada exploración se planeaba con antelación ya sea leyendo lo que otros exploradores habían descubierto sobre la región a explorar, como haciendo acopio de información directa. Pero el objetivo de los reportajes de Fernando no es la ciencia antropológica ni la exploración por sí misma sino el entretenimiento de sus lectores. En Baja California, tierra incógnita (el compendio de sus reportajes semanales sobre Baja California), él mismo señala que “Puede leerse a Baegert, a Steinbeck, a Clavigero o a Stanley Gardner. Lo mejor es el libro de Ulises Irigoyen: Carretera transpeninsular, pero a pesar de todo es deficiente para usos de un periodista que busca material sensacional”. Sensacional. Sí, hermosa palabra. Eso busca Jordán y eso, precisamente, quiere proporcionarle a los lectores: “material sensacional”. Lo que puede estremecerlos, lo que puede mantenerlos en vilo mientras leen, en la revista Impacto, sus reportajes sobre una región prácticamente desconocida para los habitantes del interior del país. Y si no es sensacional, entonces, bajo la perspectiva de nuestro reportero estrella, es material deficiente. He aquí, pues, el inicio de El otro México como una mitografía, como una cadena de historias nacidas, cierto, del entusiasmo del periodista que quiere toparse, de antemano, con las maravillas que previamente ha leído. Como él mismo lo dijera: su meta era ser el Stanley Gardner mexicano, el explorador audaz e infatigable. Él mismo ha creado el mito de que Baja California es tierra incógnita para el resto de los mexicanos y espacio inédito para la prensa nacional. Pero no es así: apenas seis años antes, en 1943, el escritor José Revueltas escribe también una serie de reportajes similares donde escudriña, con rigor crítico, la vida y milagros de los bajacalifornianos para los lectores de la revista, Así. Y a mediados de la década de los años cuarenta, Carretera transpeninsular, la obra que menciona el propio Jordán, ofrece una panorámica donde coinciden los datos económicos y el amor por Baja California del ingeniero Ulises Irigoyen. Revueltas, por su parte, no se muerde la lengua al señalar a los ambiciosos bajacalifornianos que se enriquecen con el contrabando y la industria de guerra estadounidense. Su prosa desnuda nuestros logros y carencias como individuos y sociedad sin tratar de caer bien o congraciarse con los prejuicios y puntos de vista de los habitantes peninsulares.

Y aquí viene la creación de la leyenda: Fernando Jordán, olvidando todo lo anterior, asume los riesgos de su expedición rumbo a lo desconocido (que, como vimos, no lo es) y al hacerlo se vuelve el héroe de su propio reportaje: entre más desafíos enfrenta más crece la leyenda del explorador obsesionado. Baja California se multiplica en hallazgos y asombros en la medida que su descubridor se transforma en un vencedor de riesgos físicos, pérdidas de rumbo, viajes por mar o por el desierto, encuentros inesperados con la naturaleza salvaje. Pero lo que no aparece en El otro México se relata en Baja California, tierra incógnita de una manera menos heroica, menos solitaria. De pronto, vemos que Jordán no estuvo solo en muchos de sus recorridos y que la protección oficial siempre mantuvo un monitoreo sobre sus idas y venidas por Baja California. Habla Regino Hernández Llergo, el director de Impacto:

Para ejecutar una expedición de esta índole, decidida por Impacto desde su fundación y preparada durante largos meses de estudio y documentación por Fernando Jordán, hacíase necesaria no sólo la voluntad del periodista y la decisión de esta revista, sino también, y en gran medida, el apoyo y la protección de los bajacalifornianos, quienes mejor que nadie conocen las dificultades de realizar un viaje de estudio con fines de divulgación en una región de tan adversas condiciones geográficas que, al decir del propio Jordán en carta al director, es “mitad montañas y mitad desierto”.1

Por eso al iniciarse esta expedición periodística, Impacto reconoce y agradece el entusiasmo y la ayuda que están prestando al redactor viajero los bajacalifornianos. En primer lugar, al gobernador del Territorio Norte, licenciado Alfonso García González, quien, interesado en que se dé a conocer la realidad de la región cuyos destinos dirige, ha facilitado a Jordán vehículos, acompañantes y toda la protección que necesite; a la Empacadora del Pacífico, que durante la segunda etapa del redactor viajero otorgará las necesarias facilidades a fin de que recorra el mar y las islas del Pacífico; finalmente, a los agricultores y comerciantes de Mexicali y otras ciudades del Territorio Norte, quienes han proporcionado información y han brindado amistad y ayuda desinteresada a nuestro redactor en viaje por aquellas tierras.

