Religiosidad popular en Tijuana.

El culto a Juan Soldado

 

José Gabriel Rivera Delgado*

 José Saldaña Rico**

La leyenda de Juan Soldado es, sin duda, uno de los temas de la historia de Tijuana que más llama la atención en la comunidad tijuanense, dado el impacto social que tuvo en su momento y que continúa hasta nuestros días. También, es de los más solicitados por los estudiantes que acuden a las bibliotecas de esa ciudad. En muchos casos —sino es que en la mayoría de ellos—, los interesados desean saber la versión tradicional sobre Juan Soldado que se ha construido a través de los años. Asimismo, quieren conocer sobre la imagen falsa que de él se ha plasmado en una estampa que se venera en las dos capillas ubicadas en el Panteón Municipal Número 1 de la colonia Castillo, o en cientos de hogares, no sólo de la ciudad de Tijuana, sino más allá de las fronteras de México.

Sin embargo, a 65 años de esos hechos que marcaron una huella en la historia de Tijuana, poca gente conoce la investigación que se ha realizado sobre lo ocurrido en febrero de 1938. Se trata de acontecimientos de los cuales surgió, al poco tiempo, la práctica de adorar y solicitar milagros a un personaje que, aún en los inicios del siglo xxi, no ha sido reconocido por la Iglesia católica como hacedor de milagros, pero que en Tijuana y en Baja California es aceptado por una población con necesidad de este tipo de creencias.

 Al respecto surgen varias interrogantes, cuya respuesta es el propósito de este trabajo, con el objeto de conocer el origen de esta tradición fronteriza: ¿Qué pasó en ese trágico año de 1938 en Tijuana, que tuvo un gran impacto entre la comunidad? ¿Qué razones orillaron a que una gran cantidad de habitantes se movilizaran buscando solucionar el problema? ¿Quiénes fueron los actores principales? ¿Cuántos individuos (militares) cometieron el delito de violación y asesinato de la niña Olga Consuelo Camacho Martínez? ¿Cuál fue la participación del soldado Juan Castillo Morales en esos sucesos? ¿Qué sucedió con la familia Camacho Martínez? ¿Cuándo surgió la tradición de considerar a Juan Castillo Morales como inocente y, por lo tanto, un santo y hacedor de milagros?

 Cabe mencionar  que Juan Soldado ha sido uno de los temas a estudiar con mayor interés por parte de periodistas, sociólogos, religiosos, historiadores y aficionados a la historia. Por lo que, los tratamientos que le han dado han sido desde distintas perspectivas. Algunos periodistas han enfocado sus textos buscando la nota sensacionalista y amarillista, mientras que otros han sido más informativos y descriptivos en sus trabajos.1 Por su parte, sociólogos y religiosos se ha centrado en el aspecto de la devoción y religiosidad popular a través del culto a Juan Soldado,2 mientras que los pocos estudios de los historiadores y cronistas han quedado en forma sintética, sin adentrarse ampliamente en el tema y sin la revisión de una significativa cantidad de fuentes de información —documental, hemerográfica y testimonios orales de antiguos residentes— que existe sobre el tema.3 Cada uno de ellos, en su momento y con las fuentes que tuvieron a su alcance, han aportado algunos elementos para entender el origen de la tradición del culto al personaje de Juan Soldado.

 El objetivo principal del presente trabajo es hacer un recuento de este acontecimiento histórico para entender su fuerte impacto social en la comunidad de Tijuana de fines de los años treinta, y cómo tuvo resonancia nacional debido a que intervinieron organizaciones sindicales como la crom y el Sindicato de Trabajadores de Agua Caliente. De igual forma, cómo a raíz de los hechos de febrero de 1938 se fue formando en Tijuana la creencia popular de que el individuo ajusticiado había sido inocente y, por ende, se le empezó a venerar y a solicitar milagros, situación que hoy en día continúa vigente en un número significativo de habitantes de Tijuana, y sobre todo de los migrantes que llegan diariamente a esta ciudad.

 

Contexto histórico

Tijuana, en los años treinta, era una población con un  crecimiento demográfico y urbano en ascenso. En esa década, y de acuerdo con los censos oficiales, la población de Tijuana pasó de 11 271 habitantes en 1930 a 21 977 en 1940. Ese aumento del doble de la población en diez años se manifestó en el surgimiento de las primeras colonias como la Castillo, Escobedo-Cacho, Morelos, Independencia, Libertad y Cuauhtémoc.

En el contexto de la Ley seca de los Estados Unidos (1920-1933) se había instalado desde 1928 el Complejo Turístico de Agua Caliente, el cual se encontraba en su esplendor, con un éxito rotundo y con excelentes remuneraciones económicas para sus propietarios. Ello les permitió a la Compañía Mexicana de Agua Caliente, propietaria del Complejo, apoyar a la Delegación de Gobierno de Tijuana en realizar obras públicas como la pavimentación de calles y la construcción de la escuela primaria para niñas Álvaro Obregón, que fue inaugurada en julio de 1930.

También, en 1930 se conformó el Sindicato de Trabajadores del Agua Caliente, y en 1935, el Sindicato Alba Roja para integrar a los trabajadores del Hipódromo de Agua Caliente.

Sin embargo, en este último año, el presidente de la república, Lázaro Cárdenas, emitió un decreto en el que prohibía la práctica de los juegos de azar en todo el país, por lo que el casino de Agua Caliente cerró definitivamente sus puertas en 1937. Dicha situación propició que en Tijuana existiera un crítico clima de descontento social, pues se trataba de una de las principales fuentes de trabajo de la ciudad.

