Fernando Jordán, tiempo de recuento

 

 

Patricio Bayardo Gómez*

 

 

Hace más de cincuenta años Fernando Jordán Juárez (1920-1956), escribió en la revista Impacto una serie de reportajes sobre la península, con la insignia de Baja California, tierra incógnita. Los reportajes se iniciaron a partir del 26 de noviembre de 1949 y terminaron con su última entrega el 29 de mayo de 1950, de acuerdo al investigador Felipe Gálvez.1 Eran los cincuenta, en los que muchos de nosotros, niños o adolescentes, totalmente ajenos al ruido mundanal de la política, seguramente estábamos en otras instancias geográficas, es más, no éramos peninsulares.

Luego los rescribiría en esa clásica obra El otro México. Biografía de Baja California. A partir de ese tiempo Fernando Jordán y Baja California  son una dicotomía imprescindible. Lo son para los expertos en californiedad, ese extraño ejército que lleva varias centurias de experimento, redescubrimiento, azoro, magia; en torno a esta tierra, para muchos aún lejana, inhóspita, quizá perdida.

Jordán se suma a los biógrafos peninsulares –Juan Jacobo Baegert, Miguel del Barco, Francisco Javier Clavijero, Pablo L. Martínez, Alfonso Trueba, Miguel León Portilla,  Ignacio del Río, entre muchos– y con su vena periodística las notas de la tierra incógnita llaman la atención a un núcleo de lectores en un país metido en las andanzas de una posrevolución juerguista y mitotera.

¿De qué  se ocupaba el periodismo en esos años, 1949-1950? ¿Cuáles eran los periódicos y revistas más leídos? ¿Qué decían los filósofos, literatos, políticos? Finalizaba el alemanismo pachanguero y consecuente. Apenas un año antes Octavio Paz publicaba el Laberinto de la Soledad; faltarían tres para que Juan Rulfo diera a la estampa Pedro Páramo. Era el tiempo del existencialismo y se iniciaba o reiniciaba la filosofía “sobre lo mexicano”.

Algunos de los viejos profetas –José Vasconcelos, Antonio Díaz Soto y Gama, Samuel Ramos, Alfonso Reyes– celebraban sus últimos combates o vivían más allá del bien y del mal. Despuntaban algunos nombres de jóvenes promesas: Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Rosario Castellanos, Marco Antonio Montes de Oca.

 

Baja California como noticia.

Baja California ocupó las planas de los diarios una década antes, cuando los sinarquistas, acaudillados por Salvador Abascal, llegaron a un lugar que se llamó María Auxiliadora. Pero seis o siete años atrás, antes del inicio de la segunda guerra mundial, el general Lázaro Cárdenas del Río, se preocupó por poblar el Territorio por motivos de recelo nacionalista, sobre todo en el valle de Mexicali, donde la verdad y el mito son todavía pasto de discusión.

Las notas de Jordán en Impacto causaron revuelo. Era el primer periodista del siglo veinte que se asomaba a un territorio con una íngrima población. La guerra de Corea, los braceros y otros temas, acaparaban los titulares de la prensa escrita. Hubo, cierto, historiadores, escritores, periodistas, que se asomaron a la península. Don Pablo L. Martínez aún no publicaba su Historia de Baja California (1956), pero abundaban las monografías y ensayos. Pero muy pocos de ellos alcanzaron el vuelo de la novedad, la noticia, es decir, la publicidad.

Ayudado por los gobiernos territoriales, la Marina nacional, el mayor César Atilio Abente, el Chepo y un sin fin de personajes, Jordán recorre, azorado, un mundo en estado idílico; traza el perfil de Mexicali, Tijuana, Tecate, Ensenada, Loreto, San Ignacio, Comondú, La Paz, y las siluetas de sus sierras  prominentes –San Pedro Mártir, San Lázaro, La Giganta– y muestra la fisonomía de su gente: su bonhomía, hospitalidad, el sabor de sus vinos, dátiles, los increíbles atardeceres de La Paz.

En unas notas que escribí sobre tres autores que han traslucido las tierras de la California mexicana –John Steinbeck, José Mariano de Iturriaga y Fernando Jordán– expongo:

Fernando Jordán se transforma en historiador, geógrafo, botánico, oceanólogo, cronista y antropólogo. Va al pasado y lo sintetiza armónicamente, pero llega al presente y en un piadoso peregrinar va introduciendo a propios y extraños a través de caminos polvorientos, abruptas sierras, impenetrables oasis e increíbles bahías, a la magia de sus pueblos, costumbres, personajes y gentes que conforman ese inconfundible estilo del hábitat bajacaliforniano, Jordán no lleva prisa. A primera lectura nos lleva por incógnitos caminos. Con afición por las cosas californianas adivinamos en su relato la pulcra descripción de las ciudades, su contrastante geografía, la variedad de sus climas, el trazo pueril de sus ciudades, la soledad de la tierra que se adentra en los poros del alma.2

Como sabemos El otro México lo escribió en Ensenada, supongo que entre 1950 y 1951; después Jordán se acantona en La Paz y construye su casa en San Juan de la Costa. No sé si la fama o la gloria  periodística  lo abrumaron o la desdeñó. Se convierte en peninsular, deja la bullanguera capital donde todo es oropel, reflectores, condena o destierro.