Aquí vemos el autolanzamiento producto de una empresa que pone todo su peso político y periodístico tras su reportero estrella. Éste no es un viaje más, nos lo señalan repetidas veces, sino el gran viaje. Y el gobierno del territorio norte de la Baja California debe estar consciente de su importancia. Lo mismo la clase empresarial y turística de la entidad.

 

El autocensor

El mito de Fernando Jordán se enfrenta a otra clase de reto: el de la relectura de El otro México y su comparación con los reportajes que publicó entre 1949 y 1950 en Impacto y que fue el origen de su obra más conocida y aplaudida. Felipe Gálvez afirma que “en los reportajes de Baja California, tierra incógnita Jordán busca cumplir con las reglas que rigen el quehacer de un observador imparcial” y luego añade que “así, cuando los datos candentes le obligan a subrayar las carencias que minan el suelo de los californios, Jordán no hace panfletos hirientes”. Y esto es cierto. Veamos un ejemplo. En su reportaje titulado “¡La antesala del infierno!”, al hablar de la capital del territorio, Jordán informa a sus ávidos lectores que en Mexicali:

Aun las mismas colonias humildes, construidas al sur de la ciudad primitiva, mantienen en pequeña escala ese ambiente de amplitud, de ansia de espacio y de aislamiento. Lástima es que todas las colonias periféricas, cuyo estándar de vida no es en forma alguna miserable, estén tan abandonadas en cuanto a condiciones sanitarias, sufriendo por falta de agua, de drenaje, de luz y de pavimento.2

Un ejemplo, pues, de periodismo veraz, que no se muerde la lengua para señalar defectos evidentes en la acción gubernamental de aquel entonces,  a pesar del monitoreo del licenciado Alfonso García González. Pero luego, cuando uno lee El otro México, el libro que le dio fama y reconocimiento como periodista intachable, encontramos esto:

Aun las mismas colonias humildes, construidas al sur de la ciudad primitiva, mantienen en pequeña escala ese ambiente de amplitud, de ansia de espacio y de aislamiento.3

Y aquí nadie puede acusar a Pagés Llergo de censura. Jordán evita toda crítica a la realidad bajacaliforniana de su tiempo y quita la mención a que estas colonias humildes sufren “por falta de agua, de drenaje, de luz y de pavimento”. Pero, ¿qué quieren? Eso, para don Fernando, no congeniaba con El otro México, con la nueva redacción de su anterior material periodístico. Mejor que los lectores –los del libro, no los de la revista– se imaginaran grandes desiertos, mares llenos de criaturas fabulosas y ciudades encantadas con nombres exóticos, como la caliente Mexicali, o la cenicienta del Pacífico. Y aquí viene otro acto de autocensura mayor: en sus reportajes, Fernando hace un panegírico de Esteban Cantú, el idealista, y de Abelardo Rodríguez, el hombre de acción. En los artículos que publica Impacto, llama a Rodríguez ni más ni menos que “El hombre Baja California”. Y las alabanzas se multiplican, página tras página:

Tal vez al lector le extrañe tanta importancia que concedo, en relación con Baja California, al general Abelardo L. Rodríguez. Esto no tiene nada de particular. Entre la península (Territorio Norte) y él, hay una precisa interdependencia. Se podría creer que don Abelardo es a Baja California lo mismo que Lázaro Cárdenas es a Michoacán o Manuel Ávila Camacho a Puebla. Tal comparación apenas sería aproximada. Los ex presidentes Ávila Camacho y Lázaro Cárdenas se han preocupado mucho por sus estados natales y han logrado bastante, impulsando la economía y la cultura. Pero el caso del ex presidente Rodríguez es distinto. Primero, don Abelardo es sonorense y no bajacaliforniano; segundo, no encontró, como Cárdenas o Ávila Camacho, un pueblo cuya cultura y elevación impulsar; en Baja California, Rodríguez tuvo que crear primero el pueblo, seguidamente gobernarlo, luego darle medios de vida y finalmente, encauzarlo hacia la liberación económica y el mejoramiento social. Por eso, repito, Abelardo L. Rodríguez es el hombre Baja California.4