Como respuesta al problema, el gobernador Gabriel Gavira Castro mandó realizar algunas obras públicas en la ciudad, pero éstas fueron temporales. Por su parte, el presidente Cárdenas también intentó remediar la situación de la frontera tijuanense. En 1936, conformó una Comisión Mixta Intersecretarial integrada por los representantes de algunas secretarías de Estado, con el objetivo de estudiar la problemática del Territorio Norte y sus poblaciones con el fin de proyectar soluciones. Una de las acciones más importantes de esta comisión fue el establecimiento en 1937, del régimen de zona libre para Baja California. Esta medida económica vino a sustituir a los perímetros libres instituidos en 1933 por el presidente Abelardo L. Rodríguez, quien intentaba atacar el problema del desempleo generado por el cierre del casino.

A ello hay que agregar que el 25 de enero de 1938, la Junta Local de Conciliación y Arbitraje de Tijuana había fallado en contra de los integrantes del Sindicato de Agua Caliente sobre la propuesta que éstos habían elaborado de expropiar parcialmente dicha propiedad para que continuaran explotándolo. Ante esta situación, grupos sindicales pertenecientes a la crom, comenzaron a protestar en los días posteriores —y hasta el 13 de febrero—, tomando inclusive las instalaciones de Palacio de Delegación de Gobierno, en clara oposición a ese dictamen.4

En ese contexto de inconformidad social se suscitaron los acontecimientos de febrero de 1938, cuando grupos de tijuanenses, principalmente trabajadores de la crom, se manifestaron en contra de las autoridades. La razón de estas propuestas fue el crimen cometido en la persona de la niña Olga Camacho Martínez por un supuesto soldado llamado Juan Castillo Morales, a quien lo solicitaban para lincharlo.

Como parte de este movimiento obrero resultaron incendiados algunos edificios públicos como la Comandancia de Policía y la Delegación de Gobierno. Los hechos finalizaron cuando fue ejecutado públicamente, y en poco tiempo la gente empezó a venerarlo como a un santo, llamándolo Juan Soldado.

 

La familia Camacho Martínez

Los integrantes de la familia Camacho eran ampliamente conocidos entre la población de la ciudad de Tijuana de ese entonces. Varios de los hermanos Camacho, entre ellos, Aurelio, padre de la niña, poseían negocios en la avenida Revolución. Ésta fue una de las razones por la cual el acontecimiento que se viene refiriendo tuvo ciertas repercusiones en esta población a finales de la década de los treinta. La pequeña niña Olga Consuelo Camacho Martínez era la hija mayor del matrimonio compuesto por Aurelio Camacho León y Feliza Martínez de Camacho. Sus otras dos hermanas eran Lilia, de seis años y Alma, de tres meses. Después de 1938 nacieron Guadalupe, Ramón, José María y Concepción.

La niña había nacido en Mexicali el día 22 de marzo de 1930, por lo que para la fecha de los sucesos tenía ocho años de edad. La casa de la familia Camacho Martínez se localizaba en la avenida Segunda, en el número marcado 615, entre las actuales, calles F  y G, en la Zona Centro, casi enfrente donde se localizaba el mismo cuartel militar.5

 

El soldado Juan Castillo Morales

Sobre la figura del personaje de Juan Castillo Morales o Juan Soldado, son pocas las referencias biográficas que existen de él, pero es oportuno proporcionar algunos datos para tener una idea de su origen y trayectoria en Tijuana. Se sabe que era originario del pueblo de Ixtlaltepec, Oaxaca, y que en ese año de 1938, tenía 24 años de edad, por lo que nació aproximadamente en 1914. El acta de defunción de Castillo Morales hace referencia a que tenía el oficio de “labrador” y que su estado civil era “soltero”.6

En 1938, el joven Castillo Morales era uno de los tantos soldados rasos que pertenecían al cuartel general de la Segunda Zona  Militar, con sede en la población fronteriza de Tijuana, y que comandaba el general Manuel J. Contreras.

En la época de los acontecimientos, el Estado mayor del general Contreras se componía de los siguientes elementos: teniente de cabos, Hermonio Villanueva Gallardo; mayor de artillería, Rafael Uribe Rivera; mayor de infantería, Prisciliano Ortega Rubio; mayor de cabos, Juan Loera Velarde; mayor de infantería, Jesús Ylláu; capitán segundo de artillería, Othón Campos; capitán segundo de cabos Eduardo Gutiérrez y teniente de artillería, Francisco Nava de Anda.7 En ese entonces, la guarnición de la plaza también se localizaba por la calle Segunda, entre las calles  F y G, en plena zona central.

 

Los acontecimientos de febrero de 1938

El día 13 de febrero de 1938 ocurrió en Tijuana un trágico acontecimiento que marcó una serie de sucesos que tuvieron fuertes implicaciones sociales en la vida de la comunidad tijuanense de la época.8

Ese día domingo de invierno había llovido ligeramente y los padres de la pequeña Olga Consuelo Camacho Martínez —después de buscarla desesperadamente— reportaron en la Comandancia de Policía la desaparición de su pequeña hija. Ésta había sido enviada por su madre a la compra de carne a los abarrotes La Corona, propiedad de la familia de Mariano y Roberta Mendívil, ubicada en la esquina de la misma cuadra de su casa, sobre la calle F.

Esa fue la última ocasión que se le vio a la pequeña con vida, ya que su cuerpo fue encontrado a la mañana siguiente. Había sido violada y estrangulada y su cuerpo tirado en un terreno baldío empleado como garaje, a espaldas de la zona militar.

En el acta de defunción de la niña Olga Consuelo se señala que ésta murió “el día 13 de febrero en curso, aproximadamente a las 19 horas [...]” en “[...] terrenos que ocupa la Comandancia de la Segunda Zona Militar de esta plaza”.