Mi primer pregunta es: ¿qué tanto interés generó su Otro México? Dejo por asentado que sus reportajes de la tierra incógnita son el arquetipo y confiesa que tuvo que volver a recorrer la tierra insular para escribir su biografía, eso dice en su inicio.3 Señala en la introducción:

Recuerdo el momento. Fue en la acantilada costa de Punta Banda (el lugar más altivo del litoral bajacaliforniano) donde mi acompañante me asaltó con una pregunta: “¿Qué piensa usted de nuestra tierra?” Y sin reflexionar automáticamente le respondí: “pienso... pienso que es... otro México”. Y yo fui quien se quedó estupefacto. “¿Por qué –me preguntaba después– he llamado a esta tierra otro México? ¿Por qué, siendo otro, es México?.

Se me derrumbaron las 3 0000 palabras de reportajes enviados, publicados y acogidos con benevolencia por la crítica. Me sentí defraudado y me sentí un embaucador. De la realidad bajacaliforniana, hasta entonces, había escrito precisamente lo obvio, lo superficial, lo sensacional y lo que creí oportuno. Se me había escapado lo más importante: lo que tenía sentido, lo que llevaba implícito un mensaje y un signo.

Hubo que volver atrás. Regresar nuevamente a los caminos, al desierto, a los hombres. ¡Mas atrás aún! A la Historia, a los hechos que fueron... la clave de los hechos que son. Así empezó a gestarse este libro: en una revisión regresiva... tratando de aclarar el significado de una intempestiva y sincera respuesta.

La segunda, y  sé que es demasiado dura, dado que hay descendientes del periodista –con los que tengo amistad, en Tijuana– ¿es más importante, en esta hora de recuento, aclarar su tránsito mortal, que las señales de su obra, incluyendo Crónica de un país bárbaro (1957), que no hemos mencionado? Esta obra, indudablemente, es su consagración como antropólogo, historiador y escritor, luego de un recorrido por dos años en el estado de Chihuahua, su estudio y comentario requeriría otra reunión.4 

No entiendo si causaron más impacto –valga el término– sus notas periodísticas que su muerte. En México la suerte-muerte de un periodista es un calvario que no tiene caso soslayar. El periodista de verdad es eso: un hecho, problema de gobierno, caso abierto o cerrado. Los diaristas distinguidos mueren por causa natural o “inducida”. Y hay de casos a casos: ilustres que mueren en la altiva pobreza o bellacos alanceados por problemas no ciertamente periodísticos.

La figura y obra de Fernando Jordán Juárez ha devenido entre consejas, aproximaciones, mitos en las redacciones de los diarios, las tertulias desde que tengo memoria californiana; puesto en escritos de unos, labios de otros y se transforma en eso que perogrullescamente es un mito y una leyenda: es un escritor que murió en La Paz, atraído por ambas cosas.

Jordán –no se si es leído por muchos o pocos– no entiendo que esté en ese limbo, olvido o ignorancia que padecen muchos escritores. No. Es ya un lejano tema recurrente. Pero hay dos circunstancias que precisamente nos reúnen el día de hoy: la edición príncipe de El Otro México. Biografía de Baja California, México, Biografías Gandesa, 1951. En este recuento literario, están por demás los juicios, comentarios y acotaciones.

 

Fernando Jordán visto por Federico Campbell.

La segunda es la publicación de Transpeninsular de Federico Campbell.5  Esta novela es lo que llamaría el tiempo del recuento de la obra peninsular jordaniana, el intento thrillesco, dicho cinematográficamente, de aproximarse a Jordán desde la óptica del escritor y periodista tijuanense que remonta el viaje imaginario para encontrarse con el personaje de nuestra plática.

En Transpeninsular late una obsesión: encontrar a Fernando Jordán. Y el narrador lo sube a un jeep:

[...] [que] descendía por una larga cuesta rumbo a Santa Rosalía, de oeste a este, del Pacífico al Mar de Cortés. Era tan largo el descenso que Jordán apagó el motor y se dejó ir, por inercia. Se sentía transportado, pasivo, su única voluntad estaba en la mano y sobre el volante. Pero eso no significaba el silencio. Los deslaves se habían comido totalmente la brecha dejando hoyancos donde en tiempos remotísimos hubo una especie de camino.