¿Habían oído algo más mitológico, para no decir servil, que esto? Fíjense bien: Rodríguez creó al pueblo bajacaliforniano, sólo para que este pueblo tuviera el honor de ser gobernado por el general y pudiera vivir en libertad económica. Aplausos, por favor. Las industrias que Rodríguez fundó han liberado a los bajacalifornianos y les han proporcionado un ser, una identidad y, sobre todo, una prosperidad inigualable. Ante semejante prosa servilista, el propio Jordán se dio cuenta que iría en su propio descrédito repetirla en su libro y simplemente la eliminó. Desde luego, Fernando mencionó en su obra clásica a Rodríguez, pero, claridoso, se autocensuró sus alabanzas y en el espacio que le dedica a las actividades económicas fue recatado y prudente. Lo cierto es que El otro México, siguiendo las afirmaciones de Felipe Gálvez, es más un texto de un escritor que el de un periodista, pero esto va en demérito de esta obra. En sus reportajes, Jordán es más transparente en sus reverencias y sumisiones, aunque su estilo sea menos poético e imaginativo. En El otro México, todo suena mejor, pero también todo suena más recortado, más adecuado para ayudar a los lectores y no a la verdad.

 

El prejuicioso

El otro México contiene mucho material que no aparece en sus artículos periodísticos, sobre todo la primera parte, titulada “El tiempo pasado”, que es una especie de breviario de la historia de Baja California. Tal vez por eso, por su carácter pedagógico, este libro tuvo tan buena aceptación en nuestra península. Gracias a una prosa, a la vez ágil y elegante, confirmaba con su relato el transcurrir histórico peninsular buena parte de los prejuicios que compartían por igual los bajacalifornianos de aquella época.

Empecemos por el prejuicio más obvio. A pesar de haber estudiado etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia del ipn, Jordán ve a los indios californios como los veían los misioneros: como gente sin razón. O como decía Fernando: como “un pueblo sin Dios”. Así, la civilización occidental, para Jordán, vino a sacarlos de su casi animalidad. Por eso alaba al padre Tamaral, el “héroe cultural y espiritual entre los pericués”, el misionero jesuita que escribió que es “un milagro de la Divina Gracia conseguir que estos hombres perezozos y acostumbrados a una vida bestial se resuelvan a contentarse con una sola  mujer, a buscar los alimentos para sí mismos y para sus hijos y a tener una vida racional”. Y en sus reportajes, al ver las pinturas rupestres, Jordán asegura que:

Por lo que se refiere a la calidad artística, las pinturas rupestres de San Borjita no tienen valor. Los pueblos que habitaron la península en tiempos prehispánicos: laymón, cochimí, guaycura y pericú, fueron de una pobre evolución cultural. Sus costumbres eran totalmente primitivas y su economía se basaba principalmente en la caza, la pesca y la recolección. Vivieron aislados de todos los patrones y corrientes culturales que hicieron evolucionar a los demás pueblos indígenas de México. Sus parientes cercanos –familia yumana– que vivieron en tierras del sudoeste norteamericano, alcanzaron mayor desarrollo, pero éstos los de Baja California, llevaron una vida casi de isleños. Entraron por el norte, en lenta emigración, y se encontraron en un callejón sin salida, no muy pobre en recursos naturales, pero que no pudieron aprovechar por su atrasada tecnología.5