Las causas de su muerte fueron “hemorragia sobre aguda por presión pagunte [sic]  vascular izquierdo del cuello”, según el acta levantada por Miguel Moisés Alva, agente del ministerio público de Tijuana.9 El día 15 de febrero, la niña fue enterrada en el Panteón de la Puerta Blanca, hoy panteón Municipal Número 1.10

Después de hacer las primeras averiguaciones, el delegado de gobierno de Tijuana, señor Manuel Quirós Labastida informaría que, “practicadas las averiguaciones del caso, se hallaron méritos para detener a Juan Castillo Morales, que resultó ser el autor material y moral del crimen”.11

En un primer momento, las investigaciones fueron hechas por el mencionado delegado Quirós Labastida; el comandante de la Segunda Zona Militar, general Manuel J. Contreras; el inspector general de Policía, Jesús Medina Ríos; el comandante de policía, capitán Luis Viñals Carsi, y el agente del Ministerio Público del Fuero común, Miguel Moisés Oliva.

Después, señaló en su informe el delegado Quirós:

[...] al encontrarse las autoridades judiciales civiles, frente a delito de la competencia de los tribunales del Fuero Militar, el C. Juez de Primera Instancia de este Partido, a quien en un principio le fueron turnadas las diligencias relativas por el C. agente del Ministerio Público del Orden Común, se declaró incompetente y admitida la competencia del proceso por las autoridades militares.12

Ante este cambio del curso del proceso,

[...] el C. General en jefe de la Segunda Zona, ordenó se formara de inmediato consejo de guerra extraordinario que juzgara al acusado. Dicho consejo entró en funciones la tarde del 16 de los corrientes y en la madrugada del día 17 pronunció sentencia condenando a Castillo Morales a sufrir la pena capital, pena que se le hizo efectiva a las 8 horas del mismo día en el Cementerio de este lugar.

 

Las consecuencias

El crimen de la niña Camacho causó una gran indignación entre el pueblo de Tijuana debido a que era hija de la familia Camacho, trabajadores de la avenida Revolución. Ello, aunado al tenso clima existente entre un sector de la población, causó que éste se manifestara públicamente en contra de las autoridades, con la pretensión de linchar al militar acusado de violación y asesinato de la pequeña Olga Consuelo.

El mismo delegado Quirós Labastida, en su referido informe señalaba al respecto:

Durante todo el tiempo de las investigaciones tuviéronse presentes a diversas personas interesadas en el esclarecimiento del crimen y en el castigo del responsable; pero que hicieron materialmente imposible de actuar con libertad a las autoridades investigadoras.

Agrega:

Conforme avanzaban las horas el número crecía  y al aumentar comenzaban los desórdenes, puesto que se iniciaron gritos demandando la entrega del reo, con el objeto deliberado de proceder a dejarlo en poder de la multitud, que, como antes se dijo, aumentaba conforme pasaban las horas, haciéndose ya verdaderamente incontenible la ola humana aquella como a las 24 horas del día 14.13

 

Se ha señalado que fueron aproximadamente 1 500 personas quienes se movilizaron en forma violenta e incendiaron los edificios de la Comandancia de Policía y Palacio de Gobierno,14 quedando destruido en forma total el primero, mientras que el segundo fue dañado sólo en un sector del inmueble, afectando los archivos de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, de la Agencia del Ministerio Público Militar y su biblioteca, así como la Inspección Federal de Trabajo.

El informe oficial del delegado Quirós relata la forma en que intentaron el incendio:

Eran las ocho y media horas, cuando un nutrido grupo de individuos trayendo con ellos botes de gasolina, palos, fierros, piedras, escobas y otros objetos, procedieron a romper cuanto vidrio encontraron, tanto del interior como del exterior, arrojando teas encendidas, e invadiendo el interior donde se dedicaron a cometer toda clase de desmanes, destruyendo cuanto vidrio y puerta pudieran encontrar, invadiendo las oficinas, arrojando papeles oficiales por puertas y ventanas, así como algunos muebles, incendiando archivos, dañando lo que tropezaban a su paso, en fin, cometiendo toda clase de tropelías [...].15

Don Joaquín Aguilar Robles, policía y detective profesional en ese tiempo, y director de la revista Detective Internacional, en 1946 publicó una editorial recordando esos acontecimientos de 1938 cuando “Tijuana cegó de ira” buscando la justicia por sus propias manos:

[...] se lanzó el pueblo a la calle y llevando en las manos crispadas las teas del incendio, en los ojos desorbitados el encono de gentes burladas, envilecidas, vilipendiadas y humilladas, se dedicó a la destrucción. Buscó al nefando y ominoso autor de inenarrable delito en el inocente, inmaculado e infantil cuerpo de una niña, cuya vida inmoló el nauseabundo y criminal sátiro y al fallar en su justiciera y terrible búsqueda, procuró destruir todos los símbolos del Estado: Palacio de Gobierno, Cárcel de la Ciudad, etc., etc., a la vez que clamaba por el castigo de las autoridades que no satisfacían aquellas categóricas, enloquecidas, clamorosas impetraciones de justicia.16

Como consecuencia de estas manifestaciones de los días 14 y 15 de febrero, se arrestaron a más de 40 personas. Algunas de ellas se liberaron poco tiempo después, sólo cuatro individuos fueron consignados ante la justicia federal en la población de Nogales, Sonora. Para lograr restablecer el orden público, el ejército tuvo que intervenir empleando sus armas de fuego. El saldo de la balacera fue de seis heridos: Román Maldonado (12 años), Salvador Vázquez (16 años), Ricardo Gibert Jr., Daniel Estrada, Jesús Tirado (16 años) y Vidal Torres, este último falleciendo tiempo después.17

A raíz de la gravedad de los acontecimientos —ya que éstos tuvieron resonancia nacional por la participación de obreros de la crom y del Sindicato de Trabajadores de Agua Caliente,18 y porque la línea internacional fue cerrada—,19 el general de brigada Manuel J. Contreras, comandante de la Segunda Zona Militar, el día 15 de febrero expidió un boletín a la ciudadanía en dos sentidos.20 Por un lado, se advierte que

se pone en conocimiento de los habitantes de esta ciudad, que el responsable del monstruoso crimen cometido en la persona de la niñita Olga Camacho será castigado con todo el rigor de nuestras leyes, pero sin alterarse en nada el orden que las mismas señalan.