Campbell busca a Jordán desde la perspectiva de un periodista cansado del oficio. Abandona la gran metrópoli. Se asocia con un cineasta al que propone investigar la vida del periodista defeño; hace un guión, que el productor abandona; se embarca de Mazatlán a la Paz en el momento trágico del hundimiento de un transbordador en la rada sinaloense. Recorre en un automóvil deportivo la transpeninsular, desde la soledad paceña hasta la exangüe minera Santa Rosalía. Se adentra en las cuevas de San Francisquito –las pinturas rupestres– donde se encuentra con la sombra del padre Baegert y otros no menos interesantes personajes que le sirven de guía, al igual que Jordán. Y regresa al puerto para atar los últimos días de Fernando Jordán, en una casa prestada por su colaborador, el mayor piloto aviador César Atilio Che Abente.

La novela tiene en su trazo un corte periodístico, las frases cortas, bien marcadas, diálogo fluido, interesante, la topografía o descripción del lugar es exacta, marcada por el ritmo entreverado de una historia conocida por todos. Pero no tanto, diría. Quien no conozca esos caminos, sierras, bahías, pueblos polvorientos; ese nido de palmeras y agua milagrosamente aparecidos –Mulegé, Comondú y San Ignacio–, le costará trabajo imaginarse el paisaje.

¿Qué llevó al periodista y escritor Fernando Jordán Juárez a recorrer otro México a mitad de los cincuenta, cuando ese México apenas estaba en vías de reconocerse, o si bien, ya lo había hecho,  iniciaba otro rumbo como país, una nación de partido único, de una sola y verdadera revolución, una patria de altares ensangrentados, al decir de un obispo estadounidense que se metió a rescribir nuestra historia? Por ese tiempo el periodista Jordán tenía credencial de excelente reportero, donde había publicado interesantes reportajes sobre las sierras Lacandona y Tarahumara, recorriendo intensamente otras zonas del país, convirtiéndose en un experto etnólogo, periodista.

Campbell retrata el momento en que el periodista  descubre una olvidada oficina de telégrafos, donde cloqueaba un aparato con el sistema Morse. Y le entrega al telegrafista un escueto mensaje dirigido al capitán César Atilio Abente: “un saludo cariñoso, una señal de que aun estoy vivo, y sus coordenadas (entre el paralelo 28 y el 27), salgo de San Ignacio y ya voy llegando a San Rosalía”.

Y asocia a sus hábitos de periodista, el momento de la partida:

Pensó sin querer, pues nada a su alrededor le sugería la asociación de ideas, en aquella tarde que entró en la redacción de Impacto.

          Bigotón, con un saco de tweed  y corbata de moño, Regino Hernández Llergo lo recibió, desafiante, con una mirada entre agresiva y risueña. Vio a un joven nervioso, moreno, de baja estatura, de tupido pelo negro, cortado a la cepillo, que a manera de presentación extendió sobre su revuelto escritorio una serie de mapas, magníficas fotografías sobre descubrimientos arqueológicos. Jordán le explicó que a lo largo de sus expediciones por el país se encontraba con asuntos de gran interés periodístico, los cuales, en los largos informes burocráticos, se perdían en los empolvados archivos de su escuela.

          –¿Le interesaría que yo escribiera sobre estas cuestiones en su revista?–

        –Claro que me interesa –contestó Regino–. Pero en el periodismo no  se prometen cosas, se traen hechas. Ideas hay muchas, y muy buenas. Lo importante es realizarlas. Así que cuando esté listo, vuelva, con el reportaje ya escrito. Jordán recordaba el intercambio de miradas, la actitud afable del viejo periodista.

          –Me voy a Baja California–.

         –Llévese unas buenas botas, las va a necesitar. Al despedirse, el director le arrojó una cajetilla de Chesterfield que sacó de un cajón, y Jordán, la atrapó al vuelo, como beisbolista.”

En delante el colaborador de Impacto llevaría sus líneas por los delgados hilos telegráficos del viejo Territorio, que ahora son alambres olvidados en el paisaje peninsular. El reportaje que don Regino Hernández Llergo le demandara en la revista, es una vasta aventura que compartiría con el piloto aviador César Atilio Abente, un paraguayo que combatió en la guerra del Chaco, tuvo una beca del general Calles y sería uno de sus confidentes y amigos:

El teniente coronel piloto aviador César Atilio Abente Benítez, avecinado en La Paz desde 1945, llegó como piloto del Escuadrón 203 de la Fuerza Aérea Mexicana. Paraguayo, no argentino como se decía, había combatido en la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, y se había nacionalizado mexicano después de gozar de una beca que en los años treinta le ofreció el general Calles para estudiar aviación en México.