De esta manera, Fernando Jordán, el etnólogo, el periodista, el escritor, se asume como “gente de razón” ante los indios californios. Un defensor de la cultura occidental, mestiza, mexicana. Y esto se puede apreciar mejor en los personajes (siempre mestizos y gente “de razón”) que entrevista o con los que comparte sus aventuras. Aunque sean habitantes de pequeñas rancherías o pescadores perdidos en la inmensidad, ni cucapá ni kumiai ni pai pai tienen cabida en sus páginas, excepto para recordarnos, desde la superioridad civilizatoria, que los chamanes indígenas eran “locos respetables” y que su “cultura seriamente transformada por el impacto de la moderna cultura norteamericana, no puede proporcionar ningún dato sobre lo que en tiempos precortesianos fue la vida entre los aborígenes de California”. ¿Cómo puede asegurar esto nuestro periodista estrella? Veinte años después de que fueron escritas tales palabras, Mauricio Mixco, Jesús Ángel Ochoa Zazueta y Anita Álvarez de Williams pudieron rescatar multitud de datos sobre la cultura indígena bajacaliforniana de los propios indios peninsulares. ¿Falta de interés o simple prejuicio fue el que hizo que El otro México vea a nuestros verdaderos pioneros con mirada condescendiente y superioridad moral? Y tanta es la ceguera que Jordán se atreve a decir que “he dicho que no tenían dios, pero en cambio no les faltaban espíritus más o menos imprecisos”. ¿Imprecisos? ¿Matipa-el coyote? ¿Sipa y Komat, los dioses gemelos? ¿Jalcutat, el monstruo de fuego? ¿Qué clase de reportero es uno que escamotea la parte fundamental de nuestra herencia indígena bajacaliforniana y que, en cambio, afirma erróneamente que los misioneros jesuitas les adjudicaron, en contraposición de los dominicos, “calidad de hombres libres”? ¿O cuándo señala que la decadencia demográfica indígena que llevó a la extinción de las tribus del sur de la península fue culpa de los dominicos y no del choque cultural provocado por las misioneros jesuitas, que reunieron a la fuerza a los indios en un solo lugar, con lo que las enfermedades que los misioneros trajeron condujeron a epidemias y muertes masivas de las que estas tribus no lograron recuperarse? Pero para Jordán, los misioneros jesuitas están libres de toda culpa gracias al “amor a la tierra y a los indios, que caracterizó el afán jesuítico”. Y todavía se vanagloria al exponer que:

Tomando en consideración el hecho de que los indios jamás habían conocido ni siquiera el esbozo de una cabaña, puede pensarse que al construir las soberbias misiones, los jesuitas trataron de impresionarlos, de hacerles ver, en cada una de las “casas de Dios”, el corazón de una comunidad. Así deben haberlos obligado a agruparse, a venir a refugiarse con su miseria cultural al amparo de esos pesados muros que por primera vez levantaba el hombre en suelo californiano. No puede entenderse de otro modo la superioridad arquitectónica de las misiones. Cada una de ellas llevó la intención de crear un pueblo; un pueblo futuro, ya que por entonces la población aborigen no justificaba la construcción de tales edificios.6

¿Han oído bien? ¿Han escuchado tal sabiduría? Recapitulemos: los indios californios representan la “miseria cultural” y las misiones fueron un regalo de la cultura occidental, un regalo que era excesivo tomando en cuenta que: “la población aborigen no justificaba la construcción de tales edificios”. Las decenas de miles de seres humanos que murieron entre 1697, año de la fundación de la misión de Loreto por el padre Juan María de Salvatierra y 1768, cuando los jesuitas abandonaron por orden del rey Carlos iii de España las misiones californias, no justificaban semejante gasto y esfuerzo. Bueno saberlo, sin duda.

 

Recapitulaciones

Viendo lo anterior, uno puede comenzar a leer El otro México como un panfleto neoliberal en pro del progreso de la región, no importando los sacrificios humanos que demande tal modernización. Al final de cuentas, los héroes de esta epopeya son los que impulsan el cambio a cualquier precio: los misioneros que transforman, sin pedirles permiso, la vida nómada de los indios californios en una vida sedentaria en el cementerio misional y con nombres cristianos; los mineros y rancheros mestizos del siglo xix que explotan las riquezas naturales, y los gobernantes-empresarios del siglo xx, como Cantú y Rodríguez, que se benefician del poder cada uno a su modo. Por más que Jordán le cante a la naturaleza peninsular, por más que le guste andar en la soledad de los caminos del desierto o en una lancha improvisada por el Mar Rojo de Cortés, nuestro periodista apuesta por el progreso, por el comercio y la industria, por las ciudades en auge y, como lo dice al contemplar el futuro del puerto de San Felipe, las cosas ya no serán tan tranquilas en Baja California, pero la lluvia de dólares puede curar todas las heridas ecológicas; el desastre venidero: 