Por otro,

los individuos que han tomado este delito como pretexto para hacer agitación insidiosa en contra del gobierno legalmente constituido, incitando a la muchedumbre para cometer actos delictuosos como el incendio y saqueo de los edificios de la Delegación de Gobierno y la Comandancia de Policía, actos que merecen un castigo ejemplar, como lo sufrirá el autor del crimen que se ha hecho referencia.

El general Contreras, quien firmó el boletín finalizó el texto advirtiendo que

las autoridades militares impondrán el respeto a las leyes, a la sociedad y al decoro de nuestra frontera, aunque penosamente sea necesario hacer uso de las armas.

En su informe, Quirós Labastida señala que grupos locales como la Asociación de Veteranos de la Revolución, la Federación Local de Trabajadores de Tijuana, adheridas a la ctm, Campesinos de La Mesa de Tijuana, Celadores del Resguardo Fronterizo, la Unión de Trabajadores al Servicio del Gobierno del Territorio y el Sindicato Único de Trabajadores de la Enseñanza y Comunidades Agrarias, colaboraron con las fuerzas federales, policiacas y militares para patrullar la ciudad, restablecer el orden público y proporcionar las garantías a la sociedad tijuanense.

 

El desenlace

Con el fin de la vida del soldado Juan Castillo Morales, en la mañana del 17 de febrero de 1938, comenzó la leyenda de este personaje. Debido a que el acusado era  militar, de inmediato se formó un consejo de guerra extraordinario que lo juzgó por “los delitos de rapto, homicidio calificado y violación”, según se lee en la acta de defunción inscrita en el Registro Civil el día 17 de febrero de 1938 y firmada por el juez Felipe Mora. Dicho consejo  acordó que el soldado Castillo Morales fuera sentenciado a la “última pena”, a través del “fusilamiento” para el día 17, a las ocho horas. Cuando se llegó la hora, el militar se encontraba prisionero en la Comandancia de Policía y de ahí fue conducido en una “julia” a donde sería su última morada: el panteón de la ciudad, donde se llevaría a cabo la ejecución. En ese entonces, el cementerio se localizaba a las afueras de Tijuana, en lo que se conocía como Puerta Blanca, hoy Colonia Castillo.

Por razones de seguridad, durante el trayecto fue escoltado por un coronel, un mayor y dos capitanes segundos.

El ajustamiento del soldado Castillo Morales fue encomendado a un pelotón militar. En el momento de la ejecución estuvieron presentes un buen número de vecinos y curiosos que deseaban ver el fin de la historia de Juan Castillo Morales. También presenciaron los acontecimientos el general de división, Manuel J. Contreras, comandante de la Segunda Zona Militar; el coronel Villanueva; el coronel médico militar Servando Osornio Camarena;  el inspector de policía del Territorio, Jesús Medina Ríos y muchos civiles y militares.

Por su lado, el periódico La Época, cuyo director era el señor Guillermo M. Sendino, publicó en la edición del día 18 de febrero que la muerte del soldado se dio a raíz de su huida. De hecho, la nota titulada a ocho columnas “A Juan Castillo Morales ¡¡Se le aplicó la ley fuga!!”, menciona  que

 

hace 3 horas exactamente cayó muerto el soldado Juan Castillo Morales que intentó huir de manos de sus custodios cuando era transportado al cementerio local para hacer aclaraciones [...]

 

Y agrega:

 

Un pelotón de soldados pertenecientes a la Segunda Zona Militar fue el ejecutor del asesino tlagodita que fue muerto en los momentos que huía y precisamente cuando estaba fuera de la cerca del cementerio comenzó a subir la loma cercana al mismo. Los soldados recibieron la orden de disparar, y rápidamente, con precisión y buena puntería escuchamos el tic-tac de sus fusiles al mismo tiempo que gritos de dolor y espanto salían de labios del cobarde asesino.21

 

En el certificado de la autopsia, expedido el mismo día 17 por los médicos legistas Gilberto Sabina y Agustín Medina, se señaló que la causa de la muerte de Castillo Morales fue producto de “lesiones en órganos vitales por heridas de armas de fuego”.22 El cuerpo fue enterrado en el cementerio de la ciudad, localizado en la Puerta Blanca  —hoy Panteón Municipal Número 1—. En la tumba sólo se colocó una simple cruz de madera, donde se inscribió “Juan Castillo Morales falleció el día 17 febrero de 1938 a la edad de 24 años. D. E. P.”23. Hoy esa cruz se encuentra transformada en una capilla adornada con un sin fin de flores, veladoras y documentos muy singulares, con peticiones de milagros, o bien, de agradecimientos por los milagros ya recibidos. Por ello la tumba de Juan Castillo Morales, conocido popularmente como Juan Soldado, es la de mayor renombre, la más mencionada y la más visitada desde hace varias décadas.

Un poco más al fondo del panteón se encuentra otra capilla dedicada también a Juan Soldado. Ésta es un poco más grande y fue construida en el lugar donde cayó muerto Castillo Morales.