          Solía sobrevolar el litoral cuando Jordán iba costeando en su lancha por las islas y caletas del golfo. El Che aterrizaba su caza vultee en las playas y recogía los rollos de película y los artículos que Jordán iba confeccionando en su olivetti portátil. Además le llevaba en el avión toronjas, carne seca y algunos periódicos.

Visto desde ahora, la hazaña periodística jordaniana tiene los andamios del romántico periodismo mexicano. Para cubrir esa fuente, clásicamente sin agua, el periodista ha dado materia para replantear la Baja California de siempre, no la de hace 50 años.

La materia formal de este encuentro es un recuento de la obra de un antropólogo, periodista, escritor, un personaje que se convierte en una leyenda en el acaecer periodístico. Versión que no se desvanece, no cae, sigue ese curso de las vidas de muchos periodistas mexicanos que han estado, como diría Ramón López Velarde, “a la altura del arte”.

La muerte de Jordán es ineludible, un punto toral, álgido, delicado. Los hurones del periodismo coincidimos en que hay dos versiones: suicidio o asesinato. El misterio de su muerte sigue como una obsesión detectivesca, mencionada en silencio, a la sorda y dicho públicamente con pudor, temor, como quien dice una imprudencia.

Es una parte ineludible en su recuento. Ese algo al que todos quisiéramos sacarle la vuelta. Un punto al que no hay que referir. Algo tan sabido que públicamente produce una especie de compulsión, pero es necesario enfrentarla aunque duela.

En Las palmeras quemadas –capítulo segundo de Transpeninsular– Federico Campbell ambienta con maestra precisión ese apartado:

La víspera Jordán había invitado al Che y a la señora de Abente a ver una película de Marilyn Monroe en el cine California de La Paz. Pero el piloto y su esposa no quisieron ir porque ya la habían visto, así que Jordán fue a ver solo Una Eva para dos Adanes. Cuando volvió a la media noche le pidió al Che dos hojas y dos sobres y algo que leer. Abente le dio dos sobres y dos hojas y un ejemplar de la revista cubana Bohemia.

          A la mañana siguiente –continúa el Che– único testigo de la escena mortal, Fernando no se aparecía por la casa, en el piso de arriba, para desayunar con nosotros como era su costumbre. Yo había salido como todas las mañanas desde las seis, pero me regresé a casa a eso de las once y media porque se me había caído un botón del chaquetín. Le pregunté a mi señora por Fernando y me dijo que no lo había visto.

        Y luego viene el testimonio del reportero, novelista, investigador casi policiaco, que pone en labios del Che Abente, estas líneas:

Entonces fui a la casita que yo le prestaba a Fernando, vi unos papeles quemados (como que había estado quemando cartas u otros escritos) y me asomé por la ventana: allí estaba en la cama todavía. Entré y, como no contestaba, lo destapé. Se le veía la mano en el pecho, un manchón de sangre y tenía la pistola en la mano. Después en la mesa vi dos sobres: uno para mi y otro para el Chito Geoffroy. Se despedía de nosotros, me agradecía todo, lamentaba tener que terminar así.

En esta hora de recuento de la obra jordaniana es El otro México. Biografía de Baja California el sujeto formal del foro-homenaje-discusión.

Literariamente no hay nada que agregar –excepto la versión campbeliana–. Fernando se queda como un arquetipo del antropólogo, periodista, escritor, poeta; atrapado en este tiempo californiano que, al parecer, no tiene tiempo, diría Renato Leduc.

Y aquí me quedo. De acuerdo con el existencialismo, la vida y muerte de un ser humano es intransferible, irrepetible, a veces cruel, quizá enigmática. Hay que meditar este aspecto con una actitud humana, prudente y comprensiva.

Porque la historia de un hombre, de una mujer, como la de todos seres humanos; desde los más ilustres a los abandonados, es eso: una historia única, un recuento solitario, intransferible.

 

______________________________________

*Ensayista bajacaliforniano.

 

Notas:

1 Felipe Gálvez, prólogo a Fernando Jordán, Baja California, tierra incógnita, México, uabc-cecut-conaculta, 1996.

2 Patricio Bayardo Gómez, “Tres clásicos de la literatura de Baja California”, El signo y la alambrada. Ensayo de literatura y frontera, Tijuana, B. C., Ed. Entrelíneas, 1990.

3 Fernando Jordán Juárez, El otro México, Biografía de Baja California, México, Biografías Gandesa, 1951.

4 Fernando Jordán Juárez, Crónica de un país bárbaro, México, B. Costa-Amic editor, 2a ed., 1965.

5 Federico Campbell, Transpeninsular, México, Joaquín Mortiz, 2000.