En breve, por el interés que fuertes inversionistas han sentido de pronto por este puerto, San Felipe será una ciudad porteña. Tal vez entonces se acabe su encanto de pueblo sencillo, acogedor y sonriente. Mostrará un interés creciente por los dólares, tendrá el confort y la elegancia de Acapulco o de Long Beach, ya acaso se instale un casino para divertimiento de los miles de turistas. Ya no será más San Felipe el pueblo costero donde la cervecería populachera es el único club y la sinfonola la orquesta, ni donde los chicos recogen sin recato los sobrantes que dejan abandonados sobre la playa los pescadores. La vida será cara, pero el mar será el mismo, y Mexicali fortalecerá su vida con otra ciudad de la que ella será la escala obligada.7

Ahora podemos contemplar con otros ojos esta biografía de Baja California. En realidad, El otro México es un libro de superación personal comunitaria. Da palmadas en la espalda a todos los bajacalifornianos que ven a esta península como riquezas a explotar, como negocio en marcha. Pienso que debe ser lectura obligada para todo empresario que sabe que sí se puede. A cincuenta años de su publicación, El otro México de Fernando Jordán aún funciona como un catálogo de negocios por hacer en una Baja California que “tiene que conformarse con el turismo loco y generoso que derrocha sus dólares por unas horas de placer obtuso”.

En este sentido, este clásico de la literatura bajacaliforniana ya no puede ser visto únicamente como un canto ajeno a las “30 000 palabras de los reportajes enviados, publicados y acogidos con benevolencia por la crítica”, como expuso en su introducción el propio Jordán, “Me sentí defraudado y me sentí un embaucador. De la realidad bajacaliforniana, hasta entonces, había escrito precisamente lo obvio, lo superficial, lo sensacional y lo que creía oportuno. Se me había escapado lo más importante: lo que tenía sentido, lo que llevaba implícito un mensaje y un signo”. Pero al comparar esas 30 000 palabras de sus reportajes (y que ahora conforman el libro Baja California, tierra incógnita) con El otro México uno puede ver que el mensaje y el signo del trabajo escritural de Jordán no ha cambiado realmente, no ha variado en sus obviedades y superficialidades, ni en el sensacionalismo y oportunismo de su prosa, por demás seductora y persuasiva, pero que mantiene una trayectoria propagandística a favor de políticos y empresarios, una arrogancia occidental ante las culturas indígenas, una mitografía subjetiva y parcial de la historia bajacaliforniana y una serie de prejuicios típicos del turista cultural que sólo busca confirmar lo ya sabido.

De esta forma, El otro México es un gran trabajo escritural en el rubro de la publicidad empresarial de esta región del país. No una obra periodística veraz sino un ejemplo fehaciente de que en el periodismo de Fernando Jordán, como en la anécdota del viejo Oeste con la que este trabajo inicia, ha ganado la leyenda sobre la realidad. Y el que medio siglo después nos siga embaucando habla mal no de su autor, cuya subjetividad y prejuicios respondían a la época alemanista en que escribió su libro-reportaje, sino de nosotros, sus lectores, que hemos preferido celebrar sus aseveraciones y supuestos, sin leer realmente que en El otro México están expuestos, con nitidez, prejuicios, arrogancias e interpretaciones históricas que seguimos considerando válidas, que seguimos sin querer poner a prueba.

Lo escandaloso no es un libro de 1951 con juicios anacrónicos, sino que buena parte de los libros de historia de nuestra entidad se hayan hecho y se sigan haciendo siguiendo los pasos y desvaríos de El otro México; que no hayamos sido capaces de dejar a un lado la leyenda y comenzado a contar la verdad. Nuestra dolorosa, mezquina, imperfecta verdad. La que Baja California y los bajacalifornianos merecemos desde hace cincuenta años, pero que aún no queremos leer y menos aún enfrentar, discutir, cuestionar. Una verdad que, aunque nos duela o nos disguste, nos permitirá recuperar no el otro México legendario, propagandístico y publicitario de Jordán sino nuestro pasado a secas, más allá de una crónica de viaje y de una mitografía poco segura y confiable. Este México que, recordando las palabras de José Revueltas, se manifiesta al recién llegado en su febril avidez para el “enriquecimiento de algunos y la miseria de los más”, en su “descarnada brutalidad”.