Varios autores señalan que al día siguiente de la muerte de Castillo Mortales, una señora colocó una piedra en su tumba y un letrero con la inscripción: “Todo el que pase por aquí ponga una piedra y rece un Padre Nuestro”. Con el pasar del tiempo se acumularon un montón de piedras, lo que fue más notable en la comunidad de Tijuana. De igual forma se fue construyendo la fama de que Juan Soldado, como se le empezó a llamar, hacía milagros a las personas que se los solicitaban.

Cabe mencionar aquí que esta creencia popular surgió, quizá, porque entre la población se empezó a difundir que Castillo Morales no había logrado defenderse de sus acusadores, y por tal razón, se le consideraba inocente; inclusive, se ha señalado que fue acusado por un militar de rango superior al cual guardaba fidelidad, y que en efecto, era este último quien había realizado el asesinato.24

Así pues, es a partir del mismo año de los acontecimientos surgió la leyenda del personaje de Juan Castillo Morales como hacedor de milagros, hoy conocido simplemente por Juan Soldado, y quien es venerado como “santo” diariamente en  el panteón Municipal Número 1.

           

Conclusiones

Si bien es cierto que, tradicionalmente se ha sostenido la idea que Juan Castillo Morales fue un hombre inocente y que por esa razón se le ha considerado como “santo”, quizá, de acuerdo con las evidencias del caso antes señalado, hay un inocente en la descripción de los acontecimientos de 1938: la niña Olga Consuelo Camacho Martínez.

El hecho es que las personas que solicitan a Juan Soldado el milagro de cruzar con éxito a los Estados Unidos, se observa en la multiplicación de los agradecimientos que se colocan en las capillas del panteón; pero ¿será en verdad, una vez ingresados en ese país, un milagro el haber logrado llegar a Estados Unidos, o será el inicio de una pesadilla en la búsqueda del “sueño americano”?

 

 

Testimonio de la señora Feliza Martínez de Camacho,

madre de la niña Olga Camacho

 

Por primera ocasión, desde los acontecimientos de 1938, la señora Feliza Martínez de Camacho otorgó una entrevista a José Saldaña Rico en una visita que ésta hizo a Tijuana, proveniente de Guadalajara, Jalisco, ciudad donde reside.

Este testimonio es interesante por la riqueza de los detalles que expone la madre de la niña asesinada, y sobre todo, porque la señora Martínez rompió el silencio que mantuvo por décadas, ya que el dolor por la pérdida de su hija le impedía otorgar entrevistas.

Yo soy de Nayarit y pasé una infancia tranquila. Sucede que nos trasladamos cuando yo era señorita a Mexicali, ahí me casé con Aurelio Camacho, de muy buena familia.

Después de casarme, a los dos años nació Olguita allá en Mexicali, una niña linda, bueno qué podemos decir los padres, pero nos trasladamos aquí a Tijuana, tenía ella como dos años cuando venimos aquí a radicar, le ofrecieron trabajo [a su esposo] y nos venimos aquí, éramos felices aquí. La niña creció, nos vinieron otros niños pero ella era una niña muy de la iglesia, porque yo siempre les inculqué siempre ir a misa.

Ese domingo había ido con el licenciado Valadés, era un vecino que teníamos amistad y la invitaron al parque a patinar, sucede que ya pasó el domingo en la mañana, ella fue misa y de ahí por cierto, tenía un vestido que le habían regalado en la doctrina. Ese  domingo quiso ponerse ese vestido —no mijita, le decía, pues era un vestidito sencillo, yo siempre le tenía sus buenos vestidos, pero ese día ella —mamita, mamita pónme este vestido, es que yo quiero estrenarlo, pues se lo puse, se fueron a patinar, vinieron y me la entregaron como a las seis de la tarde.

Ella llegó y nos pusimos a cenar, yo entonces les di lo que les tenía, pero ella no quiso, dice —mamita yo no tengo ganas de esto, yo quiero un filete, ella siempre buscaba filete porque tenía sus dientitos muy chiquitos y bueno, yo no sé por qué la deje ir. Siempre la acompañaba su hermanita Lilia, yo tenía una niña de tres meses y estaba llorando, la cogí de los brazos y le dije: —bueno anda, le dije — trae la leche de una vez mijita, se fue ella pero no me fijé que ella salió sola. Yo estaba cambiando a la niña cuando le dije a Lili —qué pasó mijita porqué no te fuiste con Olguita —ay mamita ahorita me voy y se va corriendo, entonces yo salgo con la bebita en la puerta. Hacía mucho frío, era el 13 de febrero, hacía mucho frío, cobijé a la niña y me paré en la puerta, entonces esa casa tenía un jardín grande enfrente.

Entonces sale corriendo la niña, yo me paré en la puerta, regresa corriendo —mi hermanita no está ahí, —cómo que no está en la carnicería, entonces me quise morir, yo le dije —pero cómo, no es posible, entonces les hablé a las vecinas y todos dicen no está con una vecina, la niña no acostumbra a ir a ninguna parte y ya no sé, sentí una cosa tremenda.

Salgo yo, dejo a la niña, a la bebita y lo primero que veo es el soldado, está recargado en la zona militar, estaba en el cerco; entonces salgo corriendo y es al primero que le pregunto, —señor no vio a una niña que la hubieran atropellado o algo, yo creía que al cruzar la habían atropellado o algo, entonces me dice —no, no vi nada, no se mortifique ha de estar por aquí, —no, no acostumbra ella, corrí a la carnicería a la esquina, y les pregunté, me dicen  —salió ella de aquí.

Había llovido y había agua en la esquina y ella, por no cruzar ahí yo creo, frente a la tienda, se cruzó para bajar ahí en la zona, que estaba frente a la casa. Ya no supe, me volví loca; se iría  a otra, no, —aquí estuvo, me dijeron, —compró, le di lo que ella quería y se fue caminando para atrás y se fue muy contenta, entonces ya, dijo, ya la atropellaron o quién se la robó, nunca se había visto un caso aquí en Tijuana.

Entonces yo corrí y le avisaron a mi esposo y ahí viene, empezó el radio, a radiar al otro lado, un escándalo tremendo, ya se amotinó la gente y dándome consuelo, pero qué consuelo no sabiendo que  mi hija no estaba ahí, quién iba a saber entonces; se amotinó la gente, fueron cuando vinieron a preguntar, les dije lo mismo y empezaron a buscarla  por los caminos, por todas partes y pues no, no había a nadie; entonces dijimos —se la robaron, se la robaron, se la llevaron  y así la empezaron a buscar.

Cuando vinieron del otro lado también detectives y todos empezaron a buscar y nada pero nunca entraron a la zona, si hubieran entrado al garaje hubiera sido diferente ahí habían encontrado, luego pero como le dijo el soldado la agarró eso, no hay duda, el soldado la agarró y la entregó, yo creo él cuando yo salí, serían cinco minutos, el primero que le pregunte fue él y el no tuvo corazón para negarme eso.

Empezaron a buscarla, en la noche hasta que me metieron, gritaban en la mañana, toda la gente pues preguntando, entonces una vecina dueña de la casa, ahí venía para acá, como a las seis de la mañana, a la casa cuando dicen —oye no vieron un garaje que había, un garaje grande, estaba sólo medio cerrado, entonces dijo ella —no vieron aquí, venía buscando cuando abre la puerta donde el garaje y ve el montón de papeles de paja, entonces grita —¡aquí está la niña!, yo estaba dentro gritaba —¡aquí está la niña!, quise correr, no me dejaron toda la gente se amotinó y si la encontraron ahí yo no la vi, yo no tuve, no me dejaron.

Empezaron a  investigar, vinieron del otro lado detectives, ya vieron que  en el cerco estaban las huellas, fueron dos porque estaban las huellas del lado de la zona militar, estaban las huellas de unas botas  y del otro lado del cerco, estaban las otras encontradas, así que alguien le pasó a otro el cuerpecito de la niña y tuvieron que cruzar otro cerco, era la señora Linares, la propiedad de ella, así que ahí estaba el garaje, en esa casa baldía estaba sola. Entonces ya nosotros ya no vimos era un mundo de gente, ya vieron que era de ahí de la zona. Entonces muy de madrugada, muy temprano empezaron troques a sacar paja, a mí me dijeron. Les llamó la atención, nunca creyeron, quién iba a creer eso, quizás que era paja, que estaba manchada, sabrá Dios, no sé yo. Así que en ese momento toda la gente se amotinó y todo. Estaba el general Manuel Contreras. Habían tenido una cena en Ensenada, y allá se habían ido todos los militares, pero ahí estaba otro porque el soldado no estaba solo, quien pudo, él agarró la niña y él se la entregó al otro.

Sí era Juan Soldado el que estaba en el cerco. Yo tenía que pasar porque iba a la esquina, a la tienda, estaba enseguida de zona y eran muy conocidos de nosotros. Y éste los Mendívil eran los dueños de la tienda. Desde ese momento empezó la gente, dieron la orden de, a él lo agarraron. Estaba casado y tenía dos niños, la esposa y él, lo agarraron cuando él iba a huir y la ropa la entregó la esposa.

Entonces la gente salió por la noche con antorchas, con todo. Venía la multitud de gente a quemar la zona, querían quemar la zona, no sabían quién era, pero venían ellos, mi esposo, venían todos. Pero la gente empezó a llegar, a amotinarse a la zona, gente de pueblo que tenían, en  troque y todo. Traían a gente armada, los soldados se pusieron enfrente de mi casa, en la calle se pusieron. ¿Para qué venía la gente? para destrozar, para quemar. Mi esposo venía enfrente, mi suegro, toda la familia, le diré que todos, toda la gente que venía enfrente. Entonces a mí me gritaron, porque yo salía, no me dejaban, estaba histérica, entonces venían. Luego dicen que tenían orden de matar, de hacer fuego, asustar yo creo. Pero me dijeron a mí, yo gritaba y decía ¿qué quieren? Que maten a todos. Y por eso yo venía, que venían los míos, todos los hubieran matado entonces. Fue una cosa tremenda, fue una cosa sublevada la gente, hombres, mujeres, todo, todo. En ese momento, mi esposo y todos eran muy queridos, una familia muy conocida. Así es que era gente de todos niveles, venían a hacer justicia según ellos y se detuvieron a no hacer fuego, traían antorchas, venían mujeres y todo para quemar la zona. Pero viendo que estaban listos, para quizás hacer fuego o no, irían a dar fuego y ya se retiró la gente. Dieron la ley marcial, en  el primer panteón número uno.

Nosotros no supimos, nadie, por qué lo sacaron en la madrugada, lo sacaron en la madrugada. Cuando lo bajan por más que se escondían siempre hubo gente y dicen que gritaba dizque el soldado —no, no, quiero ver a mi capitán, quiero ver a mi capitán. Entonces lo sacaron hasta mojado y todo, iba él y entonces lo jalaron, le dijeron corre, escápate, le dieron la ley fuga, él corrió, pero dicen que gritaba. La gente que estaba en el panteón que quería ver a su capitán, entonces ya corriendo le dieron una descarga, cayó, se volvió a levantar y corrió para el cerco para brincar y ahí cayó.