 

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México, D.F., 17 de septiembre de 1952. 

 

Sr. Lic. don

Alfonso García González

Gobernador del Territorio Norte

Mexicali, B. Cfa.

 

Estimado gobernador y querido amigo:

 

Ante todo mis saludos, un fuerte abrazo y mis mejores deseos de que todo marche bien en sus negocios sociales, políticos y personales. ¿Qué le promete 1953? ¿Todo parece tan bien como lo pensamos y deseamos sus amigos?

 

Le escribo, además de para desearle éxitos y tener el placer de saludarlo, para proponerle un asuntillo en el cual estoy seguro que me va a ayudar porque va a interesarle. Sucede que en el desierto sonorense, muy cerquita de Baja California, hay dos temas geográficos-geológicos-antropológicos que están pidiendo a gritos un reportero como yo que vaya a descubrirlos.

 

Los asuntos son interesantes. El uno trátese de un enorme cráter meteorítico que debe guardar en el fondo un tesoro de hierro meteórico. El segundo son las construcciones impotentes y verdaderamente singulares de una antigua tribu apache.

 

Naturalmente que he decidido ir, y Regino ha aprobado el proyecto. Para lo del cráter me llevaré un geólogo y veremos si es posible calcular la cantidad de hierro ahí enterrado para definir si es costeable su extracción. Para lo segundo me basto yo en cuanto a cuestiones arqueológicas.

 

Total. Haremos una expedición rápida, de no más de quince días, que no representa mucho costo. Esto está decidido y sobre el particular no hay problema. Pero ¿Quién va a patrocinar la expedición? Se me ha ocurrido que usted es la persona indicada, y que, inclusive, le resultaría beneficioso. ¿No lo piensa usted así?

 

Lo de los gastos es lo de menos. Usted me ha ofrecido reiteradamente unas vacaciones en mi tierra. ¿Qué tal si cambiamos una vacaciones estériles por una fructífera expedición? La diferencia, en cuanto a costos, no sería mucha. Creo que con 4, 000 lanas (dos mil de pasajes del geólogo y yo) cuando más otros tantos para gastos, resultaría todo a las mil maravillas. Mis vacaciones, es cierto, le costarían más o menos la mitad, pero de ellas no obtendrían usted nada, y, en cambio, en esto, va usted a recibir lo que me imagino debe ser el placer de patrocinar una expedición científica-periodística; además de una publicidad que, aunque usted no lo necesita, nunca cae mal a nadie. ¿Qué le parece?

 

Mi proyecto es salir de Mexicali, en un jeep que usted me hará el favor de prestarme, rumbo a Naco, por donde me internaré en el desierto, para salir diez o doce días después. ¿Qué le parece? La fecha ideal es cualquiera a fines de este mes o a principios de octubre, cuando el desierto ya no es ni muy caliente ni aún muy frío.

 

Para salir de aquí lo único que necesito es su aprobación a mi proyecto y un cheque o giro por unas 3, 000 lanas a fin de comprar los pasajes de avión y algo de equipo. Si no lo aprueba, al menos espero que no me deje sin vacaciones.

 

Le ruego me conteste pronto porque esta inquieta y desagradable vida en México obliga a planear y resolver los proyectos con alguna anticipación.

 

Y, mientras llega su respuesta sobre el particular, aquí me tiene esperando y a sus órdenes para cualquier cosa que pudiera ofrecérsele y yo servirle.

 

Le abraza, su amigo

Fernando Jordán

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*Académico de la Facultad de Ciencias Humanas uabc

 

Notas:

1 Fernando Jordán, Baja California, tierra incógnita, México, uabc-cecut-conaculta, 1996, p. 25.

2 Ibídem, p. 41.

3 Ídem.

4 Ibídem, pp. 67-70.

5 Ibídem, p. 151.

6 Jordán, Fernando, El otro México. Biografia de Baja California,  México, sep-uabc, 1993, Col. Baja California: Nuestra Historia, vol. 3, p. 111.

7 Ibídem, p. 157.