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*Coordinador del Archivo Histórico de Tijuana, Instituto Municipal de Arte y Cultura, del xvi Ayuntamiento de Tijuana, B. C.

**Periodista especializado en temas de historia de Tijuana.

 

Notas:

1 Joaquín Aguilar Robles, “Un día, Tijuana cegó de ira”, en Detective Internacional, época II, número 50, Tijuana, B. C., 1 de junio de 1946 [colección particular de Fernando Aguilar Robles Maldonado]; Eduardo Castillo García, “Un ‘alto jefe militar’ participó en el hundimiento de ‘Juan Soldado’. !Se perpetró la injusticia...!”, en Alarma, [s.f.]; “Juan Soldado, ‘Santo’ de Tijuana”, en Imagen, p. 46; Javier Hernández, “La Iglesia de Tijuana no está en contra de Juan Soldado, pero no lo acepta como santo”, en Zeta, número 368, 17 de diciembre de 1981; Arturo Álvarez López, abc, ediciones de agosto a septiembre de 1982. Aída Silva Hernández, “La historia de Juan Soldado, ese del panteón”, en Zeta, del 5 al 11 de julio de 1991, p. 20 b.

2 José Manuel Valenzuela Arce, “Por los milagros recibidos. Religiosidad popular a través del culto a Juan Soldado”, en Manuel Valenzuela (comp.), Entre la magia y la historia, Tijuana, Programa Cultural de las Fronteras, El Colegio de la Frontera Norte, 1992, pp. 75-87. P. Ignacio M. Verdier, “La devoción a Juan Soldado y la universalidad de  un culto”, texto presentado en el curso de teología de la tradición y del sensus fidelium, enero-mayo de 1998, 40 pp. David Ungerleider Kepler, “La religiosidad popular en Tijuana: la devoción a Juan Soldado”, en El bordo. Retos de frontera, Tijuana, Universidad Iberoamericana- Unidad Noroeste, vol. II, núm. 4, otoño de 1999, pp. 89-95.

3 David Piñera, Jesús Ortiz y José Luis Flores Silva, “Panorama de Tijuana. 1930-1948”, en Historia de Tijuana. Semblanza General, Tijuana, uabc, xi Ayuntamiento de Tijuana, 1985, pp. 129-142. Marco Antonio Samaniego López, “Surgimiento, luchas e institucionalización del movimiento obrero en Tijuana. 1920-1940”, en Historia de Tijuana. Edición conmemorativa del centenario de su fundación. 1889-1989, Tijuana, Universidad Autónoma de Baja California, Gobierno del Estado de Baja California-xii Ayuntamiento de Tijuana, 1989, t II,  pp. 113-163. María Isabel Verdugo F., “Asalto e incendio al Palacio de Gobierno de Tijuana (1938)”, en Siñer. Ayer en Cucapá, Boletín del Archivo Histórico del Gobierno del Estado de Baja California, año 1, vol. I, número 1, mayo-agosto de 1994, pp. 6-8.

4 M. A. Samaniego López, op. cit., pp. 158-161.

5 Registro Civil de Tijuana, Libro de Defunciones, número 1, año 1938, partida 36, foja 30.

6 Ibídem, foja 33.

7 Revista El Hablador, año I, núm. 30, Tijuana, B. C., 16 de septiembre de 1937, p. 9, en Archivo Histórico de Tijuana, Archivo vertical, exp. 1.151.

8 Así lo describió un Manifiesto de la Federación de Sindicatos y uniones Obreras crom de Tijuana, el día 28 de febrero de 1938, cuando señalan: “el fenómeno social registrado en Tijuana, cuando el pueblo llevado de ese sentimiento contagioso, quizás morboso, pero que siempre ha germinado en todos los seres humanos [...] se amotinó hasta exigir el ‘linchamiento’ de Castillo Morales y enardecido por el mismo sentimiento de venganza que aún la propia sociedad y los códigos justifican en el duelo, la legítima defensa y los crímenes pasionales, ante la extorsión y la impotencia, llegó a extremos censurables como el incendio de los Edificios de la Comandancia de Policía y de la Delegación de Gobierno”. agn Lázaro Cárdenas, con copia en el iih-uabc, exp. [6.14], folios 1-2.

9 Registro Civil de Tijuana, Libro de Defunciones, núm, 1, año 1938, doc. cit.

10 Año más tarde familiares de la niña decidieron cambiar los restos del panteón Municipal Número 2, localizado en la misma colonia Castillo. Aída Silva Hernández, op. cit.

11 Informe de Manuel Quirós Labastida, delegado de Gobierno de Tijuana, al teniente coronel Rodolfo Sánchez Taboada, gobernador del Territorio  Norte, Tijuana, B. C., 21 de febrero de 1938, Archivo Histórico del Estado de Baja California, Territorio Norte, exp. 852/100/2819, año 1938.

12 Ibíd.

13 Ibíd.

14 The San Diego Union, 16 de febrero de 1938, Biblioteca Pública de San Diego, San Diego, California, eua.

15 Informe de Manuel Quirós Labastida, doc. cit.

16 Joaquín Aguilar Robles,  doc. cit.

17 Telegrama de Teniente coronel Rodolfo Sánchez Taboada a secretario de Gobernación, Mexicali, B. C., 15 de febrero de 1938, en agn, Dirección General de Gobierno, iih-uabc, exp. 10.105, f. 2. También, en: The Evening Tribune, San Diego, California, 16 de febrero de 1938, Biblioteca Pública de San Diego.

18 Telegrama de Teniente Coronel Rodolfo Sánchez Taboada a Secretario de Gobernación, Mexicali, B. C., 15 de febrero de 1938, en agn, Dirección General de Gobierno, iih-uabc, exp. 10.105, f. 3. Algunos sindicatos de trabajadores de la ctm, rivales de los de la crom, enviaron algunos telegramas al gobernador Sánchez Taboada, que a su vez transcribió a Gobernación, en los que acusaban a los cromistas: “Sindicato Obreros Unidos Baja California condena con energía atentados cometidos noche hoy por pueblo incitado elementos cromianos, esperamos gobierno deje pasividad ante canalla ensoberbecido y dé garantías tanto interés gobierno como particular”. Después agrega: “Este sindicato ofrece cooperación procurando convencer elementos cromianos están errados sus malos procedimientos, pues quemar edificios gobierno perjudícanse intereses nacionales y causan vergüenza pueblo civilizado. Esperamos atención guárdese el orden debidamente y castíguese agitadores, que han causado derramamiento de sangre”.

19 Telegrama de Ezequiel Gutiérrez, subjefe de la Oficina de Población, al secretario de Gobernación, Tijuana, B. C., 15 de febrero en el que le informó: “En madrugada hoy pueblo amonitose [sic] contra autoridades militares y municipales incendiando Comandancia de Policía y más tarde Palacio Gobierno interveniendo [sic]  fuerzas federales que viórense [sic] obligadas disparar para restablecer orden. Personas de esta oficina encuéntrase [sic] reunido misma evitar desordenes línea internacional y prestar auxilio que solicítese”. agn, doc cit., f. 6.

20 Boletín de la Segunda Zona Militar, emitida por el general Manuel J. Contreras, Tijuana, B. C,  15 de febrero de 1938  (colección particular de la señora Celia Galván Ramírez).

21 “A Juan Castillo Morales se le aplicó la Ley Fuga”,  La Época. Periódico Independiente, año I, número 56, Tijuana, B. C., 18 de febrero de 1938, reproducido en Frente a Frente, dirigido por Francisco M. Rodríguez, año xxxvi, número 1462, Tijuana, B. C., 31 de enero de 1984.

22 Registro Civil de Tijuana, Libro de Defunciones, número 1, año 1938, partida 40, foja 33.

23 San Diego Union, San Diego, Ca., 18 de febrero de 1938, Biblioteca Pública de San Diego. Cementerio Municipal Número 1, Colonia Castillo, Libro del Registros de fosas por manzanas, f. 100-101.

24 Eduardo Castillo García, op. cit.; “Juan Soldado, “Santo” de Tijuana”, en Imagen, p. 46; Arturo Álvarez López, abc, ediciones de agosto a septiembre de 1982. Aída Silva Hernández, “La historia de Juan Soldado, ese del panteón”, en Zeta, del 5 al 11 de julio de 1991, p. 20 b y José Manuel Valenzuela Arce,  op. cit.

 

Bibliografía

Díaz Castro Olga Vicenta, “Sor Abeja”,  “Juan Soldado”, en Leyendas de Tijuana. La Tía Juana, Tijuana,  B. C., Instituto Tecnológico de Tijuana, 1990.

 Hernández, Javier, “La Iglesia de Tijuana no está en contra de Juan Soldado, pero no lo acepta como santo”, en Zeta, número 368, 17 de diciembre de 1981.

 Piñera, David, Jesús Ortiz y José Luis Flores Silva, “Panorama de Tijuana. 1930-1948”, en Historia de Tijuana. Semblanza General, Tijuana, uabc, xi Ayuntamiento de Tijuana, 1985, pp. 129-142.

 Samaniego López, Marco Antonio, “Surgimiento, luchas e institucionalización del movimiento obrero en Tijuana. 1920-1940”, en Historia de Tijuana. Edición conmemorativa del centenario de su fundación. 1889-1989, Tijuana, uabc-xii Ayuntamiento de Tijuana, B. C.

Silva Hernández, Aída, “La historia de Juan Soldado, ese del panteón”, en Zeta, del 5 al 11 de julio de 1991, p. 20 b.

Ungerleider Kepler, David, “La religiosidad popular en Tijuana: la devoción a Juan Soldado”, en El Bordo. Retos de Frontera, Tijuana, B. C. Universidad Iberoamericana. Unidad Noroeste, vol. ii, número 4, otoño de 1999, pp. 89-95.

Valenzuela Arce, José Manuel, “Por los milagros recibidos. Religiosidad popular a través del culto a Juan Soldado”, en Manuel Valenzuela (comp.), Entre la magia y la historia, Tijuana, B. C. Programa Cultural de las Fronteras, El Colegio de la Frontera Norte, 1992, pp. 75-87.

Verdugo F., María Isabel, “Asalto e incendio al Palacio de Gobierno de Tijuana (1938)”, en Siñer. Ayer en Cucapá, Boletín del Archivo Histórico del Gobierno del Estado de Baja California, año 1, vol. i, núm. 1, mayo-agosto de 1994, pp. 6-8.

 

Archivos

Archivo General de la Nación, fondos Lázaro Cárdenas y Dirección General de Gobierno, copias fotostáticas en el Instituto de Investigaciones Históricas-uabc.

Archivo Histórico del Estado de Baja California, fondo Territorio Norte.

Cementerio Municipal Número 1, Colonia Castillo, Libro del Registros de Fosas por manzanas, Tijuana, B. C.

Colección Particular de Celia de Galván, Boletín de la Segunda Zona Militar, Tijuana, B. C.

 

Periódicos

The Evening Tribune, San Diego, California, eua.

San Diego Union, San Diego, California, eua.

San Ysidro Border Press, San Ysidro, California, eua.

La Época. Periódico Independiente, reproducido en Frente a Frente, Tijuana, B. C.